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Rafael abandona la cuarentena

La gran exposición de la temporada, dedicada al 500 aniversario de la muerte del genio renacentista, reabre adaptada al nuevo mundo y con la idea de prolongar las visitas hasta la madrugada

Varios visitantes en la reapertura de la exposición de Rafael en las Escuderías del Quirinale, en Roma.
Varios visitantes en la reapertura de la exposición de Rafael en las Escuderías del Quirinale, en Roma.
Daniel Verdú

Las tragedias, las grandes historias en general, pueden permitirse el lujo de contarse desde el final. El spoiler, visto así, es un invento moderno para justificar una obra fallida. Conviene saberlo antes de entrar en la gran exposición que conmemora el 500 aniversario de la muerte de Rafael, que falleció en Roma en 1520 cuando tenía solo 37 años y fue enterrado en el Panteón, con todos los honores de un semidiós. A su funeral acudió tanta gente con antorchas que, seguramente, Roma podía verse desde Marte. Fue tan grande la convulsión en la ciudad que le acogió que hasta tembló el suelo y se agrietó el Palacio Apostólico del Vaticano, desde donde se pagaron las grandes juergas artísticas del pintor, escultor y arquitecto. Justo así, por el final, era como arrancaba la mayor exposición de la historia dedicada al genio renacentista hasta que la covid-19 decidió que debía terminar solo tres días después de empezar.

—“Fue devastador, claro. Llevábamos tres años trabajando en ella. Préstamos cruzados de museos de todo el mundo y un diseño cuidado para contar al genio. Pero tres días después…”, lamenta Mario de Simoni, presidente de las Escuderías del Quirinal, lugar donde se celebra la muestra.

Raffaelo 1520-1483 (el recorrido comienza desde la fecha del fallecimiento) iba a ser la gran exposición de la temporada artística europea. Los organizadores esperaban alrededor de 600.000 visitas, y había ya 75.000 entradas vendidas. Ahora firmarían con que puedan verla unas 100.000. La reapertura de esta gran exposición da la medida exacta de lo que será el nuevo mundo museístico. Controles de temperatura a la entrada, posiciones marcadas en el suelo, tiempo limitado. “Podremos tener a 72 personas cada hora visitando el museo… y tendrán algo más de una hora para verla entera”, explica de Simoni, mientras inicia un recorrido con EL PAÍS por las estancias todavía vacías del fantástico espacio horas antes de que vuelvan a abrir al público. Las restricciones, sin embargo, podrían tener un antídoto contracultural en estos tiempos de toques de queda.

El presidente de la gran sala de muestras está dispuesto a abrir las puertas de la exposición hasta las dos o las tres de la madrugada si se confirma el furor por verla que existió antes de la pandemia. Algo parecido a lo que hicieron los rusos cuando se llevaron la Madonna Sixtina de Rafael de Dresde y la expusieron en el Pushkin, como recordaba Aldo Cazzullo esta semana en el Corriere della Sera. Los motivos entonces se limitaban a la adoración que profesaba por el pintor el pueblo ruso, que desfiló durante semanas para ver una sola obra.

Un entusiasmo por acercarse al artista de Urbino parecido al que puede apreciarse en los primeros cuadros que recuerdan su muerte junto a la reproducción exacta de la tumba que él mismo proyectó en el Panteón antes de morir. “Rafael lo tenía todo en aquella época: era guapo, poseía un talento infinito, era rico… quizá por eso, durante una época, nuestra generación se inclinó más hacia otros artistas más vinculados al tormento”, señala De Simoni, evocando la gran exposición de Caravaggio celebrada en el mismo lugar en 2010, cuyo récord de visitas esperaban superar por primera vez. Rafael murió en el mejor momento de su carrera. Tenía impresionantes proyectos en Villa Madama, también para la reconstrucción de San Pedro. La gran incógnita es qué habría sucedido si hubiese vivido algunas décadas más, como sí lo hicieron algunos de sus coetáneos.

La hora definitiva de Rafael ha sido un parto interrumpido que ha tenido consecuencias diplomáticas. La compleja arquitectura de préstamos ―algunos cuadros proceden del Prado, del Louvre, del Vaticano, los Uffizi o de la National Gallery― ha tenido que renegociarse también para alargar la muestra tres meses más de lo previsto. Ahí está uno de los tapices diseñados para la Capilla Sixtina, los retratos de León X y Julio II. Todos los museos han accedido a prolongar su préstamo.

Rafael es una figura clave para entender Roma y sus proyectos de mutación urbana. Pero también para descifrar el sentido moderno de conservación del arte y el patrimonio cultural, tal y como le exigió al Papa León X en una histórica carta firmada con Baldassare Castiglione (la misiva está expuesta junto al famoso retrato del Conde de Casatico). Quinientos años después, la ciudad recupera hoy su pulso vital después de la pandemia también a través del arte. Junto a la exposición de Rafael han reabierto también los Museos Vaticanos y el resto de grandes monumentos como el Coliseo.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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