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Crítica | Bacurau
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fiesta de miedo y espanto

Esta película desmedida y brutal, que mezcla wéstern distópico y lisérgico con realismo mágico, logró el Premio del Jurado en Cannes

Elsa Fernández-Santos
Imagen de 'Bacurau'.
Imagen de 'Bacurau'.

Wéstern distópico y lisérgico con una base de realismo mágico y un aderezo final gore capaz de mantener en vilo al espectador más desconcertado, la brutal y excesiva Bacurau ocurre en “un futuro no tan lejano” en el estado brasileño de Pernambuco, en la región del Sertón. Es decir, en un territorio mítico dentro del folclore de aquel país y del imaginario de su cinefilia. La misma árida tierra rica en leyendas y supersticiones que investigó y evocó el patriarca del Cinema Novo, Glauber Rocha, en su obra más reconocida, Dios y el diablo en la tierra del sol (1964), y en su secuela, Antonio das Mortes (1969).

Décadas después, en ese futuro tan cercano, regresan los caciques, los profetas bandoleros y las armas extranjeras a un pueblo llamado Bacurau. Abandonado a su suerte, el lugar cumple al dedillo con el cuadro de un neowéstern (un pueblo sin asfaltar, con una única calle principal que vertebra toda la tensión del relato) y el de la fábula política en tiempos de Bolsonaro (en una televisión en segundo plano se anuncian las ejecuciones públicas que están ocurriendo lejos de allí, en São Paulo). El espectador aterriza en este lugar misterioso directamente desde el espacio. La película se abre entre estrellas y satélites. “Había una vez… el hombre”, parece decir una cámara que toca tierra para subirse a un camión cisterna en el que duerme una mujer joven que regresa a su pueblo y al funeral de su abuela de 94 años.

Si en los primeros minutos asistamos a la romería de una despedida, en los finales, con todo el pueblo otra vez de testigo, asistimos a un nuevo ritual de entierro. Un golpe seco de violencia que deja todo el desasosiego de la venganza sobre los hombros. Del adiós primero a la matriarca, chamana o santera del pueblo, cuya muerte invoca “una fiesta de miedo y espanto”, al ciclón de violencia que se anuncia en una de las mejores secuencias de la película: una fabulosa estampida de caballos que atraviesa la noche y el pueblo.

Entre ambos entierros, el celebrado cineasta y excrítico Kleber Mendonça Filho, esta vez junto a Juliano Dornelles, se adentran en un mundo rural fantástico donde hay dj’s, prostitutas y pantallas de plasma. También un alcalde corrupto, una iglesia cerrada, un museo etnográfico, drones y motos. Un universo extravagante que nos remite también a Tarantino y a Mad Max, sobre todo cuando entra en acción los mercenarios extranjeros capitaneados por un personaje interpretado por el siempre inquietante actor Udo Kier. Bacurau, un éxito de crítica y público en su país, se llevó el Premio del Jurado en el último festival de Cannes. Cuando el estadounidense Michael Moore entregó a sus autores el galardón habló del arte en tiempos oscuros, de autócratas y de idiotas, también de películas que nos hacen “derrotar” la locura. Aunque sea, como en el caso de esta desmedida película, con las mismas armas de la sinrazón.

Bacurau

Dirección: Kleber Mendonça Filho, Juliano Dornelles.

Intérpretes: Udo Kier, Sonia Braga, Bárbara Colen, Thomás Aquino, Silvero Pereira, Wilson Rabelo.

Plataforma: Filmin y Movistar.

Género: wéstern. Brasil, 2019.

Duración: 132 minutos.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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