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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Viajeros de sofá

‘The Good Fight’ es una serie de abogados que debería llevar al espectador a una de las ciudades más musicales del planeta

El 'skyline' de Chicago, la ciudad donde transcurre 'The Good Fight'.
El 'skyline' de Chicago, la ciudad donde transcurre 'The Good Fight'.
Diego A. Manrique

Alégrense: vivimos un tiempo perfecto para los viajeros. ¡Los viajeros de sofá! El método es sencillo: se selecciona un destino y te sumerges en la música, la literatura, las películas generadas por esa ciudad, región o país. O puede que el lugar te elija a ti.

Un ejemplo. Estás buscando una serie de TV y te detienes en The Good Fight. No estaba previsto: sabía que era un satélite de The Good Wife, que no me había atrapado. Y tenemos derecho a sentirnos saturados de ficciones sobre el sistema judicial estadounidense. Me hace parar el dato de que la acción se desarrolla en un bufete de abogados afroamericanos de Chicago. Además, resulta adictiva: abundan los personajes asimétricos, encarnados por actores potentes. Y los temas parecen estar sacados de los titulares: la inmigración, el #MeToo, la polarización política, el ciberterrorismo, la manipulación de las redes sociales, las fake news, las intromisiones gubernamentales etc.

Tiene truco, naturalmente. En lo esencial, la serie es más blanca que el pan de molde. Nada sabemos de la vida íntima de los abogados negros, con la excepción de Lucca Quinn, encarnada por Cush Jumbo, aquí encajonada en el estereotipo de mulata guapa y veleidosa. ¿He dicho que es un encargo de CBS? No esperen aquí realismo al estilo de las series de David Simon.

The Good Fight me empuja hacia la música de Chicago. Se trata de una de esas ciudades —como Nueva Orleans, La Habana, Salvador de Bahía, Lagos— que generan más músicos de los que pueden mantener. Y prescindo de la inmensa aportación histórica: hablo del presente. Más prospera que las otras metrópolis, Chicago mantiene vibrantes escenas de jazz, rock creativo, rap y lo que honestamente podríamos denominar “música experimental”. De allí siguen surgiendo tendencias frescas como el footwork o el drill.

Con todo, cuesta resistir el magnetismo de las urbes que acogen a la gran industria discográfica, Nueva York y Los Ángeles. Ahora descubro que ya ha abandonado la ciudad Jeff Parker, el prolífico guitarrista que mejor encarnaba el eclecticismo autóctono. Parker facturaba un jazz tan imaginativo como accesible, a la vez que tocaba en Tortoise, el grupo de post-rock.

Por cierto. Uno puede disculpar lo previsible de los argumentos (en general, ganan “los buenos”) y ese ritmo vertiginoso que tan mal se compadece con el paso de paquidermo de la Justicia. Tolero peor que apenas se mencione la música vernácula, de la que los chicaguenses se sienten justamente orgullosos: en las dos primeras temporadas, solo he detectado referencias verbales a los raperos Kanye West y Chance The Rapper.

Tampoco encuentras lo que llamaríamos color local. Lo entiendes finalmente cuando te soplan que The Good Fight se filma… en Nueva York.

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