Tres criaturas mal contadas
Nunca acaban de percibirse con nitidez cuáles son los objetivos de los personajes dentro de un panorama en el que el cliché familiar supone un elemento para el sonrojo
Al cine dionisiaco, el que apela a las más bajas pasiones, a la desmesura, a la intrascendencia, a la efervescencia y a la extravagancia, sin mayores ambiciones que las de provocar en la platea un par de horas de exaltación más o menos colectiva, solo hay que pedirle una cosa: que esté bien contado, que esté bien narrado desde el más elemental sentido de la palabra, el que alude a unos personajes, unas situaciones, un tiempo y un lugar, y que todo ello se comprenda. Pero ni eso es capaz de cumplir el espantoso armatoste Godzilla: rey de los monstruos, secuela de aquella Godzilla del año 2014, dirigida por Gareth Edwards, que al menos tenía un puñado de imágenes símbolo de estimable belleza formal.
GODZILLA: REY DE LOS MONSTRUOS
Dirección: Michael Dougherty.
Intérpretes: Vera Famiga, Kyle Chandler, Millie Bobby Brown, Charles Dance.
Género: acción. España, 2019.
Duración: 132 minutos.
Este kaiju-eiga (ya saben, películas de monstruos nacidas en la cultura japonesa), dirigido y coescrito por Michael Dougherty, confía simplemente en la acumulación, y para mejorar a una criatura tan emblemática como Godzilla cree que solo hace falta sumarle otras: tres monstruos mejor que uno. Sin embargo, Dougherty es incapaz de componer imágenes brillantes, el efecto político del original japonés (Hiroshima y Nagasaki, en el recuerdo) y de alguno de sus renacimientos es aquí ininteligible y, lo peor, nunca acaban de percibirse con nitidez cuáles son los objetivos de los personajes dentro de un panorama en el que el cliché familiar (la hecatombe mundial, la catástrofe de un matrimonio y su hija) supone un elemento más para el sonrojo.
Es una lástima que Legendary Pictures y Warner Bros., productores del evento, hayan desterrado del todo el estruendoso sentido del humor y el espíritu de sano gamberrismo de Kong: la isla calavera, segunda entrega de lo que se ha dado en llamar franquicia monsterverso, para apostar por la grandilocuencia, la mirada penetrante y el arqueo de ceja vacuo y pedestre. Si Ray Harryhausen y el Gordon Douglas de La humanidad en peligro (1954) levantaran la cabeza y vieran este trasto de impostada seriedad, no darían crédito.
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