El ‘boom’ hispanoangloamericano
El premio que une a la FIL con el Hay no es una ocurrencia: es una manera de juntar dos ideas que cabalgan juntas
Cuando acabaron los ochenta España le declaró el vacío al boom latinoamericano y era más fácil que un autor de Nebraska amaneciera en Madrid que viajaran aquí los descendientes de Octavio Paz o de Julio Cortázar. Esa cordillera de estupidez tuvo rendijas audaces, pero no fueron suficientes para diluir la negra espalda del desinterés. Hasta que apareció la FIL, el sueño de un loco (Raúl Padilla) cuyos clarines tocaban desde una ciudad, Guadalajara, que parecía un hueco lejano en un mapa legendario, el del México de los grandes editores españoles exiliados.
Padilla quiso hacer allí, en la tierra de Juan Rulfo, una pista de aterrizaje de la literatura mundial, pasando por la de nuestra propia lengua. Esa audacia bajó las banderas literarias. De la manera que es propia de los entusiastas, el creador de la FIL viajó por todo el mundo y en todas partes dejó un recado: vengan, vamos a acunar la gran literatura del mundo. Ahora, acompañado de Marisol Schultz, que conoce todos los mapas de la escritura, no tiene que llamar, vienen al suelo de la FIL, y al alma de esta creación insólita, gentes de todas partes, desde la India a Canadá, desde Turquía a Perú o a Argentina, desde España a México, escritores que en otro tiempo no hubieran dado ni un paso para ir a la feria de la esquina.
¿La fórmula? El entusiasmo de juntar para conversar, en escenarios que acogen multitudes, acerca de la actualidad del mundo o de las almas, de poesía, de historia, de política. De pronto la FIL fue una de las capitales del mundo, representante del boom de la literatura de todas partes, asentada en los ámbitos de Pedro Páramo o de Fernando del Paso como una punzada en el corazón de la lengua universal que se concentra en los libros.
Y en seguida vino, para arrancar piedra a piedra el muro que sucedió al boom, el Hay Festival, nacido en medio de los temporales anglosajones y luego partícipe del calor hispanoamericano, de la mano de un inglés, Peter Florence, que hizo, con las artes del periodismo, un ensayo universal que se basaba también en la vieja y grandiosa manía de conversar. Florence unió a su equipo a una hispanoamericana convencida, Cristina Fuentes, y con ese soplo al lado se atrevió a abrir su festival anglosajón a la literatura de América Latina. Y lo que parecía imposible de lograr, la alianza hispanoangloamericana de las literaturas, ha prosperado y hoy no se puede concebir ningún lanzamiento, ningún debate literario o políticoliterario sin el bautizo del Hay en capitales hispanoamericanas que antes no se comunicaban sino de vez en cuando y con un esfuerzo que ponía en peligro cualquier lanzamiento editorial.
Este premio que une a la FIL con el Hay no es una ocurrencia: es una manera de juntar para la historia de los reconocimientos dos ideas que cabalgan juntas y que han contribuido a hacer mucho más ligeras las distancias que sobre nuestra literatura común impuso nuestro común desentendimiento.
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