_
_
_
_

Entre el Macho Camacho y el capitalismo del desastre

Dos ensayos sobre Puerto Rico abordan el drama de la isla, azotada por la crisis económica y el desastre del huracán ‘María’

Juan Luis Cebrián
Inundaciones tras el huracán María, en Loiza (Puerto Rico), en 2017. 
Inundaciones tras el huracán María, en Loiza (Puerto Rico), en 2017. Alex Wroblewski (Getty Images)

Los puertorriqueños se encuentran enfrascados en una batalla de utopías”. Este es esencialmente el resumen del libreto que Naomi Klein escribió tras su visita a la isla después de que fuera arrasada por el huracán María. Invitada por un activo grupo de profesores universitarios, se trataba de que ella misma pudiera “visibilizar el capitalismo del desastre” en aquel país. Llamo libreto a su reportaje de casi cien páginas, escrito con la maestría ritual del periodismo sajón, no solo porque amerita el carácter diminutivo del término, sino sobre todo porque en ocasiones recuerda el texto de una ópera. Combina el lirismo del ensueño de una revolución pacífica, un poco hippy, que conquiste la felicidad para el pueblo, con la cruda realidad del drama que vive el país, víctima de un fatus tenebroso que le persigue desde el principio de su historia.

Los puertorriqueños no pueden votar al presidente de EE UU, pero este puede enviarlos a la guerra

La casualidad ha querido que leyera el ensayo de Klein a la vez que llegaba a mis manos el manuscrito, todavía inédito, de las memorias del que fuera gobernador de Puerto Rico Alejandro García Padilla. Se trata de un volumen de casi trescientas páginas en las que el político que tuvo que enfrentarse a la crisis generada por la descomunal deuda pública boricua narra, en conversación con una joven periodista, su singladura vital y su experiencia agridulce en el ejercicio del poder.

Conocí a García Padilla con ocasión del Congreso de la Lengua Española celebrado en San Juan en 2016, poco antes del final de su mandato. Aquella reunión, inaugurada por él y por el rey de España, quiso ser una demostración pública de la identidad latinoamericana de la isla, pese a ser jurídicamente un Estado Libre Asociado de Estados Unidos. Por eso surgió el escándalo cuando Felipe VI y Víctor García de la Concha, presidente del Instituto Cervantes, expresaron en sus discursos la satisfacción por celebrar el encuentro en Estados Unidos. Bajo el imprudente consejo del Ministerio de Asuntos Exteriores, y dada la incomodidad que en Washington generó aquel encuentro, lo que el Rey y el laureado académico hicieron fue sencillamente mentar la bicha: poner sobre el tablero la cuestión que polariza la convivencia política y los sentimientos ciudadanos en aquellos parajes. “Una batalla”, en palabras de Naomi Klein, “entre la soberanía para muchos frente a la secesión para unos pocos”. O dicho de otra manera, entre quienes quieren convertir la antigua Borinquen en el 51º Estado de la Unión y los que añoran una improbable y me atrevería a decir que imposible declaración de independencia.

Como en el caso de la laureada periodista canadiense, aunque sin su maestría en el desenfado, aquel traspiés del Monarca, nunca reconocido como tal por el Gobierno de Rajoy, me llevó a interesarme por la realidad puertorriqueña y comencé a fraguar una amistad con el hoy exgobernador al tiempo que tuve oportunidad de tratar a no pocos intelectuales y artistas locales. Compartió conmigo la tribuna de oradores en la inauguración del congreso Luis Rafael Sánchez, uno de los grandes escritores de nuestra lengua, autor de La guaracha del Macho Camacho, que es casi un incunable de la moderna literatura latinoamericana. Él comenzó su intervención reclamando la libertad del líder independentista Óscar López Rivera, condenado a 55 años de cárcel en Estados Unidos, de los que cumplió 35 toda vez que sería indultado más tarde por el presidente Obama.

Y conocí entre otros a ­Héctor Feliciano, verdadero promotor del congreso y actual colaborador de EL PAÍS, y a María Luisa Ferré, editora del Nuevo Día, el diario local de mayor tirada e influencia. Desde entonces he desarrollado una relación cada vez más intensa con el país, que lleva a cabo una lucha casi agónica sobre su identidad en cuyo apasionamiento se reconocen inevitablemente sus raíces hispanas.

Llama la atención que en el libro de Klein, cuya parcialidad entusiasta no desmerece su brillantez estilística y su información puntual sobre cuestiones concretas, se ignore o menosprecie que la confrontación entre unionistas (con EE UU) e independentistas tiene un amortiguador considerable en la realidad todavía vigente de que Puerto Rico es un Estado Libre Asociado desde 1952. No es Estados Unidos, pero tampoco es sin Estados Unidos, al menos hoy por hoy. Como denuncia García Padilla, la peculiaridad del sistema político de la isla se resume en el hecho de que sus habitantes, ciudadanos norteamericanos, no pueden votar en las elecciones presidenciales, pero el presidente puede enviar a los jóvenes puertorriqueños a luchar y a morir en las guerras.

García Padilla se confiesa un “independentista emocional” pero reconoce que pragmáticamente no puede serlo

Sacudidas hoy las conciencias de las gentes por la formidable crisis económica, primero, y por el desastre inmediato del huracán María después, en la descripción que hace Klein de la realidad, la alternativa populista que conduce al reencuentro con la naturaleza y las verdaderas formas de vida comunitaria se presiente como la única resistencia posible al capitalismo del desastre. Y pasa, como es obvio por la autodeterminación. Entretanto, el exgobernador se confiesa un “independentista emocional” pero reconoce que pragmáticamente no puede serlo. A su ver, si se moderniza el ELA (Estado Libre Asociado), es la autonomía, no la secesión ni la integración con Estados Unidos, la que dará respuesta a los problemas de los ciudadanos. “Yo soy puertorriqueño, no soy americano”, declara por eso enfáticamente.

Al final en lo que parece coincidir todo el mundo es en que, después de la deuda y después del María, Puerto Rico no volverá a ser lo que era, por lo que se anuncian grandes cambios y no pocas dificultades en su próxima andadura. En España llevamos quinientos años debatiendo sobre nuestra identidad, y todavía no hemos resuelto el jeroglífico. Tampoco hay por qué asombrarse de que nuestra descendencia caribeña padezca una angustia semejante. Aunque, como dijera Luis Rafael Sánchez, “nunca pensé que la vulgaridad que retrata La guaracha del Macho Camacho se volviera realidad, sobre todo en tanta vulgaridad política”. Lo comprenderá mejor si se da un paseo por los Madriles.

La batalla por el paraíso. Naomi Klein. Varios traductores. Paidós, 2019. 89 páginas. 14 euros.

Vida, Patria y Verdad. Alejandro García Padilla. En conversación con Ana Teresa Toro. Ediciones Gaviota (en prensa).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_