Harvey Weinstein: retrato del gran depredador sexual de Hollywood
El documental ‘Intocable’ da voz a actrices y empleadas vejadas por el productor. Varios colaboradores confirman que sus abusos, cuya denuncia inició el movimiento Me Too, eran conocidos en la compañía
Durante casi cuatro décadas, nunca aceptó un no. Ni en su despacho encabezando la productora y distribuidora Miramax, ni en una habitación de hotel, en las que citaba a empleadas y actrices para pedirles, primero, un masaje y, después, algo más. Harvey Weinstein (Nueva York, 67 años) construyó un imperio cinematográfico basado en su pasión por el cine indie y el extranjero de autor que distribuía en su país, y en sus portentosas campañas para los Oscar, y él mismo socavó sus cimientos con su comportamiento como depredador sexual. El estallido del escándalo Weinstein en octubre de 2017 —no hace ni dos años— cambió la percepción de la sociedad ante el abuso sexual, resquebrajó Hollywood e inició el movimiento Me Too.
Hasta 80 mujeres -desde empleadas a actrices y estrellas como Rosanna Arquette, Annabella Sciorra, Paz de la Huerta, Mira Sorvino, Ashley Judd, Rose McGowan, Angelina Jolie, Asia Argento o Gwyneth Paltrow- han acusado al magnate de abusos sexuales. Otras tantas han dado testimonio de cómo se escaparon por muy poco de sus reuniones en suites. Y en esas luces cinéfilas y profundas sombras de Weinstein ahonda el documental Intocable, de la veterana cineasta británica Ursula Macfarlane, que se estrena en España este viernes tras proyectarse por primera vez en enero en Sundance, y que cuenta con el testimonio de media docena de mujeres agredidas, de periodistas y de varios empleados de Miramax -algunos, piezas clave de la compañía-, declaraciones que coinciden en un punto: todos lo sabían, nadie por miedo hizo nada. "Recuerda que se autodefinió como 'el puto sheriff de este puto pueblo', y entenderás su poder", subraya Macfarlane.
El lunes 9 de septiembre estaba previsto que comenzara en Nueva York el juicio contra Weinstein por una violación en 2013 -no ha trascendido el nombre de la demandante- y por la agresión a una asistente de producción en 2006. Sin embargo, su inicio se ha aplazado -por petición de la defensa- hasta el 6 de enero ya que a la causa se ha sumado la denuncia por violación de Sciorra. Hace un mes, la justicia denegó la petición de Weinstein de poder viajar entre el 12 y el 22 de agosto a España y a Italia: en España aseguró que quería reunirse con diseñadores, directores e inversores; en Italia iba a negociar una serie de televisión basada en Cinema Paradiso, la película de Giuseppe Tornatore cuyo estreno en EE UU en 1988 supuso el primer gran éxito de Miramax. "Me impresiona su falta de consciencia: hoy trabajar con él es imposible, es tóxico para cualquier producto audiovisual", contaba por teléfono el pasado jueves por la mañana Macfarlane, antes de irse a dar clase. "Su hermano Bob [cofundador de la compañía y director del sello de terror Dimension] debe de vivir en un limbo similar. Confirmó que hablaría ante mi cámara y pocos días antes anuló la cita. Supongo que los abogados le dirían que adónde iba".
En Intocable, Macfarlane muestra la pasión cinéfila de Weinstein, para bien y para mal. Sabía elegir proyectos, estrenar películas en Estados Unidos; por contra, entendía que los filmes eran suyos y los remontaba a su antojo, de ahí su apodo Harvey Manostijeras. Todo el Nueva York cinematográfico de los años noventa quería trabajar con él, y a su sombra crecieron Steven Soderbergh, Quentin Tarantino y los jóvenes cachorros del cine indie. En 1993 Miramax fue absorbida por Disney, pero los hermanos mantuvieron el control absoluto de la compañía. Hasta que en 2005, el imperio del ratón Mickey los despidió (un colaborador asegura en pantalla que así perdieron 1.200 millones de euros en acciones) harto de sus desmanes económicos. En ese momento, Bob y Harvey fundaron The Weinstein Company, e intentaron proseguir con su teórica buena estrella... hasta octubre de 2017.
