La encomienda divina de la felicidad
Calypso Rose vive a los 79 años su época de máximo esplendor tras grabar con Manu Chao y ser la artista más veterana del festival Coachella. 800 canciones después, sigue luchando por la igualdad y la alegría del prójimo
Rose McCartha Linda Sandy-Lewis siempre fue mujer de honda espiritualidad y firmes convicciones religiosas, pero en su caso no le faltan motivos para pensar que goza de trato privilegiado por parte de las autoridades celestiales. La artista a la que el mundo conoce con el sobrenombre de Calypso Rose se nos presenta con paso titubeante y algún que otro vaivén en el discurso, como corresponde a una dama de 79 años y cuerpo diminuto que ha de conjugar su frágil salud de hierro con una agenda de ídolo internacional sobrevenido. Pero su capacidad para privilegiar el lado bueno de las cosas es tan inexpugnable que no deja de sonreír ni bromear durante toda la charla. “Dios me concedió el sentido del humor para que extienda la alegría y la felicidad entre la gente de la tierra”, avisa. Y, claro, subraya la advertencia con una dulce carcajada.
Nos encontramos en un hotel de Cáceres, mientras Rose vela armas de cara a su presencia en la pasada edición número 28 del Womad extremeño. Es la única oportunidad de ver en España a este huracán que este mismo año se convirtió en la artista más longeva que pisaba el escenario del mítico festival californiano de Coachella.
“Bob Marley era un genio humilde que, antes de actuar, se recluía, apoyaba las manos en la pared y elevaba una oración”
Entra a todos los trapos, sin importarle sacar los colores a los poderosos. Demuestra estar bien informada del mundo que la rodea y solo se desconcierta un poco con una referencia al #MeToo, movimiento del que apenas ha oído hablar de refilón. Y no le tiembla la voz cuando refiere determinados episodios traumáticos de la infancia o enumera los infartos y cánceres (pecho y estómago) a los que ya ha sobrevivido; en algún caso, es de sospechar, por directa intercesión divina. Pero Rose, artífice de una de las músicas más felices, gozosas y chisporroteantes del planeta, sonríe y sonríe.
No tardó la niña Rose McCartha en entrar en contacto con el calipso, el género de celebración y festejo para los carnavales de su Trinidad y Tobago natal. Su familia era de orígenes humildísimos. Su bisabuela les había confiado el testimonio directo de los años en que sirvió como esclava en Guinea. Su abuela se arrodillaba cada anochecida frente al mar para rezar a los ancestros por el rito africano. Frente a aquellas memorias de sumisión y penuria, el ritmo pletórico del calipso servía como cántico de libertad. “Yo escuchaba viejos discos de pizarra en los gramófonos y ya de aquella no paraba de sonreír”, rememora nuestra heroína. “Pero entonces surgieron los problemas con mi padre. Él era pastor baptista y nos prohibió escuchar ‘aquella música del pecado y el demonio’. Lo siguiente fue que dejara a mamá y se marchase con otra mujer mucho más jovencita que ella. No, aquello no fue agradable en absoluto”, sentencia con el gesto por primera y única vez ensombrecido.
A Rose le tocó sobrevivir. Natural de Bethel, en Tobago, emigró a Trinidad, donde la novia de uno de sus tíos accedió a adoptarla. Era, parafraseando aquel clásico de la música soul, adolescente, talentosa y negra. Un volcán de carisma. Una de sus primerísimas canciones, ‘Glass Thief’, denunciaba las desigualdades entre sexos. Arremetió varias veces sin amilanarse contra Mighty Sparrow, el gran rey nacional del calipso, por el contenido misógino de sus letras. “Aún hoy es el día en que en cada concierto animo a las mujeres a que se levanten y luchen por lo que les pertenece. Y, de paso, a los hombres que se creen superiores les recuerdo que solo gracias a sus madres pudieron llegar a este mundo…”.
Algunos cómputos cifran en cerca de 800 las canciones que ha alumbrado nuestra sacerdotisa isleña. “En eso ha consistido mi trabajo, tampoco sabría decirle”, anota, encogiéndose de hombros, cuando nos interesamos por la verosimilitud de tal cifra. Del gesto divertido regresa a la carcajada al preguntarle si alguna vez sintió, durante estos cincuenta y muchos años, eso que llaman miedo escénico. “¿Cómo iba a sufrirlo, si nada me realiza más que transmitir desde el escenario la felicidad y el goce de vivir? Al contrario. Minutos antes, convoco a mis músicos, nos cogemos de las manos y rezo: ‘Buen Dios, danos inspiración y vibración una noche más…”.
