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Crítica | Espías con disfraz
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Precocidad científica

Se despliega como un precioso elogio de la peculiaridad y la extravagancia de carácter en los críos

Los dos protagonistas de 'Espías con disfraz'.
Javier Ocaña

Un modesto cortometrajista estadounidense llamado Lucas Martell creó en el año 2009 Pigeon Impossible (Pichón imposible), una simpática pieza de apenas cinco minutos, bonitos diseños y animación algo tosca, con la que obtuvo premios en festivales internacionales y que sobre todo le sirvió para que se fijara en su historia la división animada de la 20th Century Fox: la productora pagó los derechos para realizar un largometraje que una década después se ha convertido en Espías con disfraz, dirigido por Troy Quane y Nick Bruno, y que poco tiene que ver con el corto original salvo la presencia del espía protagonista y de la paloma secundaria.

ESPÍAS CON DISFRAZ

Dirección: Troy Quane, Nick Bruno.

Intérpretes: Will Smith, Tom Holland, Ben Mendelsohn, Karen Gillan (voces).

Género: animación. EE UU, 2019.

Duración: 101 minutos.

Martell, que sigue haciendo cortos y ni siquiera ha participado en el largo, ha visto desde la distancia cómo la sencilla pero efectiva historia del pichón empeñado en comerse el donut de un espía, y que tras meterse en su maletín cibernético casi provoca la Tercera Guerra Mundial con Rusia, se ha transformado en una película sobre una especie de James Bond que debe lidiar con uno de los jovencísimos fabricantes de artilugios para su arriesgado trabajo. El agente protagonista mantiene el diseño de Martell, piernas y brazos delgadísimos y alargados, cabeza desproporcionada, en una singularidad que se ha trasladado también al (aquí) verdadero gran personaje: el chico raro y esquinado, genio de la ciencia a la manera de los frikis de The Big Bang Theory, que entra a trabajar en la CIA pero al que pocos toman en serio. Así, Espías con disfraz se despliega como un precioso elogio de la peculiaridad y la extravagancia de carácter en los críos: “¡Qué aburrido serían el mundo, los colegios y la vida sin la presencia de los raritos!”.

En la versión original, Tom Holland pone voz al chico, mientras Will Smith no solo se luce con su habitual prodigio vocal interpretando al espía, sino que también ha traspasado su imagen al dibujo: raza negra y mismas características faciales. Fresca y deliberadamente menor en su falta de pretensiones, quizá consciente de jugar en otra liga a pesar de que la reciente compra de Fox por parte de Disney haya llevado a que sea la todopoderosa casa de los dibujos animados quien la distribuya, Espías con disfraz puede salir reforzada en una Navidad en la que, en principio, nunca será la primera apuesta para la taquilla.

Se ve con gusto, contiene dos gags fantásticos sobre el efecto que pueden producir el silencio y la detención del tiempo en el cine, con los fotogramas justos para provocar una gran sonrisa, y añade un magnífico prólogo en el que se resume su espíritu reivindicativo: unos minutos iniciales protagonizados por el joven inventor, años atrás y aún en la primaria, desternillante genio precoz en la fabricación de métodos de defensa para su madre policía.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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