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La derrota de las generaciones

Daniel Serrano aborda en su primera novela el conflicto generacional entre padres e hijos mediante un esbozo de la historia reciente de España

Juan Luis Cebrián
Carteles electorales del PSOE en Guadalajara en 1977.
Carteles electorales del PSOE en Guadalajara en 1977.VOLKHART MULLER (EFE)

“Somos una generación que siempre pierde”.

Esta reflexión del protagonista principal de la novela Cal viva bien podría ser el resumen del relato que Daniel Serrano presentó en público la semana pasada. Se trata de una primera novela, con más virtudes que defectos de aquellos en los que habitualmente incurren las óperas primas. El acto de presentación, en el que participamos Pablo Iglesias y quien esto escribe, sirvió como era de esperar para que los fabuladores de turno buscaran conspiraciones e intrigas allí donde no existía sino una convocatoria en torno a la literatura. Y precisamente en lo referente a una cuestión que el propio autor evocaba en la nota que me envió solicitando mi presencia: “La luz generacional que tienen las narraciones verdaderamente emocionantes”.

El protagonista aspira a recuperar la fe revolucionaria traicionada por su progenitor

No estoy seguro de que esto sea siempre así, pues hay inmortales obras de ficción que son exclusivo fruto de la imaginación de quienes las escriben, sin que reflejen para nada sus experiencias o sentimientos personales. Pero es frecuente que los primeros pasos de un narrador novel busquen a un tiempo, incluso involuntariamente, la introspección sobre sí mismo y la descripción de su entorno más cercano. A este género literario es a lo que algunos llaman novela generacional, que en el caso que nos ocupa pretende, en palabras del propio Serrano, contar “una historia de padre e hijos, pero también un esbozo de la historia reciente de España realizado con fragmentos de una memoria sentimental”.

El relato exhibe una fortaleza narrativa considerable, capaz de atraer la atención del lector desde sus primeras líneas. Utiliza un lenguaje directo a base de recrear diferentes voces de distintas edades, en las que sobresale una reflexión colectiva sobre el devenir de la izquierda durante la transición política española. También, y sobre todo, acerca de lo que en mi opinión el protagonista considerable indudable: su fracaso. El conflicto generacional tiene lugar entre un antiguo militante del FRAP, grupúsculo marxista leninista partidario del uso de la violencia, que acaba convirtiéndose a la socialdemocracia, y su hijo. Este aspira a recuperar la fe revolucionaria traicionada por su progenitor a cambio de un puesto en el Gobierno, y con quien rompe toda comunicación durante años. El devenir de ambos, mezclado con una abarrotada sucesión de acontecimientos en la vida política española, compone la partitura de una composición coral en la que se utilizan reflexiones, notas extraviadas, extractos de diarios, cartas y recuerdos. Supongo que el título de la novela, que hace referencia a una conocida frase del líder de Podemos pronunciada en sede parlamentaria, servirá para animar las ventas o al menos la curiosidad del mercado. Pero la obra no versa sobre el terrorismo de Estado; tampoco sobre los asesinatos por parte de la policía de los terroristas etarras Lasa y Zabala, suceso que causó gran conmoción en su día, ni son estos hechos los que constituyen la principal denuncia de las muchas que recorren sus páginas. El núcleo fundamental reside en el conflicto interno entre dos concepciones del devenir reciente y el papel de la izquierda en nuestro país, que en absoluto oculta una crítica feroz, aunque de brocha gorda, del PSOE y su rol en la construcción del nuevo régimen. O sea, de lo que el joven protagonista considera una traición de su padre a los ideales que un día le animaron.

Desde el punto de vista generacional, el libro tiene interés para comprender algunos aspectos del ­15-M y sus secuelas; también la frustración de las formaciones marxistas, a menudo representada hoy por las ingenuas declaraciones del líder de Izquierda Unida. No se contempla, empero, el formidable impacto que tuvo en las conciencias de izquierda la demolición del muro de Berlín y la hecatombe del llamado imperio soviético. La vida de los personajes está preñada de un sorprendente espíritu provinciano, aunque sea Madrid el lugar donde suceden los hechos. Y en la reflexión que los protagonistas hacen sobre su propio deterioro moral y político no emerge en ningún momento una idea de la transición española como reconciliación entre vencedores y vencidos de la Guerra Civil.

Pero una novela no es un tratado de historia ni un documental de la realidad. Precisamente por ello, las ausencias y vacíos de sus personajes nos permiten entender mejor algunos aspectos de la crisis política que hoy mismo padecemos. Luce la vocación del autor por exponer sentimientos, sin necesidad de justificar por eso renuncias y fracasos morales. Sobresalen los episodios de traición entre militantes de los diferentes partidos comunistas; las debacles amorosas a veces explicadas por convicciones o acciones políticas; el culto a la ideología frente a la plasmación de la realidad, y la denuncia del pragmatismo como una corrupción en vez de un homenaje al compromiso político. No se puede decir que el lector vaya a disfrutar de sus páginas porque es un relato duro, desesperanzado y amargo, aunque merodee la búsqueda imposible de un final feliz. Pero no perderá el tiempo embebiéndose en su lectura, y le resultará imposible perder el hilo del relato o seguirlo a plazos, habida cuenta de la habilidad y el poder narrativo de la prosa de Daniel Serrano. Que acaba por echar una paletada de cal viva a los sueños de toda una generación.

Cal viva. Daniel Serrano. Suma, 2019. 384 páginas. 17,90 euros.

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