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Adam Zagajewski: “El mundo hoy no es trágico sino dramático, porque está todo abierto”

El poeta polaco ha ganado muchos premios en el mundo, entre ellos el Princesa de Asturias de 2017, y en Estocolmo dicen que lo acecha el Nobel. Hablamos con él sobre su obra, su vida y la presente crisis

El escritor Adam Zagajewski, en su casa en Cracovia en 2017 , con su gato 'Doncia'.
El escritor Adam Zagajewski, en su casa en Cracovia en 2017 , con su gato 'Doncia'.LISBETH SALAS
Juan Cruz

Adam Zagajewski nació en Lvov en 1945 y aun en las mantillas de recién nacido se fue con su familia a Gliwice. Ambas ciudades eran Polonia hasta que Hitler destrozó Europa. Nadie, ni sus abuelos, ni sus padres, ni sus tías, se acostumbraron jamás a la idea de haber cambiado de lugar. De modo que cuando él ha vuelto a Lvov, que la guerra convirtió en un lugar de Ucrania, siente que aquella ciudad es el hogar que perdió, como quien pierde los primeros sueños ya para siempre. De esa sensación está hecha su poesía, por la que ha ganado muchos premios en el mundo, entre ellos el Princesa de Asturias de 2017, y en Estocolmo dicen que lo acecha el Nobel. Dos ciudades (Acantilado, como casi todos sus libros) está entre sus obras más importantes y es, como su poesía, la visita a la vida con otros y también con su memoria, la de un hombre sin hogar que, con las palabras, indaga sobre la identidad de su suelo. Ahora vive feliz en Cracovia, y habló con EL PAÍS por Skype.

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Pregunta. En Releer a Rilke escribe sobre “el periodismo omnipresente” y también de la omnipresente “ciencia popular”. Este periodo ha puesto juntos ambos factores. ¿Cómo vive usted este momento?

Respuesta. Sigo haciendo lo que siempre he hecho... Mi vida diaria consiste en seguir las noticias, y no son los ángeles los que nos las traen, sino los periodistas. Respeto enormemente a los buenos periodistas que procuran contar la verdad y que investigan las cosas con detenimiento. Si alguna vez digo algo crítico sobre el periodismo es solo porque, como una parte de la vida que no debe olvidarse, como el día y la noche, el día pertenece al periodismo y la noche pertenece a los poetas, a los músicos. Obtenemos algo de fuerza de la parte nocturna de la vida, porque la noche no es solo el símbolo de la oscuridad y del miedo, aunque puede serlo, sino que también es el símbolo del arte y de la reflexión… Por otra parte, nada ha cambiado mucho en mi vida en los últimos meses. Sigo haciendo una vida sedentaria, por supuesto he dejado de viajar, y sigo, como he dicho, lo que pasa en el mundo. Una gran parte de mi vida mental consiste en responder a los acontecimientos intentando entender lo que sucede con la epidemia, con la tragedia estadounidense, etcétera… Pero esta clase de vida dividida entre lo que es la poesía, la música y los acontecimientos externos siempre es la división entre los dos aspectos de la vida.

P. Ha vivido gran parte de su vida en Estados Unidos. ¿Entiende la tragedia reciente, esa rodilla asfixiando a un hombre?

El día pertenece al periodismo la noche a la poesía, a la música

R. Es terrible. Parece que es una especie de técnica. No la estaban improvisando, les habían entrenado para hacerla. Pero duró demasiado, por desgracia. He pasado muchos años allí, principalmente en el mundo blanco. Tuve a varios alumnos afroamericanos, podía ver esa división. Hay afroamericanos con una muy buena formación que llegan a las capas más altas de la sociedad, pero la mayoría son como ciudadanos de segunda. La sociedad estadounidense está profundamente dividida. Es trágico que este hermoso país que nos ha dado tanto y que salvó dos veces a Europa en las dos guerras mundiales tenga esta profunda herida del racismo y la división. Tuve unos colegas afroamericanos, que nunca tuvieron ningún problema. Uno de mis mejores amigos era Derek Walcott, el poeta caribeño, una de las personas más brillantes que he conocido. En Polonia tenemos una sociedad muy homogénea, demasiado: todo el mundo es blanco. Creo que Londres parece un ejemplo de una sociedad multirracial a la que le va bien, las personas se toleran unas a otras; hay sentido del humor y, en general, se acepta esta pluralidad. En Estados Unidos, no. El problema ahora es que la América blanca no tiene líder, porque el presidente no es ningún líder. Pero los afroamericanos no tienen a alguien como Martin Luther King. Lo trágico de este enfrentamiento es esa falta de liderazgo en ambos bandos.

