La casa de los Peláez | Capítulo 5: La movida de Miriam, ahora sí
Lo prometido es deuda: sabremos qué tiene a la joven Peláez en otro mundo. Quinta entrega de la novela humorística por entregas sobre el confinamiento
Como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, quisiera aprovechar que los distintos miembros de la familia Peláez tienen una misión encomendada para detener el vertiginoso discurrir de la actualidad y reproducir con leves retoques de mi cosecha la famosa movida que la bella Miriam confió a su hermano mientras se fumaba un canuto asomada a la ventana.
Resulta que, acomplejada por su paupérrimo dominio de la lengua inglesa, Miriam había decidido tomar lecciones particulares en IDIOMAS OXFORD, un centro de enseñanza cercano a su domicilio, en el popular barrio de Usera. Tras realizar una prueba de ingreso, se inscribió en el curso básico, a la sazón impartido por Taylor Rich, un joven inglés natural de Bristol, que durante varios meses la instruyó con paciencia y amonestó con ternura no exenta de severidad. Y como la costumbre hace el cariño, fue naciendo en ella una afición por Taylor que iba más allá de ese afecto filial que une a los discípulos con los maestros.
Sí, la bella Miriam se enamoró. Ella, que veía a los hombres —y no a todos— como meros instrumentos de satisfacción sensual y que siempre se había declarado incapaz de sentir fascinación por aquellos seres básicos y elementales, descubrió que la simplicidad también podía resultar encantadora precisamente por lo que tenía de previsible. Pero, aunque Taylor era muy simple, no resultada en absoluto previsible.
—La semana pasada —le contó Miriam a su hermano entre calada y calada—, mientras nos poníamos los guantes de látex para ir a la manifestación del 8M, Taylor me confesó que no se llamaba Taylor Rich, sino Juan Francisco Serrano, y que no era de Bristol, sino de un pueblecito de Guadalajara por donde discurre una fuente clara de verdes cenefas, al que prometió llevarme para que me sumergiera en sus frescas aguas cuando la pesadilla en la que vivía hubiera terminado. Tampoco era profesor de inglés, sino relaciones públicas de una discoteca de Algete y propietario, junto a otros dos socios, de un whisquería de temática hawaiana a las afueras de Moralzarzal. Se había hecho pasar por profesor de inglés porque le perseguían los asesores de la Zarzuela.
Juanfran —que así le pidió él que lo llamara— había reconocido que su participación en el 8M no venía dada por la solidez de sus convicciones feministas —que las tenía—, sino por la necesidad de mezclarse con la multitud, aun a riesgo de contraer el virus, y poder así dar esquinazo, como vulgarmente se dice, a sus perseguidores. Comprando voluntades y forzando confesiones, los asesores de la Zarzuela habían descubierto por enésima vez su fingida identidad. Así vivía él desde hacía años, mudando de identidad como el áspid se deshace de su piel en primavera (lo del áspid no lo dijo él, esto es de mi cosecha).
—Menos el amor que te profeso, Miriam, todo lo que te he dicho es mentira —le confesó Juanfran—: mi nombre, mi profesión y las reglas para construir oraciones condicionales en inglés. Ahora, cuando salgamos a la calle y mi figura se desdibuje entre los miles de personas que claman por la igualdad entre hombres y mujeres, yo aprovecharé la muchedumbre para, confundido con ella, escapar de ellos una vez más. Pero antes de desaparecer he decidido confiar en ti y, como prueba de mi fidelidad, entregarte este preciado objeto para que lo pongas a buen recaudo porque de él depende mi salvación. Si en el transcurso de un mes, no has vuelto a tener noticias mías, ábrelo. Su contenido te indicará lo que tienes que hacer con él.
Y Juanfran le entregó un pendrive.
- Pueden leer aquí los capítulos 1, 2, 3 y 4 de la serie.
Mañana, capítulo 6: Los asesores de la Zarzuela.
Antonio Orejudo es escritor. Autor de Ventajas de viajar en tren, recientemente adaptada al cine, sus últimos libros son Los cinco y yo (Tusquets, 2017) y Grandes éxitos (Tusquets, 2018).
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