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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Un ‘beatnik’ entre los modernos

Productor de Marianne Faithfull, Lucinda Williams o Lou Reed, Hal Willner era sobre todo un tipo genial y el conceptualizador y realizador de proyectos hoy seguramente imposibles

Diego A. Manrique
Hal Willner y Lou Reed, en 2006.
Hal Willner y Lou Reed, en 2006.Patrick McMullan (Patrick McMullan via Getty Image)

Entre la macabra cosecha de la plaga, ha pasado desapercibido el fallecimiento de un tipo genial; no suelo desenfundar ese adjetivo pero aquí se aplica a Hal Willner. Oiga, no se trata de reprochar esa relegación: el mérito profesional más visible de Willner era su trabajo en Saturday Night Live, el programa de humor de la cadena NBC, que aquí no significa mucho.

Otro inconveniente: Willer no encaja en el raquítico concepto de lo que vulgarmente se considera un artista: su nombre rara vez aparecía en portada con letras grandes; apenas encontrarán sus rastros en Spotify. Ejercía labores de productor. Productor de amigos como Marianne Faithfull, Lucinda Williams o Lou Reed, pero también, y sobre todo, conceptualizador y realizador de proyectos hoy seguramente imposibles, sobre todo a la escala a la que nos acostumbró Willner.

Se podría afirmar que fue el descubridor de los discos de homenaje, aunque rechazaba horrorizado esa distinción al ver cómo su invento se ha achabacanado. Para Willner, el deleite residía en facilitar que músicos de universos ajenos se internaran en el repertorio de Nino Rota, Thelonious Monk, Kurt Weill ¡o Walt Disney! No era ni sencillo ni barato: para grabar a The Rolling Stones en su saludo a Charles Mingus debió esperar a que se aprendieran el tema y que tuvieran (¡en Madrid!) unas horas libres para entrar en un estudio.

Sospecho que Willner, nacido en 1954, era un beatnik tardío. Lo digo por los álbumes musicalmente audaces que hizo para Allen Ginsberg o William Burroughs. También, por su identificación con los cantos de piratas, a las que dedicó dos discos (Rogue’s Gallery). Incluso, por su reivindicación de la anarquía controlada de las miniaturas que Carl Stalling facturaba para los dibujos animados de Warner Brothers. Estaba empapado en el anecdotario de la disidencia: cuando invitó a Sting a cantar Mack the Knife, le recordó que era el tema que los periodistas, esos cabrones, procuraban que sonara en las paradas de las campañas presidenciales de Richard Nixon, sabiendo que el hipersensible candidato se daría por aludido. Un chiste para hipsters de la vieja escuela que valía la pena repetir.

Con la entrada de la era digital, las discográficas dejaron de patrocinar aquellos caprichos y Willner desplazó sus esfuerzos hacia los espectáculos en directo, convocando a abundantes ídolos milenials. Logró el mayor de sus éxitos con I’m Your Man, basado en el cancionero de Leonard Cohen y convertido en disco y película (pero carente, lástima, de las anteriores exploraciones laterales). Uno desearía que, en algún momento, se rescataran / adecentaran las grabaciones de aquellos eventos dedicados a Doc Pomus, Shel Silverstein o Bill Withers. Algo improbable, dada la devaluación del soporte disco. Pero, no lo olviden, Hal Willner sabía hacer milagros

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