P. Minneapolis se ha convertido en una metáfora de esa marginación…

R. Creo que aceptamos fácilmente esta ilusión de que el mundo está mejorando cada vez más, de que hay una evolución moral en nuestras sociedades, pero me temo que es una ilusión. No han desaparecido todos los demonios. Los viejos demonios del odio, de la raza, están escondidos en algún lugar, y cuando se llega a una situación así vuelven a aparecer. Como dice René Girard, la violencia es parte de la sociedad… Mire estos campos de refugiados atacados ahora por la pandemia. La miseria, la falta de perspectiva, es parte de la violencia. Los que tenemos apartamentos no podemos entender las profundidades de la desesperación de estas personas.

P. Usted nació después de los campos del nazismo, pero interioriza mucho esa época oscura de Europa…

R. Soy, en cierto modo, un hijo de la guerra, aunque no fui testigo de sus horrores. Diría que, en cierta manera, los horrores están, no diría que en mis genes, pero sí dentro de mi. Parte de mi vocación es no olvidar el corazón de esa guerra, y, en cierta manera, recordarlo. No es lo único que quiero hacer, por supuesto, porque no me considero un político, pero es parte del punto de vista que tengo, esa presencia. Siempre recuerdo que Auschwitz está a una hora en coche de donde vivo. En cierta manera, en la ciudad de Cracovia, que es una ciudad muy bonita, vivimos a la sombra de Auschwitz. Se suele trivializar, porque hay autobuses para turistas que van allí y a las minas de sal como si fuesen lo mismo.

Soy un hijo de la guerra, aunque no fui testigo de sus horrores

P. Escribe: “Pronto llegan el anochecer y las tinieblas, las sombras se alargan, las ideas se vuelven opacas, se cubren de rocío, y descubrimos lo poco que sabemos y que comprendemos”. Y en otro lugar se pregunta “¿vivimos ya del fin del mundo?”, aunque ahí está, añade, “la ropa seca en las cuerdas de tender y resuena la risa de un niño”…

R. Es una imagen poética… No vivimos después del fin del mundo. Es un eco de un libro de Roberto Calasso, La actualidad innombrable (Anagrama, 2017), que recomiendo y que cuenta la crisis de nuestra civilización. No podía adivinar que se produciría la pandemia. Pero el libro es una respuesta a los movimientos populistas, a la facilidad con la que algunas personas vuelven a los lemas fascistas… Hay un capítulo largo en el que cita lo que la gente decía cuando Hitler llegó al poder y lo fácilmente que la gente aceptó esa clase de lenguaje inhumano. Estamos en un momento peligroso, y la pandemia hace que sea más peligroso. Los escritores y los poetas no tenemos nada que decir, son los políticos los que dictan el curso de los acontecimientos. solo podemos comentarlo. No es muy alentador.

P. En distintos momentos de su escritura usted alude a la “Europa troceada” que tanto le preocupa…

R. Europa es un país, pero sigue estando dividido. No confío en los políticos de nuestro Gobierno. Están totalmente obsesionados con mantener el poder y no tienen esa idea aristotélica de la búsqueda del bien común, que está perdida para ellos. Lo único que buscan es su propio bien, cómo mantenerse en el poder el mayor tiempo posible. Y es muy evidente. Tengo que decir que todavía siento simpatía por Macron, aunque comete errores. Sí, creo que Europa está muy dividida; no hay una postura unificada de los políticos europeos… Creo que el problema más importante ahora es si el mundo volverá a la lucha eterna en la que todos los países quieren ser más fuertes y aumentar su territorio. Si observa la historia de la humanidad, esta es la de una lucha eterna. Europa tiende a minimizar esa lucha y hacer que sea más suave para crear un espacio dentro del cual esa lucha no sea tan intensa. Durante muchos años fue un éxito… Ahora es mucho más complicado. Es un territorio que no tiene suficiente cohesión. Aun así creo mucho en Europa. Necesitamos grandes políticos para hacer que esa visión sea realista, pero sería la última persona en estar en contra de Europa… No tengo ni idea de qué habría que hacer. Es como la gente que actúa y la gente que reza. Los poetas pertenecen a los que rezan. ¡No esperen ningún resultado directo de sus oraciones! Pero el mundo occidental siempre ha necesitado monjes que recen, pero aparentemente no somos muy prácticos. Los cistercienses eran muy prácticos, pero había muchas órdenes perdidas solo en las oraciones y en la meditación. Por tano, hacen falta poetas como antes hacían falta monjes. Hacen falta poetas para rezar y para meditar, pero no esperen ninguna propuesta directa para la vida social…

P. Usted fue monaguillo…

R. Un niño del coro, ¡y debo decir que ningún sacerdote abusó de mí…, jajaja!

P. Y ha mencionado a Francisco como un hombre al que respeta…

R. Sí, lo respeto profundamente. Me encanta, es un papa maravilloso. En Polonia, a nuestro clero no le gusta en absoluto. Creen que es un izquierdista, un comunista. Es una tragedia del clero polaco, que es muy de derechas y nacionalista y no ve el mundo tal y como es… Pero el papa es maravilloso.

