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ZARZUELA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un barberillo todo música

La adaptación por Alfredo Sanzol de la obra de Barbieri, desde el riesgo de la discreción, deja el peso en los cantantes y bailarines

Fotograma del tráiler del 'Barberillo de Lavapiés'.
Fotograma del tráiler del 'Barberillo de Lavapiés'.

Cada vez que El barberillo de Lavapiés vuelve al Teatro de la Zarzuela de Madrid, la casa donde nació en 1874, es siempre un acontecimiento. Y es también memoria de otros barberillos pasados con los consiguientes contrastes de opiniones. Todavía resonaba en los pasillos la última incursión de Calixto Bieito en esta obra sagrada casi como ejemplo de profanación. Así pues, lo primero era constatar qué iba a pasar con esta propuesta firmada en la escena y la adaptación por Alfredo Sanzol. Versión muy respetuosa en lo contextual, comenzaba con un punto de perplejidad en un escenario neutro, minimalista y casi con aire de sala de ensayo. Sobre unos bloques negro azulados que los personajes movían para dar forma al desbarajuste de la complicada intriga, los personajes, ellos sí, aparecían cuidadosamente vestidos de la época de la acción, el Madrid de Carlos III. Pero, poco a poco, y tras el susto, iba quedando claro que, además de funcionar, enriquecía lo que esta zarzuela tiene de precioso, la música, el trabajo vocal y actoral y los bailes. Los personajes se dibujan bien sobre esa suerte de “croma” idealizado y la historia se cuenta limpia.

FICHA TÉCNICA

El barberillo de Lavapiés, música de Francisco Asenjo Barbieri. Libreto de Luis Mariano de Larra. Dirección musical, José Miguel Pérez-Sierra; dirección de escena, Alfredo Sanzol; escenografía y vestuario, Alejandro Andújar; Iluminación, Pedro Yagüe; coreografía, Antonio Ruz. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Reparto: Borja Quiza, Cristina Faus, María Miró (primer reparto), Javier Tomé, Francisco Corujo, David Sánchez. Teatro de la Zarzuela. Del 28 de marzo al 14 de abril.

Barbieri fue un artista irrepetible. Además de haber pensado la zarzuela como la única opción posible frente a la dominante ópera italiana de su época, era un creador de infatigable talento. Conocía las leyes del espectáculo y era capaz, además, de cubrir esas necesidades con un ingenio infalible. Con El barberillo de Lavapiés Barbieri llega a la certeza de que solo los personajes populares pueden soportar el género, y esta zarzuela encarna esa necesaria difuminación de los personajes nobles. Es inolvidable, en este sentido, la conversión de la Marquesita en maja madrileña en el dúo antológico con Paloma. La trama nos dice que es un ardid para esconderse, pero Barbieri nos propone una mutación esencial en el género lírico español, el fin de los aristócratas como arquetipos.

Pero El barberillo… tiene mucha más enjundia. Barbieri y su no siempre bien considerado libretista, Larra hijo, crean unos juegos de lenguaje que son una maravillosa sustancia para la música, a veces lindando casi con una neolengua experimental que esconde su novedad en el dato gracioso.

En suma, toda esta riqueza y una música ambiciosa como pocas, inspirada hasta el delirio y con una continuidad dramática inigualada concibieron una zarzuela que el público no ha dejado nunca de reconocer. Ni desde el éxito de su estreno, que alivió las penas del Teatro de la Zarzuela de esos años, hasta este montaje que tiene sus entradas agotadas para todas las representaciones.

Y este montaje precisamente, mérito de Sanzol desde el riesgo de la discreción, deja el peso en los cantantes y bailarines. La pareja protagonista, el tenor Borja Quiza, luminoso Lamparilla; y la soprano Cristina Faus, que sin dejar de cantar admirablemente nos transmite una suerte de erotismo primitivo del periodo goyesco, merecen un sonoro aplauso. El resto del reparto no desmerece, que no es poco. El coro es capaz de creer en su importancia y mención especial para el cuerpo de baile y la coreografía veladamente modernizada de Antonio Ruz. Alejandro Andújar, por su parte, se responsabiliza con éxito del contraste más arriesgado, la escenografía neutra y el brillo de los trajes de época de todo el conjunto. La orquesta queda bien sujeta por José Miguel Pérez-Sierra, completando una propuesta que es todo Barbieri.

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