La leyenda de Camarón como reclamo
Un festival de música fusión con el nombre del cantaor reúne a una heterogénea selección de artistas andaluces
La fecha elegida no fue casual, el 5 de diciembre es la del nacimiento del cantaor y, en este año, habría cumplido los 69, momento elegido para poner en marcha un festival casi temático con el nombre del artista y la intención de convertirse en cita perdurable: FusiónxCamarón. El valor de la marca Camarón parece no perder vigencia —es incontable la legión de camaroneros— y resultan ilimitados en el tiempo y en sus formas los intentos de rentabilizar su tirón: el lanzamiento de grabaciones inéditas, la celebración sucesiva de diversos aniversarios —el 25º de su fallecimiento dio lugar a un congreso—, filmes y series que están en Netflix, y ahora este festival que ha contado con la aprobación y participación de su propia familia, que inauguró el evento con una fiesta en la que —en una suerte de reedición de una vieja amistad— se encontraron con Ana Rancapino, hija del cantaor de Chiclana con el que José compartió correrías de infancia y juventud.
El lugar no podía ser otro, la Isla, que lució como nombre artístico y un emplazamiento lleno de connotaciones: junto al Caño de Sancti Petri, donde José se daba sus baños de niño, y muy cerca de la Venta de Vargas, testigo de sus primeros cantes. Justo al lado, una construcción ya avanzada anuncia el que será Centro de interpretación de Camarón de la Isla. Una gran carpa levantada para la ocasión con el formato de los festivales de verano, pero que este jueves ha acogido a unas 2.000 personas de toda edad y condición, desde parejas con carritos de bebé hasta marchosos sesenteros. Un transversal ánimo festero imprescindible para las más de 14 horas de concierto anunciadas.
En el cartel, una muy heterogénea reunión de figuras, algunos incluso coetáneos del cantaor que llegaron a compartir la irrepetible experiencia que fue la grabación de La leyenda del tiempo. Como es conocido, Kiko Veneno, pero también Diego Carrasco o Raimundo Amador, aunque una gripe lo dejase recluido en el hotel la mayor parte del tiempo. Los tres, con trayectorias muy marcadas por su fuerte personalidad, fueron figuras centrales del evento. El resto compondría una compleja amalgama de músicas, en mayor o menor grado de relación con la herencia de Camarón, y con la libertad formal como legado común.
Alba Molina, que este jueves hizo doblete y participó también en el homenaje a Carmelilla Montoya en Sevilla, es buena expresión de esa libertad, aunque últimamente se ha decantado por rescatar la herencia de sus padres (Lole y Manuel). También lo es la joven cantaora cordobesa María José Llergo, representante de una generación que, a través de las redes sociales, logra la popularidad con unos cuantos temas antes de haberlos plasmado en una grabación. Casi todos ellos — la combativa Canción del soldado, de Chicho Sánchez Ferlosio o la dolida Nana del Mediterráneo, entre otras— estuvieron presentes en una actuación en la que, al igual que su compañera, tuvo que luchar con un bullicio generalizado. Un formato este de los festivales que parece no ser el idóneo para este tipo de expresiones. Todo lo contrario que lo que ocurre con el grupo roquero sevillano Derby Motoreta’s Burrito Cachimba, que elevó el tono de inmediato con sus decibelios y su impecable y contundente sonido. Ecos de un pasado rock andaluz con fuertes dosis de noise y psicodelia y un solo puente con el motivo de la reunión: su conocida y controvertida versión de la Nana del caballo grande, del cantaor.
Diego Carrasco, con Maloko (de la saga Sordera) y Carrasco Family ejercieron de puente manteniendo las constantes vitales de ánimo y, sobre todo, del compás marca de la casa. Con ellos, comenzaron a aparecer los himnos, esas canciones que elevan el tono de los asistentes y los une en un coro común: Alfileres de colores o los camaroneros tangos extremeños que regalara Maloko como homenaje final. Entre repertorio e himnos también se mantuvieron Raimundo Amador y Kiko Veneno. El primero, con Tomás de Perrate de pretoriano de lujo para cuestiones cantaoras, estuvo pletórico, entregándose a largos desarrollos y rifs de guitarra. Evocó lo mismo a B.B. King que a Paco de Lucía y no escatimo con sus particulares hits, sin faltar el homenaje de Pata Negra a Camarón (Ay, José) o su popular Bolleré. Kiko Veneno mostró en la espalda de su chaqueta el emblema de su último disco, Sombrero roto. Muchos de los temas fueron de la grabación, pero en el tramo final no faltaron ni Joselito ni el Mercedes blanco. Antes había sonado Abanico de cristal. Siempre con el acompañamiento de su Banda del Retumbe, que sigue y anima su sobrio discurso.
La noche anunciaba una cierta dispersión cuando, bien entrada la madrugada, se sucedieron en el relevo Maka y los hermanos Lin y Nani Cortés. A ninguno de ellos les faltaron seguidores, cuando le tocó al jerezano Tomasito cerrar la velada. Nadie como él, con su torbellino de gracia y compás, para elevar el ya inevitablemente decaído ánimo. Si hubiera sido verano, aquello habría acabado con al alba, como en los viejos festivales. Pero era invierno y, además, esto era otra cosa.
Babelia
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