P. Ahora la Iglesia no muestra mucha fuerza en esta pandemia; es como si la oscuridad del mundo también estuviese sobre la Iglesia…

R. Por lo que puedo ver, en Polonia hay gente, monjes y monjas, que ayudan activamente a la gente, no es que no hagan nada. Podrían hacer mucho más, pero no son totalmente pasivos. Hay una cierta participación; debería haber algo más, pero hay algo.

P. En su metáfora de Europa menciona al continente como herencia de Rilke, Milosz y Machado. ¿Cuál es la metáfora detrás de esos nombres?

R. En la historia de Alemania hay una noción del país acuñada por un poeta en la que están la Alemania de la industria y del Ejército, pero también está la Alemania de la poesía y de la música. Creo que en esos nombres está esa Europa secreta de la poesía… Esa Europa secreta no tiene influencia política, no tiene músculo político, pero es sencillamente indispensable como un lugar para esconderse, pero también como una reserva de energía para el futuro.

P. A los quince creía que el anochecer nunca terminaba. Oscuridad, anochecer y sombras son palabras muy familiares en su escritura. ¿Sigue sintiéndose ese adolescente hoy en día?

R. Sí, pero para mi la noción de anochecer, de oscuridad, es ambivalente. No es solo la oscuridad mala, la tiniebla. Me encanta la oscuridad en junio, cuando el atardecer es muy largo y cuando los pájaros cantan. La oscuridad es la oscuridad perversa de la violencia y del crimen, pero es también la oscuridad de los mirlos cantando. Creo que solo hay mirlos en Europa, así que es un pájaro muy europeo que canta para nosotros. Hay dos cosas en la oscuridad: la meditación, la tranquilidad y la paz de la noche, pero también la posibilidad de que haya algo terrible. Siempre habrá dos cosas, el peligro, pero también la salvación, porque cuando hay una noche tranquila y escuchas a los mirlos, hay una cierta felicidad. La felicidad de la meditación. La oscuridad no es solo peligrosa, también es inspiradora, especialmente en junio, ¡y estamos hablando en junio!

P. Se quedó sin hogar cuando dejó Lvov. ¿Cuál es su territorio ahora? ¿Qué país tiene en la cabeza?

R. Ahora vivo en Cracovia, y es una ciudad hermosa. Es el lugar en el que fui a la universidad. Llegué aquí cuando tenía dieciocho años. Me marché durante mucho tiempo y viví en París y en Estados Unidos. Pero ahora hace veinte años que volví. Debo decir que es mi casa. No es la casa de mi infancia, que estaba en Silesia. Tenía esa amargura del exilio, el niño estaba allí, vivía en aquel presente. Mis padres me decían: “No pienses que esta es tu casa. Estamos en el exilio”. Creo que este lugar es una casa, no una casa absoluta, porque tengo amigos que han nacido en Cracovia que recuerdan cosas que yo no puedo recordar, y siguen mirándome como un extraño porque llegué aquí cuando tenía dieciocho años y me dicen que no entiendo. Pero entiendo… Un día volvía a Lvov, amigos míos no entendían la ciudad, les dije que estuviesen atentos, que era un lugar increíble, que tenían que verlo… Es muy fácil llegar a una ciudad que no es tan bonita como París o no es tan rica como Londres, pero que tiene su propia belleza oculta. Intenté convencerles. “Mirad, el mundo está aquí. Este es el centro del mundo. Al menos ahora, para este momento”.

P. Dice: “Un mundo sin adjetivos es triste como un quirófano que funciona en domingo”. Y menciona adjetivos: bueno, malo, artero, magnánimo, vengativo… ¿Qué adjetivo le sirve al mundo de hoy?

R. Es dramático, en el sentido de que todo está abierto. No es trágico: es dramático. Nos corresponde decir en qué dirección debe ir.

P. “Sea lo que sea lo que venga, será invisible y ligero”, dice en un poema. “Será azul como el ojo de una guillotina”.

R. No puedes coger toda la visión del mundo desde un punto. Siempre necesitas un grupo de puntos. Hay algo triste en este final, pero hay muchos poemas en los que busco alguna alegría. Cuando eres poeta nunca sacas una conclusión, es muy complicado. Para mí no es tanto algo entre la ironía y el temor, sino quizá entre el temor, la alegría y la esperanza. Sigo creyendo en la alegría y en la esperanza.

P. Extrae de Kafka esta frase: “En la lucha entre uno y el mundo, uno debe ponerse del lado del mundo”.

R. Siempre habrá tiempo de volver a uno mismo. De momento, tienes que ponerte del lado del mundo para ser justo. Es muy fácil decir: soy justo, soy bueno. El mundo es más sabio que nosotros. Por tanto, sí, tenemos que volver al mundo.

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