La Chicago Sinfonietta suena al ritmo de la inclusión
La orquesta estadounidense refuerza su lucha con un disco que incluye solo piezas compuestas por mujeres
La mujer está conquistando lentamente su sitio en la música clásica. Todo empezó en los años 70, cuando algunas orquestas en Estados Unidos abordaron la brecha de género con las audiciones a ciegas: el intérprete actuaba detrás de un telón, para que nadie se viera influenciado por su aspecto físico o sexo. Esta iniciativa se tradujo en un alza sustancial del porcentaje de mujeres en las orquestas, desde un 10% en 1970 hasta un 35% a mediados de los 90, según un estudio de Claudia Goldin y Cecilia Rouse en la Universidad de Harvard. No fue suficiente. Una investigación de Drama Música, un sello discográfico independiente británico, reveló que, de 3.524 obras presentadas en la temporada 2019-2020 por las 15 principales orquestas del mundo, solo 82 (2,3%) fueron escritas por compositoras.
Existen, eso sí, orquestas que sirven de ejemplo y dedican su trayectoria a la defensa de las categorías menos representadas. La Chicago Sinfonietta es una de las más avanzadas en este sentido y cuenta con un 47% de intérpretes y un 82% de solistas mujeres. El fundador, Paul Freeman, estableció como misión principal la inclusión. Al principio se trataba de ofrecer oportunidades a músicos de origen afroamericano y latino, como con la beca The Freeman Project Inclusion Fellowship, que asesora a los recién graduados que buscan su propio sitio en el mundo de la música clásica. Cuando en 2011 la taiwanés Mei-Ann Chenn le reemplazó, el programa se extendió a los directores: “Se trata de utilizar el lenguaje universal de la música sinfónica para construir puentes y defender la diversidad, la equidad y la inclusión. Para mí es fantástico y es un plus que se añade a mi misión personal, que es utilizar la música para tocar a las personas”.
Para homenajear el legado del “maestro Freeman”, Chenn celebró un concierto para el 30º aniversario de la orquesta interpretando solo composiciones escritas por mujeres. A finales de 2019, algunas de esas sinfonías aparecieron en el disco Project W: work by diverse women composers, un tributo a las compositoras que pretende por un lado celebrarlas y por otro empezar un debate, como explica la directora: “Uno de los focos de Freeman fue ayudar a los músicos de las minorías en EE UU. Nosotros lo hemos hecho un poco más global. Project W es un intento de ocuparnos de otro grupo que ha sido rechazado, las mujeres compositoras, que solo ocupan el 2% del repertorio total”.
La Chicago Sinfonietta encargó la composición de cuatro grandes sinfonías a cuatro mujeres diferentes. Cada pieza musical tiene una historia, como su autora. Pero es Florence Price (1887-1953), primera afroamericana reconocida como compositora sinfónica, quien abre Project W con su Dance in the Canebrakes, originalmente escrita para piano y arreglada para orquesta por William Gran Still antes de que ella falleciera. La sigue Sin Fronteras, de Clarice Assad, de origen brasileño, que lleva a un viaje musical por las Américas. Coincident dances, de Jessie Montgomery, afroamericana como Price, se centra en las diferentes emociones suscitadas durante un paseo por Nueva York, su ciudad natal.
Reena Esmail, de origen india, ha relacionado sus piezas con la batalla del #MeToo. Una batalla también personal, porque sufrió acoso sexual en la preparatoria y en la universidad: “Suelo añadir una palabra en hindi porque quien quiera puede buscar el significado, quien no simplemente disfruta de cómo suena. La sinfonía #metoo tiene el mismo ritmo, la misma melodía, pero el título es clarísimo. Está claro lo que significa en nuestra sociedad y lo que significa en mi pasado. El reto es: ¿Estás dispuesto a interpretar el trabajo de una compositora que fue abusada por el mismo sistema que le enseñó a componer?”.
#metoo mezcla sonidos indios y occidentales, como en su otra pieza del disco, Charukeshi Bandish, y al mismo tiempo captura la ira del movimiento nacido en Hollywood. En la parte final de la composición, las mujeres dejan de tocar y, una por una, vuelven a cantar en el orden del año en que ingresaron en la Chicago Sinfonietta. Dance Card de Jennifer Higdon, premio Pulitzer por la música, cierra el álbum. Una composición de varios movimientos concebida para “celebrar la alegría de tocar juntos”.
El coronavirus ha aplazado el debut español de Mei-Ann Chen. Su agenda preveía cinco conciertos entre el 28 de marzo y el 2 de abril en Bilbao, San Sebastián, Pamplona y Vitoria, como invitada de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, con sinfonías de Beethoven, Rimsky-Korsakov y Bartok. Un día espera llegar a Europa para promocionar las composiciones y las autoras de Project W. Sin embargo, para Jennifer Higdon el objetivo ya ha sido alcanzado, porque el disco “demuestra que hay mujeres compositoras cuya música merece ser escuchada”. “Pero no somos las únicas”, sostiene Reena Esmail, “hay muchas otras que son fantásticas”.
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