El fin del hombre blanco en albornoz
Michel Houellebecq y Gérard Depardieu protagonizan la película 'Thalasso', donde disertan sobre lo divino y lo humano en un centro de terapias en Normandía
Podría ser la escena de una película postapocalíptica titulada El fin del hombre blanco, La decadencia de Occidente, o algo similar. O, visto desde otra perspectiva, un documento excepcional de nuestro tiempo: el actor y el escritor más aplaudidos y vilipendiados de su generación en Francia, juntos durante cuatro días, disertando sobre lo divino y lo humano en un centro de talasoterapia en Normandía.
Michel Houellebecq y Gérard Depardieu son los protagonistas de Thalasso, dirigida por Guillaume Nicloux y estrenada ayer miércoles en Francia, la historia de dos hombres —el Gordo y el Flaco, don Quijote y Sancho— en un espacio cerrado y sin escapatoria. Es la historia de una amistad mezclada con una vaga trama policiaco-sentimental. Aunque en los créditos finales se especifica que todo es ficción, Houellebecq y Depardieu se interpretan a sí mismos, o mejor dicho, se parodian a sí mismos. El autor de Plataforma y El mapa y el territorio frente al actor de Novecento, El último metro, la saga de Astérix y Cyrano de Bergerac. El novelista del malestar francés frente al admirador de Putin.
La película comienza con un prólogo referido a El secuestro de Michel Houellebecq (2013), del mismo Nicloux y protagonizada por Houellebecq. En seguida la acción se traslada al Thalazur, un hotel en una playa brumosa y crepuscular donde los clientes se someten a un rígido tratamiento con productos del mar y a una dieta espartana.
La esposa de Houellebecq, Qianyum Lysis Li, le despide en el lobby, como una madre dejando a su hijo en un internado, desamparado, solo ante el mundo. Las terapias —con barro, con duchas a chorros, dentro de un tubo frío donde el escritor teme que se congelen los genitales— parecen sesiones de tortura. Houellebecq no puede beber alcohol ni fumar. Como ocurre en las historias de internados, encuentra un compinche y todo parece más soportable.
El compinche es Depardieu. No se conocían, pero a partir de un encuentro fortuito ante la playa, donde ambos han ido a fumar, la complicidad es total. Depardieu le invita a su habitación, donde guarda botellas de vino. Hablan de Dios, de la muerte y de la resurrección, de sexo, de la obesidad. Son, en general, reflexiones banales.
Houellebecq se emociona hasta las lágrimas al recordar a su abuela. “Aunque sea una película coja, este simple instante es uno de los más bellos que hayamos visto en el cine desde hace tiempo”, escribe el crítico de Libération. En varias ocasiones el escritor se refiere al secuestro narrado en la anterior película, y que él atribuye al expresidente François Hollande para torpedear una imaginaria candidatura a la presidencia. “Debería haberme presentado. No pensaba que Macron iba a romperse la crisma tan rápido”, declara. “La muerte no existe”, dice en otro momento el escritor, siempre lacónico, tímido, angustiado.
El actor, en cambio, es expansivo, un hombre de mundo que ha conocido a mil actrices, habla varios idiomas y se tutea con los grandes actores y directores, pero al mismo tiempo es la imagen viva del ‘has been’, la vieja gloria en decadencia. “Mi carrera es una mierda”, dice. Parecen dos adolescentes perdidos, uno de 63 años (Houellebecq) y el otro de 70 (Depardieu), vagando por los pasillos, habitaciones y piscinas en albornoz y bañador slip. “Si hubiese que presentar Francia a unos extraterrestres, escogeríamos a estos dos”, escribe Le Monde.
Michel y Gérard se cruzan con admiradores, Houellebecq tímidamente intenta ligar con una empleada del establecimiento, afrontan situaciones tensas. “Sois la vergüenza de Francia, la vergüenza integral”, les dice otro inquilino. El centro de talasoterapia se encuentra en Cabourg, el Balbec ficticio de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, pero este hotel es un reflejo pálido del Grand Hotel de la Belle Époque donde veraneaba el pequeño Marcel.
La desaparición de una mujer de 80 años, una amiga de Houellebecq que ha abandonado a su marido y se ha fugado con un hombre más joven, quiebra la paz. Llega al hotel el hijo de la mujer acompañado de su novia vidente y de unos matones, personajes de El secuestro de Michel Houellebecq. Aparece un doble de Sylvester Stallone. Y el enigmático final tiene tanto de Rambo como de arte y ensayo francés.
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