Los cielos no quisieron concederle hijos, pero, a cambio, dice sentirse “madre de todas las flores”. Y también se le ilumina el rostro cuando desvela que dos de sus sobrinas nietas, con 13 y 11 años, ya aportan muestras evidentes de brillantez vocal desde el coro de la iglesia. “Me superarán en todo. Les he regalado guitarras a las dos. Y otra más mayor, Diane, ya escribe sus propias canciones. Muero de amor…”. Es el mismo ascendiente que ejerció durante los primeros años setenta con Bob Marley. Rose compartió con él tres actuaciones, un Año Nuevo en Nueva York, Florida y Londres. “Era una personalidad dinámica, arrolladora. Un genio humilde que antes de salir a actuar se recluía solo en una esquina, apoyaba ambas manos sobre la pared y elevaba una oración”.
Un trofeo con que Marley la obsequió en aquellos tiempos será precisamente uno de los grandes atractivos de la Casa Museo Calypso Rose que prepara su país, donde es idolatrada. “Cada vez que te falle el ánimo”, recomienda a los artistas jóvenes, “piensa en tu propia cultura. En mi caso, recordar las calles de Tobago siempre me ha dado fuerzas cuando estas flaqueaban. Las tradiciones propias son las que nos mantienen vivos”.
Heroína local desde tiempos ya inmemoriales y artista superventas en Francia cuando Manu Chao le produjo en 2016 el álbum Far From Home, a Calypso le divierte saberse ahora centro de tantas miradas. “En Coachella el público no estaba pendiente de Beyoncé, sino de mí”, se guasea. Con Chao acaba de repetir para una nueva versión bilingüe de ‘Clandestino’, la canción que titulaba el mítico trabajo del hispanofrancés de 1998, reeditado hace unas semanas con ese y un par de temas adicionales más. “En la tele no paras de ver cosas que te dan ganas de llorar”, murmura la viejita, que en la célebre pieza de Manu Chao intercala ahora en inglés la siguiente frase: “La tierra frente a mí no me quiere; la tierra a mis espaldas arde”. Por su parte, ‘Young Boy’, adelanto del que en los próximos meses será su esperadísimo nuevo álbum, registra abundantes visitas en YouTube gracias a un vídeo saleroso que parece inspirado en Paseando a Miss Daisy.
En la Plaza Mayor de Cáceres le esperan 15.000 almas y Rose remolonea, como si le diera pereza descansar. “¿Sabe cuál es mi secreto para permanecer activa y con buena memoria?”, le confía al periodista. “¡Las sopas de letras! Son buenísimas para el ejercicio mental”. Y ya casi desde la puerta incluso se interesa por el estado civil de su interlocutor. “Ey, young boy, ¿te quieres casar conmigo?”.
Esa última gran risotada, evidentemente, podría haberse escuchado en media ciudad.
DISCOS ADICIONALES
Calypso Rose: 'So Calypso!' (Because Music, 2018)
Una puesta al día del legado de la gran dama, a rebufo del éxito de su disco producido por Manu Chao. Nuevas grabaciones de sus clásicos, un tema a medias con Angelique Kidjo y hasta versiones tan inesperadas como I say a Little prayer (sí, la de Aretha Franklin) o Rum and Coca-Cola, tan popular desde los tiempos de The Andrews Sisters.
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Harry Belafonte: 'Calypso' (RCA Victor, 1956)
El cantante neoyorquino apeló a sus orígenes jamaicanos para erigirse en el primer gran embajador mundial de estas músicas. Con un éxito clamoroso, por cierto: el elepé llegó al número 1 y fue de los primeros en superar el millón de ejemplares en ventas. Es imposible no haber escuchado Day-O (The banana boat song), de la que existen docenas de versiones.
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Varios: The rough guide to Calypso gold (2008)
Como casi siempre en el caso de los recopilatorios de World Music Network, una antología ejemplar, amena, esencial y bien documentada. Aparece la propia Calypso Rose, claro, pero el recorrido se remonta hasta las primeras grabaciones orquestales de los años 20. La colección la abre Sir Lancelot, al que los cinéfilos recordarán por su aparición en la película Dos yanquis en Trinidad.
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