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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un escritor heterodoxo

Proponía un camino diferente, el del realismo metafórico, distinto del llamado realismo crítico, pero con un objetivo similar de experimentación y preocupación estética

Zúñiga, que posa en esta imagen durante una entrevista en su casa en Madrid, en junio de 2010.
Zúñiga, que posa en esta imagen durante una entrevista en su casa en Madrid, en junio de 2010.SAMUEL SANCHEZ

Juan Eduardo Zúñiga es conocido, sobre todo, por sus libros de cuentos, su magisterio es indiscutible. Sin embargo, sus dos primeras obras fueron novelas: Inútiles totales y El coral y las aguas, recuperadas el año pasado por la editorial Cátedra en una edición crítica. La primera apareció justamente un día del mes de febrero de 1951, cuando, por sorpresa, el escritor llevó la novelita autoeditada a sus contertulios del Café Lisboa.

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En 1959 El coral y las aguas obtuvo el premio novela breve de la revista Acento Cultural. Cuando se publicó en 1962, en Seix Barral, fue ignorada por la crítica, por colegas y amigos. Esta reacción solo se explica por la obsesión con el realismo social de sus coetáneos. La amistad entre ellos no suponía una afinidad literaria. El coral y las aguas iba “contra corriente”. Su realismo metafórico y su lenguaje simbólico resultaban difícil de entender y la localización en la Grecia clásica reforzaba la sensación de extrañamiento. Ni siquiera el propio editor comprendió la obra. Tardó más de un año en publicarla y cuando lo hizo anunciaba en la portada “relatos”, contradiciendo la palabra novela de la contraportada y sin previo aviso ni consentimiento del autor.

No hay duda de que El coral y las aguas se distanciaba de la estética predominante. No obstante, sorprende que la crítica literaria fuera incapaz de valorarla. La propuesta de Juan Eduardo Zúñiga en aquel año, el mismo de publicación de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, suponía al igual que esta novela una vía de renovación para la literatura, una vertiente que se apartaba de la inmediatez política y testimonial de aquella novelística. Proponía un camino diferente, el del realismo metafórico, distinto del llamado realismo crítico, pero con un objetivo similar de experimentación y preocupación estética. El autor no ignoraba la dificultad del texto y en la edición de 1962 incluyó unas páginas (no llegan a tres) justificativas. Admitía su lenguaje enigmático y temía que sus personajes fueran “tan impenetrables como reservada era la época en que los había descrito. Época sumergida en el silencio, época de ocultación y sigilo, anegada en el recelo a la injusticia, en el miedo a la violencia”. También declaraba su necesidad de expresión y de comunicación con los demás, aunque hablar era “un delito castigado”. Por ello, buscó el modo de enmascarar su pensamiento y encontró refugio en el mundo antiguo. Las fantasías situadas en una época remota no se juzgarían peligrosas y así la verdad, lo visto y escuchado con espanto durante años, se ocultaba tras una careta. Esta fue la génesis de su libro. Extraña que estas declaraciones, tan transparentes, no tuvieran censura, pero, sobre todo, que no sirvieran para una adecuada comprensión del texto. El exordio desapareció en la edición de 1995.

El simbolismo del título y de la novela se desvela en un fragmento del primer capítulo, donde el personaje Ictio descubre el significado del coral, de esa ramita que más adelante al pasar de mano en mano subrayará la idea de solidaridad. El coral se erige en símbolo de la resistencia y la rebeldía, como se evidencia al situar la obra en su contexto histórico-político. Hay un enmascaramiento perfecto de la realidad española, acometido desde el dominio del discurso narrativo. Ahí radicaba su heterodoxia.

El poder del amor, encarnado en la sensualidad femenina, es motivo recurrente en la narrativa del autor. La protagonista, Paracata, cautiva a los personajes masculinos y les muestra un nuevo destino, muy distinto de los ofrecidos por su vida rutinaria y sus oficios. Ella representa la solidaridad y les proporciona la clave para entender su futuro. El mensaje es también otro motivo reiterado. Lo transmiten sus personajes sin la seguridad de que llegue a su destinatario, pero siempre queda la intención.

La conclusión de la novela resume a la perfección el pensamiento del escritor. “Tengo una fe instintiva en que los jóvenes salvarán al mundo y se salvarán ellos”, decía en una entrevista de 1999. Con El coral y las aguas Juan Eduardo Zúñiga transmitía un mensaje de ánimo y de futuro en la década de los sesenta. El miedo, la opresión, el pensamiento antiguo debían quedar sepultados. El coral que pasaba de mano en mano les proporcionaría la fuerza y la decisión para perseguir un destino nuevo. El simbolismo de la novela intentaba infundir un espíritu de inconformismo y de optimismo que sus contemporáneos no fueron capaces de descifrar.

En aquellos años de incomprensión, el autor se refugió en otra de sus pasiones: la literatura rusa. Los imposibles afectos de Iván Turguéniev (1977) y El anillo de Pushkin (1983) son dos libros de ensayos sobre escritores predilectos. Temas y motivos de sus obras los recrea con su particular mirada. La frase popular rusa, "El alma ajena es un bosque sombrío", considerada por Zúñiga lema de Turguéniev, ha planeado asimismo en la escritura del madrileño.

Juan Eduardo Zúñiga es un escritor fundamental en la literatura española de los siglos XX y XXI. Ha sido un precursor en varios sentidos: al practicar una estética diferente en la época de posguerra y al proponer temas transgresores. Ética y calidad literaria han ido siempre de la mano en su producción. La sombra de este excepcional autor, heterodoxo, como los grandes, nos acompañará siempre.

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