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Eider Rodríguez: “Me indignan los escritores que buscan personajes estereotipados”

La autora publica 'Un corazón demasiado grande', con seis nuevos relatos y una antología de su producción de 15 años donde no evita la situación política en el País Vasco

Eider Rodríguez, en San Sebastián.
Eider Rodríguez, en San Sebastián.Gorka Estrada

Eider Rodríguez (Rentería, 1977) cruza cada día de Hendaya a Donostia a trabajar como profesora de Lengua y Literatura, en la Universidad del País Vasco. Su vida, dice, es una frontera débil “que separa y une a dos comunidades, dos países, dos lenguas”. Una línea blanca sólo produce matices a los ojos de esta escritora, que desde hace 15 años cruza del euskera al castellano cada vez que publica un nuevo libro de relatos y se traduce ella misma. Un camino de ida y vuelta en busca de la sintonía: “Que las dos lenguas estén compenetradas al traducirlo es un subidón”, dice. No surgen dos obras distintas. Es bastante literal al pasar al castellano su lengua madre, aunque reconoce haber cambiado algún final.

La lengua en la que quiere escribir es el euskera y traducirse le da “mucho placer”. Así ha ocurrido hasta el cuarto de los libros que ha publicado, Bihotz handiegia. En castellano, Un corazón demasiado grande, que Literatura Random House (y Periscopi en catalán) plantea como una presentación de la autora al gran público, con una edición que contiene los seis nuevos relatos y una antología de sus anteriores creaciones. Eider es una escritora solvente y escondida, que ha habitado una voz descarada, iracunda e indignada -hace una década con Haragia (Carne, en 451 Editores)- para encontrar, ahora, un timbre maduro, humilde y sobrio.

En esas idas y venidas de una lengua a otra, el castellano “está siempre rondando por ahí”, asume Eider Rodríguez en el Parador Nacional de Hondarribia, donde de fondo suenan las flautas que ensayan el polémico Alarde. “Hay palabras que me viene muy bien que en euskera no existan porque las tengo que inventar o buscar”, dice. ¿Por ejemplo? “Pudor. ¿Cómo lo dices en euskera? Al final, usé “pudorea”, explica. Ramón Saizarbitoria (Donostia, 1944), autor de Cien metros, suele contar que cuando empezó a escribir en euskera era muy divertido porque todo estaba por experimentar. Eider está de acuerdo, dice que el castellano es una lengua más hecha, “eso tiene una parte buena y otra mala”.

En los nuevos relatos usa la frontera como una metáfora en la que muestra lo complicado que es distinguir entre “el bien y el mal, la verdad y la mentira, la vida y la muerte, nosotros y ellos, el odio y el amor, lo racional y lo subjetivo”. “Lo que te separa y te une del otro construye tu identidad. Por eso la frontera es mucho más difusa de lo que dice la propaganda y mi tarea es hablar de lo que sucede ahí. La frontera es una cantera muy importante de contradicciones, de matices y de grises. Tenemos mucho miedo a las contradicciones y es un lugar en el que podemos encontrar cosas preciosas. No hay que tener miedo a las contradicciones. No es un lugar para defender, pero sí asumirlo para seguir creciendo... aunque quede un poco new age”. En este aspecto tampoco anda lejos de su admirada Alice Munro.

Ese proceso queda grabado en una frase del relato titulado Lo que se esperaba de mí, que recorre los años noventa de una joven que practica atletismo, estudia, escucha música, sale de fiesta con sus amigas, pelea con su familia y tiene sexo, en el País Vasco: “Sus ojos son testigos de cómo vamos convirtiéndonos en lo que somos, descubrimos quiénes somos en sus cacheos constantes, su sospecha construye nuestra identidad”.

Ellos son la policía. Eider Rodríguez nunca ha evitado la política, aunque siempre le han criticado que la usa de decorado. “Aquí está más presente. Hay política, pero de una manera más amplia y contada a través de escenas más personales. Trato de hacer una foto de lo que fue mi generación. La realidad ha sido muy compleja y sigue siéndolo. Siempre he tratado de huir de maniqueísmos”, dice.

¿El peligro de los matices es la equidistancia? “No me considero equidistante, ni quiero ser equidistante, porque no creo en ella. El peligro es que a la gente no le guste, pero lo asumo sin ningún problema. Quiero ampliar el debate y el foco y evitar los estereotipos. A cualquier escritora el estereotipo le tiene que indignar. A mí me indigna que haya escritores que busquen personajes estereotipados. Habrá que preguntarles por qué hacen personajes estereotipados si son escritores. ¿Qué buscan?”.

No encuentra en su evolución cambios drásticos desde su primer libro en 2004, Eta handik gutxira gaur (Y poco después ahora, 2007), más allá de que la extensión ha crecido porque los asuntos que trata son más complicados que los que le interesaban al inicio, cuenta. Eso ha hecho de sus protagonistas seres más complejos y con mayor necesidad de extensión y desarrollo. “Ahora juzgo menos a mis personajes”, dice. Ahora, siete años después de su anterior libro, el juicio se lo deja al lector. 

En la solapa hay una mención poco habitual a sus padres, donde les reconoce haberle dado cultura para desclasarse. En sus relatos está ese diálogo entre padres e hijos que se vuelve enfrentamiento a partir de las disputas de clase. Un supuesto ascenso que deja a los hijos en el mismo lugar que los padres: han leído un montón, pero les cuesta llegar a fin de mes. “Tenemos que seguir plantando cara a este perverso sistema, a nivel personal y público”, sostiene Rodríguez, que vuelve a descubrir su posicionamiento contra la realidad. “No hago entretenimiento, pero quiero que lo que hago me entretenga; no hago propaganda, pero lo que hago tiene un componente político porque mi vida también lo tiene. No me gusta la literatura que sólo hace una cosa o la otra. Y no me importa decir lo que pienso y cómo me sitúo. Soy bastante clara”, remata. 

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