La vieja Europa tiene miedo
El filme ofrece reflexión desde la ambigüedad moral y evita los veredictos desde un simbólico y abierto final
Estamos tan desgraciadamente acostumbrados a las películas políticas dogmáticas, unidireccionales y dispuestas a confirmar unos ideales sociales y morales preconcebidos, y no a la búsqueda de resquicios dentro de dichas certezas, que la presencia de una obra como Un atardecer en la Toscana puede ser vista como una singularidad cuando simplemente actúa como debe: sin respuestas, porque no las hay. Si acaso, con la forja de caminos para intentar encontrar soluciones.
UN ATARDECER EN LA TOSCANA
Dirección: Jacek Borcuch.
Intérpretes: Krystyna Janda, Kasia Smutniak, Antonio Catania, Lorenzo de Moor.
Género: drama. Polonia, 2019.
Duración: 92 minutos.
Producción polaca ambientada en Italia, escrita y dirigida por Jacek Borcuch, hasta ahora inédito en los cines españoles, la película está protagonizada por una mujer apasionante y de enorme complejidad: una poeta judía que acaba de ganar el premio Nobel y que, ante la más cruel de las acciones, un atentado terrorista indiscriminado en la plaza del Campo de Fiori de Roma, decide ejercitar su poder como intelectual con un polémico discurso sobre la inmigración y la barbarie, que suma a la devolución del más importante galardón de las letras. Un ser humano que nunca es de una pieza ni en lo político ni en lo humano: en torno a la sesentena de edad, fue una madre dura y firme, alérgica al cariño, y ahora es una abuela cómplice y condescendiente que, por encima del bien y del mal respecto a las normas más elementales, arroja verdades a la cara con arrogancia mientras se tambalea en un interior necesitado de un cuerpo joven para la caricia y la pasión, lejos del “viejo con pantuflas” que tiene como marido.
En boca de su poeta de ficción, Borcuch establece una férrea defensa de los valores de la vieja Europa, pero al mismo tiempo alerta sobre los errores frente la inmigración, la resurrección de los fascismos y los recelos con cualquier tipo de otredad. Y utilizando una fórmula dramática semejante a buena parte de las películas del iraní Asghar Farhadi, la desaparición temporal de uno de sus nietos, coloca a todas sus criaturas y a la sociedad que las rodea frente al drama, frente al miedo y frente a sus propios prejuicios.
Crítica con el individuo y con la masa, con las altas esferas de la intelectualidad y con la baja estofa de la política local, Un atardecer en la Toscana ofrece reflexión desde la ambigüedad moral y evita los veredictos desde un simbólico y abierto final, alrededor del cual debe intentar colocarse cada espectador. Eso sí, solo el que esté dispuesto a valorar una vez más las posibles manchas de sus (in)flexibles ideales.
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