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LA LIBRERÍA
Columna
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La guerra, van a matar a mucha gente

‘Rosa de Madrid’ es un cuento de Juan Eduardo Zúñiga que conserva el fulgor del drama de la contienda

El escritor Juan Eduardo Zúñiga en 1995.
El escritor Juan Eduardo Zúñiga en 1995.Santos Cirilo
Juan Cruz

Impresiona Rosa de Madrid, deja en el que lo lee una perplejidad como de herida, un surco de amor y dolor, un aullido. Un puño hasta la garganta, un susurro de hierro. El miedo. “¿De qué tienes miedo?”, le pregunta un hombre, y Rosa responde, únicamente: “La guerra, van a matar a mucha gente”. Madrileña que busca, en medio de la contienda, algo parecido al consuelo, el amor. A su alrededor Rosa percibe “un único tambor enorme”, “una multitud silenciosa y malvada, dispuesta a destruir todo”, y grita, “aúlla durante horas”. Mientras tanto ha ido buscando el amor, un riesgo en todas sus formas, incluida la forma de la ternura.

Rosa de Madrid es un cuento de Juan Eduardo Zúñiga, está en Capital de la gloria (Alfaguara, 2003), y conserva el fulgor de la escritura de este hombre que, hasta el fin de sus días (murió en Madrid, a los 101 años el pasado 24 de febrero), hizo del drama de la guerra una música única, persistente, solitaria, un eco en la soledad de los atemorizados. ¿Por qué es tan extraordinario este relato en concreto?, le pregunté a Ángeles Encinar, profesora que también ha analizado (hace un año, en Cuadernos Hispanoamericanos) el texto que lo precedió, Ojos de miedo, censurado en 1953 y guardado para siempre por su autor.

Dice Encinar: “Rosa de Madrid es un relato extraordinario porque el lector acompaña a la protagonista en sus recorridos por las calles y los barrios de la capital y es, a la vez, testigo de la transformación que la guerra provocará en la ciudad y en la joven. Lo ilustra con maestría el final del primer párrafo: ‘Rosa […] cruzó en rápida travesía, como un fulgor, no fuego de altas llamas sino chispa de intenso brillo y, en seguida, humo, que se disipa y pierde en las silenciosas ráfagas de olvido’. En pocas páginas, Zúñiga ofrece un testimonio de las víctimas inocentes y de los intensos daños psicológicos producidos por la guerra: el deterioro de Rosa avanza al ritmo trepidante de la contienda. Busca el amor y el placer para mitigar el horror de su entorno, pero el pavor se impone y dirige a la joven de veinte años a la demencia. El aullido final es símbolo de su enajenación”.

En esta obra de arte hay historia y hay escritura, como si se soplaran a la vez, desde lugares distintos, hasta lograr una perfecta, aterradora armonía, que ahora podemos imaginar escrita con aquella letra perfecta, firme y educada del gran cronista íntimo de una guerra de aullidos. La joven asiste al deterioro como si su cuerpo, su voz y su alma fueran la expresión de la derrota que es la guerra. “Se fue degradando lo mismo que la ciudad que la rodeaba y a la que pertenecía, que de ser hermosa y limpia, con jardines y avenidas, iba arruinándose, bombardeada, hambrienta, sucia y fantasmal en su silencio de calles desiertas”. La destrucción o el amor, el definitivo asesinato de la ternura, la piel aterida de la chica y de la ciudad, el mapa destrozado de los afectos, el miedo como columna vertebral de su locura. “A Rosa, los sencillos y graciosos veinte años se los rompió aquel horror, tan ajeno a su desenfado y alegría, quebró la juvenil sustancia, recién iniciada a la vida”.

El cuento es un puño cerrado, como un ánimo escrito en medio de la herida, cuando ya nada se espera y es sangre y dolor y muerte lo que hay más allá del amor, la física templada de los cuerpos. “Unos minutos extrañada, en otros, incómoda, en otros complacida por roces suaves que no se diferenciaban de su natural ternura”. Hasta que acude la realidad a hacerle su esquiva compañía. “Lo que había previsto y temido desde adolescente, una sacudida violenta o un dolor, pasó como una intimidad, breve porque el reloj marcaba la hora de acudir al trabajo”.

El miedo es la esencia abrumadora de la guerra. “Si hubiera querido explicar su miedo ya no le daría este nombre”. Como César Vallejo, por ejemplo, Zúñiga asiste a Rosa con otras palabras del diccionario que retumba en medio de una guerra y le deja que use mordedura, ya presente en Ojos de miedo. “Mordedura, pues su entorno confluía hacia ella para herirla”.

Leer este cuento es tocar en lo más profundo de lo que dijo Zúñiga sobre el pavor cuya música él descubrió con la maestría con la que dijo su propio susto.


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