Un caserío que vibra en la música
Esta zarzuela no decepciona nunca, por más que su trama argumental soporte regular el paso del tiempo
Este trimestre viene marcado en el Teatro de la Zarzuela por la figura de Jesús Guridi (1886-1961). Ayer subía a escena su zarzuela más importante, El caserío. Y el próximo noviembre lo hará su primera ópera, Mirentxu. Todo un homenaje que el genial vitoriano merece sobradamente. Añádase a ello que El caserío fue estrenada en este mismo teatro el 11 de noviembre de 1926 y que no volvía a esta “su casa” desde 1977.
El actual montaje es una coproducción del Arriaga de Bilbao y el Campoamor de Oviedo y se ha visto en Madrid en los Teatros del Canal. No importa, ni la obra ni el montaje se han desgastado lo más mínimo. Esta zarzuela, vasca por antonomasia, no decepciona nunca, no lo hizo en su triunfal estreno en aquella década prodigiosa de los años veinte y tampoco lo hace ahora, por más que su trama argumental soporte regular el paso del tiempo. Pero la música de Guridi es una auténtica caja de sorpresas. Está su recreación de los temas populares vascos, su apoteosis del zortzico; pero está también su habilidad para narrar desde la orquesta, su poderío técnico, su inspiración sinfónica. Junto a tanta perfección, solo desmerece un poco el corto aliento de las romanzas a las que no ayudan demasiado el tópico de la historia de amor previsible que le prepararon Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw. Pero sobre ello, predomina y triunfa el nervio de un músico que canta con la orquesta y que pinta con una colorida orquestación.
EL CASERÍO
Música de Jesús Guridi. Libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández- Shaw. Dirección musical, Juanjo Mena. Dirección de escena, Pablo Viar. Escenografía, Daniel Bianco. Reparto: Raquel Lojendio / Carmen Solís, Ángel Ódena / José Antonio López, Andeka Gorrotxategi / José Luis Sola, Marifé Nogales / Ana Cristina Marco… Aukeran Dantza Konpainia. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Fechas: del 3 al 20 de octubre. Teatro de la Zarzuela. Madrid.
Según esto, una reposición de El caserío pide una orquesta y un director solvente, y ese binomio es la clave de este montaje. Juanjo Mena, tan buen director como vasco que asegura vivir en un caserío, se alza en protagonista con un ejercicio de brillantez y brío que lanza esta producción como una de las mejores que han subido al Teatro de la Zarzuela en muchos años. Bajo su magisterio, la ORCAM suena como en sus mejores momentos. Algo menos lo hace el Coro, pero no llega a desmerecer. Y mención especial para esa notable compañía de danza vasca Aukeran, ocho bailarines que, desde la perfección, se integran en el montaje de modo convincente.
Naturalmente, todo buen montaje lírico se apoya en un reparto convincente artística y actoralmente, y el equipo lo hace. No llega a lo sublime, no sería fácil, pero tiene homogeneidad y buenos timbres teatrales y vocales. En el primer reparto, el del estreno, la soprano Raquel Lojendio dio cuerpo a una Ana Mari íntima y a la vez segura de su designio, alcanzar el amor y asegurar el sagrado destino de una casera vasca, mantener el patrimonio familiar. Por su parte, el tarambana de su luego novio, José Miguel, viene firmado por el tenor vasco Andeka Gorrotxategi, bien plantado, con seguridad vocal y buen tono físico, encarna al atolondrado y posterior azorado enamorado con sutiles rasgos locales que sin duda conoce bien. El maduro tío, Santi, lo canta bien Ángel Ódena, y el resto del reparto no desentona nunca, canta con seguridad y hace teatro, a veces incluso bueno, lo que no es habitual en una zarzuela. Cómo no mencionar el célebre dúo conocido como “Chiquito de Arrigorri” en el que Pablo García López, el simplón Txomin, da la réplica a José Miguel.
Y una última mención, pero no menos importante, para la parte escénica. El caserío se deslocaliza mal, se agradece, por tanto, que no se intente. Pablo Viar en la dirección escénica, bien apoyado por la escenografía de Daniel Bianco y unas luces de sobria sabiduría a cargo del gran Juan Gómez-Cornejo, retratan un valle vizcaíno más que creíble. Y las pinceladas casi cinematográficas que Viar propone en los movimientos de grupos, coro, actores y bailarines, alcanzan momentos de alta intensidad, especialmente en un segundo acto magistral. Otro detalle para mi gusto destacado, los tres actos se representan sin interrupciones, como en el cine. ¡Qué gozada!
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