Así se gana el Oscar
En Intocable hablan varios de los colaboradores más cercanos de Harvey Weinstein, muchos de los cuales reconocen vivir un dilema moral: sus carreras se han visto marcadas positivamente por haber trabajado en Miramax, un estandarte del cine indie; pero todos sabían lo que ocurría allí dentro. John Schmidt, el director financiero de Miramax, confiesa que tenía que haber dimitido cuando supo que Weinstein abusó de una trabajadora de su departamento, amiga personal de Schmidt. Tuvo miedo: "Harvey trabajaba como la Mafia, que protege a los suyos y mata al resto". Mark Gill, el responsable de la oficina de Los Ángeles, y por tanto el ejecutor de las campañas de los Oscar, conocía las citas en el hotel Beverly Hills, coto de caza de Weinstein. Pero cuenta: "Cambió la concepción del cine indie y logramos diez nominaciones seguidas al Oscar a mejor película. Montábamos fiestas, proyecciones privadas, cenas de académicos con directores y estrellas candidatas, mandábamos regalos... Funcionó. El problema es que Harvey siempre quería más".
Testimonios de víctimas
Mientras, Weinstein mantuvo su conducta depredadora. Ante la cámara de Macfarlane hablan, por primera vez, media docena de mujeres de las que el productor abusó. En 1978, cuando era promotor musical en Búfalo, se propasó con su empleada Hope D’Amore, que recuerda cómo el productor se metió desnudo en su cama en un hotel de Nueva York (“en recepción nos dijeron que solo quedaba una habitación”) antes de forzarla. Después aparecen colaboradoras como Zelda Perkins: contratada para la oficina de Londres a sus 23 años, primero recuerda cómo Weinstein intentó violar a una amiga suya en el festival de Venecia antes de propasarse con ella misma. Con ella llegó, tras dimitir, a un acuerdo de confidencialidad, y ese es el caso con el que se cruzó en 1998 Ken Auletta, de The New Yorker, que en aquel momento escribía un perfil sobre el magnate. El periodista cuenta que no pudo obtener testimonios que no fueran anónimos “de un comportamiento que claramente no era solo un rumor de alguien que increíblemente se veía como un guerrero contra el poder establecido, aunque tenía un control absoluto de la cultura del silencio”.
Entre las actrices que cuentan diversas vejaciones —en habitaciones de hoteles tanto en EE UU y Canadá como en Europa—, y muchas iniciadas con la excusa de Weinstein de necesitar un masaje, aparece Rosanna Arquette. Pero los testimonios más dolorosos son los de Nannette Klatt-May (Weinstein usó para manipularla su grave deficiencia visual), la canadiense Erika Rosenbaum, de la que abusó dos veces (“Puso su mano en la parte trasera de mi cuello y me obligó a mirarme al espejo del baño mientras se tocaba. Pensé: ‘Si me quedo quieta quizá todo desaparecerá o quizá desapareceré yo”) y de Paz de la Huerta, que quedó arrasada emocionalmente. Como dice una de ellas: “Harvey nunca aceptó un no, así que para él todas sus relaciones sexuales han sido consentidas"
“El caso Weinstein es también la historia de nuestra generación, es el reflejo del abuso de poder en otras instituciones: la industria musical, el teatro o la Iglesia católica”, desgrana Macfarlane. “Hay cambios, se denuncian casos, pero sigue habiendo un techo de cristal que las cineastas no traspasamos, unos presupuestos que no nos dejan alcanzar. Pero, como dice Rosanna Arquette, nadie nos va a silenciar”.
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