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DANZA | Orfeo y Eurídice
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las furias prueban su eternidad en Schwerin

El coreógrafo Stefano Giannetti dirige la concepción de un ‘Orfeo y Eurídice’ de Gluck como ópera-ballet coral

La 'mezzosoprano' española Itziar Lesaka, en 'Orfeo y Eurídice' con el cuerpo de baile de Schwerin.
La 'mezzosoprano' española Itziar Lesaka, en 'Orfeo y Eurídice' con el cuerpo de baile de Schwerin.Silke Winkle

Dicho en lenguaje coloquial, en este Orfeo y Eurídice baila todo el mundo. Cuerpo de baile, solistas coréuticos, coro, cantantes y extras se someten a un ritmado y constante movimiento coreográfico que atraviesa toda la lectura, los dos actos de la legendaria ópera estrenada en Viena en 1762 y que tanto y tan poderosamente influyó en muchos autores posteriores. Este es el título escogido como nueva producción por la Mecklenburgischen Staatstheater, la Ópera de Schwerin (Alemania), donde hay en escena una nutrida presencia de artistas españoles: cinco bailarines como solistas de la parte coreográfica y la mezzosoprano donostiarra Itziar Lesaka compartiendo el rol protagónico de Orfeo, todos bajo la dirección escénica y coreográfica del romano Stefano Giannetti, actual director del Teatro de Dessau y del que veremos dos coreografías en el próximo diciembre, dentro del festival Madrid en Danza. El estreno el pasado fin de semana ha sido exitoso y las funciones se prolongan dentro de la programación orgánica de la temporada hasta abril de 2020.

Es importante destacar cómo Giannetti, el director musical Manfred Mayrhofer y el dramaturgo Peter Larsen han tenido en cuenta qué ha pasado con la obra en estos dos siglos y medio de andadura, la pasión visceral que ha despertado siempre en el mundo del ballet y la danza moderna (Pina Bausch hizo su hoy tenida por canónica versión en 1975 y, un año antes, en 1974 ya había dirigido y coreografiado Ifigenia en Táuride, también de Gluck, ambas en Wuppertal). Como Bausch, usan hoy en Schwerin la versión vienesa, y los diseños, aún en su modernidad y acento minimalista, son respetuosos con el drama mitológico, no vulneran trama ni situaciones.

El baile por momentos dobla con su fuerza plástica al canto, como en el dueto principal del segundo acto entre Orfeo y Eurídice, pero otras veces se alza con el protagonismo absoluto. Es un montaje moderno, pero mantiene con mucho acierto los márgenes de la ópera-ballet de tradición, dando un lugar preminente a la danza ilustrativa. Desde Bausch, ningún teatro alemán había intentado esta aventura y Giannetti ha recuperado la magia del teatro de ballet a la antigua, pero muy instalada en el siglo XXI, como con el uso de la maquinaria escénica de tormenta del siglo XIX, lo que, aderezado con un trabajo de vídeo abstracto pero muy sugerente dotan a las escenas del averno de un dramatismo convincente. El final es sorprendente: las furias retraen a Orfeo del ambiente fantástico y Giannetti hace que dos soldados lo uniformen y lo lleven a la guerra. Es verdad que esto hace dar un respingo al público en sus butacas, es una llamada de atención sobre los problemas globales de hoy. Los sutiles diseños, a veces conventuales, contribuyen lo suyo a esa síntesis.

Schwerin ya es en sí mismo un sitio encantado y encantador donde la música de Gluck, con su probada eternidad, entra líquidamente, se instala de manera mágica y natural en el paisaje y la delicada arquitectura histórica. Pensemos que la ciudad antigua se salvó por la campana con la caída del Muro, pues Honecker tenía ya planificado arrasarla para construir una nueva mole de colmenas junto al lago. Hoy todo está primorosamente restaurado y en funcionamiento con la cultura como bandera principal: los museos, el castillo y sus colecciones, la propia Ópera ofrecen un abanico donde la música y la danza van en cabeza de una recomposición ambiental y política que, pasados 30 años, sigue teniendo sentido.

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