Enrique Krauze: “Para analizar a Cortés es la hora de los historiadores, no de los políticos”
El escritor mexicano imparte una conferencia en la Real Academia de la Historia sobre el conquistador español
Existe un pequeño hospital en el centro de Ciudad de México llamado De Jesús. Cuando Enrique Krauze se acercó no hace mucho, los médicos, con cierto orgullo, le explicaron que atendían a 43 pacientes y realizaban dos operaciones diarias. Poco, en términos de cantidad. Pero mucho, simbólicamente, si contamos que ese hospital fue el primero fundado en toda América hacia 1524 por orden de Hernán Cortés, justo en el punto donde él mismo se encontró con Moctezuma. “El lugar representa toda una metáfora de lo que ocurre hoy en México con su figura”, asegura el escritor, que impartió este viernes una conferencia en la Real Academia de la Historia (RAH).
Quizás Krauze ve a Cortés como un paciente secular cuya imagen se somete a constantes espasmos y tirones sectarios sin que consiga salir de una larga cuarentena. Lo último vino por parte del actual presidente de su país, López Obrador, cuando en marzo pasado le dio por exigir perdón a España a causa de la conquista. Por eso el autor de El pueblo soy yo (Debate), un ensayo sobre el populismo contemporáneo, sin querer nombrar al mandatario, habla que de que toca dar paso al rigor: “Para analizar su figura ha llegado la hora de los historiadores, no de los políticos”, asegura.
Para entender por qué aún, la sola mención de su nombre provoca tanto rechazo, Krauze ha optado por seguir su figura y analizar las diversas y encontradas interpretaciones. Con ello ha elaborado su conferencia, titulada La imagen de Hernán Cortés a través de los siglos, que inaugura un ciclo con otras tres intervenciones sobre el tema a lo largo de junio en la RAH. “He tratado de abordar los avatares de su prestigio y su desprestigio a lo largo de la Historia de México”, comenta. “Por qué apenas cuenta con algunas calles, algún busto y la iglesia donde reposan sus restos –junto al hospital que fundó- es como un lugar clandestino. Todo ello habla de la inmensa complejidad que representa y sus contrastes”.
“Por qué Cortés apenas cuenta con algunas calles, algún busto y la iglesia donde reposan sus restos es como un lugar clandestino. Todo ello habla de la inmensa complejidad que representa
Por un lado tenemos al fundador de caminos, ciudades y puertos. Por otro, al destructor de una civilización anterior. Su presencia áurea continúa viva con un influjo luminoso e incómodo. “En el siglo XVI conviven la visión idealizada de los franciscanos y la reprobatoria de San Bartolomé de las Casas”, comenta Krauze. Durante el XVII y parte del XVIII recae sobre los criollos: “Lo convierten en símbolo, lo hicieron suyo y se identificaron con su suerte al sentirse relegados en derechos por los peninsulares”. En este relato sobresalen Francisco de Terrazas y Carlos de Sigüenza y Góngora, que escribieron con devoción sobre Cortés.
Pero los ataques aparecen en paralelo con la independencia: “Ahí comienza la verdadera querella”, comenta Krauze. “Se dividen entre partidarios y detractores. Lo esgrimen como una venganza contra la conquista. En 1823, hasta se dirigen en busca de sus restos para quemarlos”. Algo que no lograron por la actitud previsora de Lucas Alamán, uno de sus defensores. “Lo enterró en secreto y reveló discretamente su paradero a los herederos”. Tuvieron que pasar 124 años para volverlos a recuperar y que regresaran a la tumba original.
En 1823, se buscan los restos del conquistador para quemarlos
La visión guerrera sigue en aumento en la segunda mitad del siglo XIX. “Una versión mestiza se esgrime furiosamente en su contra y levanta a Cuauhtémoc, ahorcado por él de manera despiadada, como alternativa”. En paralelo también surgen las primeras aproximaciones rigurosas, “profesionales”, dice Krauze, sobre Cortés. Son los primeros precursores de estudios desapasionados y fríos en el juicio, equilibrados y con distancia. “Destacan tres nombres. Los de José Fernando Ramírez, Manuel Orozco y Berra y Joaquín García Icazbalceta: “No levantan banderas ideológicas. Sirven al saber, no al poder”.
La revolución mexicana vuelve a abrir la herida, según Enrique Krauze. Y se vale de una iconografía poderosa: los murales de Diego Rivera. “Regresa la imagen maniquea. Le plasma como un deforme sifilítico que destruye una arcadia e impone la esclavitud. Emiliano Zapata coloca la herencia indígena en primer plano. Pero esa visión de la arcadia destruida no es cierta, tampoco. Porque Cortés vence a su vez a un pueblo que somete y sojuzga a otros pueblos”.
El repaso de Krauze le conduce a una conclusión: “Que la gran contribución de España y México al mundo ha sido el mestizaje. Cuando los anglosajones desembarcaban, según ellos mismos decían, al adentrarse y mezclarse con los indios, penetraban en las tinieblas. Los españoles llegan y establecen vínculos. Los conquistadores terminan conquistados en una mutua inseminación fructífera”.
Babelia
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