Machismo católico o machismo criminal
Edoardo Albinati evoca un crimen protagonizado por jóvenes de su entorno escolar en Italia en 1975 para iluminar un sistema que fracasa en la construcción de la masculinidad de niños ricos obsesionados por la violencia y el sexo
El 29 de septiembre de 1975, en una villa no muy distante de Roma, tres estudiantes torturan y violan a dos chicas. A una la ahogan en una bañera, y a otra la dan por muerta. Las dos acaban en el maletero de un coche en una de las zonas residenciales de la burguesía romana, lejos del barrio donde vivían y cerca de las casas de sus asesinos. Si este acontecimiento excepcional, monstruoso, provocó entonces un cruce de opiniones sin salida entre Pier Paolo Pasolini e Italo Calvino, ahora le ha servido a Edoardo Albinati (Roma, 1956) para indagar en la normalidad de su generación y de su grupo social, las familias de clase media alta. El crimen de los tres estudiantes es el núcleo de La escuela católica, ganadora en 2016 del más prestigioso de los premios italianos, el Strega, a la mejor novela del año.
Los asesinos habían estudiado en el mismo colegio que Edoardo Albinati, un colegio católico, marista, exclusivamente masculino, consagrado a la Virgen. Albinati recuerda el asombro espantado de las familias que se enteraron por los periódicos de que sus hijos habían sido condiscípulos de los criminales. Padres y madres se asomaron un día a los noticiarios como al fondo de un pozo donde, “oscura y deforme”, vieron temblar su propia imagen. “Les pareció reconocer una tara oculta, un demonio en los cimientos de su modo de vivir”. El crimen iluminó como un reflector la realidad del barrio donde vivían y del colegio que educaba a sus hijos, aunque quizá la luz proceda de la habilidad con que Edoardo Albinati recuerda unos hechos que sucedieron hace muchos años.
La escuela católica reúne en cerca de 1.300 páginas un cúmulo de materiales entre el ensayo autobiográfico, la novela, el examen de conciencia y la confesión. Amplía el tipo de narrativa que Albinati propuso en sus novelas-memoria Vita e morte di un ingegnere (2012), sobre su padre, o Il figlio del ingegnere (2001). El narrador-personaje se identifica con el escritor Edoardo Albinati, que, además de aulas, con los criminales había compartido la Roma de las familias bien. El colegio era para niños ricos, nítidamente separados del mundo de las mujeres, bajo la advocación de una única Reina, Madre y Virgen. A juicio de Albinati, se educaban en un monoteísmo fundado en figuras masculinas: el Padre, el Hijo, el profeta, el patriarca. El equivalente femenino era el colegio de monjas.
El foco va iluminando a distintos excompañeros de clase, pero La escuela católica quiere ser menos un retrato de grupo que un estudio sobre la construcción de la masculinidad como actuación en público, como performance que, estereotipada, exagerada, enfática, produciría el fascista modelo: machista, misógino, homófobo y violento. A la obsesión, muy católica, por el sexo (“la moral doméstica tiene su origen en la sexualidad”, se nos dice), se sumaría la obsesión por la violencia de unos adolescentes que, educados en libros, películas y juegos que exaltaban la fuerza, disfrutaban simulando la brutalidad. “La crueldad nos atraía a todos”. Los retiros espirituales, las estampas de los santos mártires, aparecen convertidos en escenas sadomasoquistas que me han recordado algún episodio del Törless de Musil y un librillo de la época a la que vuelve Albinati: El sadismo de nuestra infancia, de Terenci Moix.
La manifestación ritual de la masculinidad ante las mujeres tendería a convertirse en exhibición amenazadora y querría en realidad conquistar el respeto de los demás hombres: el adolescente buscaría el amor de su compañero adolescente. La fraternidad exclusiva reforzaría las tendencias homosexuales del grupo, a la vez que la afirmación de la virilidad implicaría la sumisión del elemento femenino, siempre según Albinati, y creo que acierta. En 1975 se vivía una nueva libertad erótica y las luchas feministas alcanzaban una nueva visibilidad (para Albinati, el feminismo es la verdadera revolución política del siglo XX). Me viene ahora a la cabeza un disco de 1975, Alle sorelle ritrovate. Canzoni Femministe, de Antonietta Laterza, y una canción, ‘Noi siamo stufe’ (Estamos hartas), que irritaría, supongo, a los criminales de La escuela católica. Aquella época, los años de plomo, fue sangrienta, y Edoardo Albinati podría haber ahondado más —narrativamente, con acciones concretas— en la conexión entre violencia machista y violencia política.
Entre las profusas bifurcaciones que sigue la rememoración digresiva y no siempre coherente de Albinati (“multiplicación indiscriminada de materiales”, según un crítico), una conduce a la industria mundial de la pornografía, continuum que se funde con la crónica negra: “Las vejaciones infligidas a una mujer siempre pueden venderse como entretenimiento”, leo en La escuela católica. El presente libro se inspira en crímenes contra las mujeres, aunque los crímenes ocupen muy poco lugar: el motor que ha puesto en marcha la novela arranca en la página 469, descripción momento a momento, en doce secuencias y muy pocas páginas, del asesinato y las violaciones. En la página 1.134 hay más crímenes: el jefe del trío asesino, reincidente durante un permiso carcelario, mata a una mujer y a una niña. Hay más: muere de un tiro en lo que parece un crimen perfecto otro antiguo colegial fascista, que se ampara en su militancia para traficar con heroína. Algunos excondiscípulos de Edoardo Albinati no salieron del colegio católico muy equilibrados: además de neofascistas, encontramos a terroristas de extrema izquierda, “nazimaoístas”, maniaco-depresivos suicidas y pirómanos. Una pregunta: ¿las inserciones de violencia en La escuela católica pertenecen al continuum pornográfico del que habla Edoardo Albinati?
La escuela católica. Edoardo Albinati. Traducción de Ana Ciurans. Lumen, 2019. 1.290 páginas. 24,90 euros.
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