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Feria de Otoño

Justicia divina

Perera pincha una faena muy aplaudida y Ureña corta una oreja ante toritos modernos

Miguel Ángel Perera muletea con la mano derecha al quinto de la tarde.
Miguel Ángel Perera muletea con la mano derecha al quinto de la tarde.Alfredo Arévalo Plaza1

Estaba en el ruedo el quinto de la tarde, un anovillado ejemplar con el hierro de Núñez del Cuvillo, mientras parte de los tendidos gritaba y protestaba solicitando la devolución del animal. ¿El motivo? Su -aparente- escasísima fuerza. Brazos levantados, pañuelos verdes al aire y la sensación de que, tanto el toro, como el hipotético trasteo a realizar por su matador, estaban condenados al olvido.

Faltó el canto del duro para que Portugués, que así se llamaba el astado, regresara de vuelta a los corrales, pero el presidente decidió mantenerlo en el ruedo. Pasó el tercio de banderillas, y Miguel Ángel Perera cogió la muleta y el estoque simulado y se dirigió al centro del ruedo para citar al toro con la mano derecha. Y allí que fue el de Cuvillo, con un galope inesperado.

Todo el mundo pensaba que esa movilidad no era más que un espejismo, pero no. Como buen torito moderno, Portugués sacó fondo y aguantó. Nobilísimo, de gran fijeza, clase, humillación y recorrido, fue el animal soñado para el torero.

Para el torero y para el público actual, ignorante de lo que es o debería ser un toro bravo. Porque sí, claro que Portugués embistió con superior calidad, pero ¿y la casta?, ¿y la exigencia?, ¿y la fiereza? Su comportamiento, empalagosamente obediente, fue más propio de un animal doméstico que de un toro de lidia.

J. P. DOMECQ, DEL CUVILLO, DEL RÍO / PERERA, UREÑA

Toros de Juan Pedro Domecq (1º y 4º), Núñez del Cuvillo (2º y 5º), Victoriano del Río (3º) y un sobrero de José Vázquez(6º bis), muy desiguales de presentación (serios 1º y 6º; mal presentado el anovillado 5º; y muy justos los tres restantes), mansos, nobles y blandos en conjunto. Destacó el 5º por fijeza y calidad.

Miguel Ángel Perera: estocada trasera, caída y atravesada (silencio); pinchazo, estocada ligeramente trasera y atravesada _aviso_ y un descabello (silencio); pinchazo y metisaca en los blandos (vuelta al ruedo).

Paco Ureña: estocada (oreja); estocada corta desprendida y algo atravesada (silencio); estocada corta ligeramente trasera y atravesada _aviso_ (saludos).

Plaza de toros de Las Ventas. Domingo, 29 de septiembre. 3ª de la Feria de Otoño. Lleno aparente (23.624 espectadores y lleno de "no hay billetes", según la empresa).

Así que, Perera, que había sido silenciado en sus dos primeros turnos, se encontró con la oportunidad ideal de cambiar el sino de su tarde. Y lo logró. De haber matado a la primera, habría cortado las dos orejas, marchándose a hombros por la puerta grande. Sin embargo, tras toda una lección de destoreo moderno, se le fue la mano y pinchó en los blandos. Justicia divina.

El extremeño, que aprovechó la fijeza y movilidad de su “oponente”, le dio distancia y citó de lejos, algo inusual en su particular tauromaquia de cercanías. Y templó, y mandó, y ligó, y bajó la mano, sí, pero casi siempre en línea y descargando la suerte. No importó; el público, triunfalista, se enardeció rápidamente, llegando incluso a ponerse en pie. Ay, Madrid.

Bien anduvo toda la tarde Perera con el capote, tanto a la verónica, como en un quite por personales gaoneras o en un bello galleo por chicuelinas. Y realmente bien estuvieron dos subalternos de su cuadrilla. Javier Ambel, con las banderillas, y José Chacón, en la brega, brillaron en el segundo tercio del tercero de la tarde, que llevó la divisa de Victoriano del Río y pareció un perrito faldero por su insoportable nobleza, flojedad y sosería.

Aseado se mostró con él Perera en una faena tan larga como falta de emoción. Lo mismo que ante el primero, de Juan Pedro Domecq, de similar sosería.

En los chiqueros, como primer sobrero aguardaba Mañanero, un imponente cinqueño perteneciente a la ganadería de José Vázquez. Y, cosas del destino, aunque no lo hizo en quinto lugar, finalmente sí saltó al ruedo. Lo hizo para sustituir al inválido sexto de Victoriano, que correspondía a Paco Ureña.

Con una fuerte ovación fue recibido el triunfador de San Isidro, que regresó a Las Ventas tres meses y medio después de abrir la puerta grande. A pie se marchó esta vez Ureña, que cortó una oreja del segundo, un toro de Cuvillo justo de todo. Su faena, muy medida y rematada con una gran estocada, contó con detalles de enorme gusto, torería y pureza.

Como el inicio. Tres pases por alto a los que siguieron otros cuantos por bajo preñados de arte. Uno del desprecio fue monumental. De frente, encajado, toreó con templanza y dejó un cambio de mano al ralentí que hizo crujir la plaza. Luego, antes de irse a por la espada, a pies juntos, muy cruzado y mirando al tendido, un pase de pecho bordado.

Y poco más pudo hacer el murciano, que tras mostrar su versión más apática y mecánica frente al sosísimo cuarto de Juan Pedro, no tuvo más remedio que perseguir al rajado sobrero de José Vázquez, que además se defendió lanzando derrotes con la cara suelta. El destino y la (mala) fortuna.

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