Hundida y a flote por obra de los libros
La escritora Belén Rubiano presenta el relato cómico de los cinco años durante los que tuvo una librería
Algunos lo consideran una afrenta a la literatura, pero el gusto aristocrático por lo elegante y refinado de los libros le permitió a Belén Rubiano cumplir el sueño de abrir su propia librería. “Dicen que por ósmosis y transferencia los libros hasta cubren de cultura a quien vive cerca. Hay ya algún estudio clínico que lo corrobora y todo”, le dijo la familia sevillana que le alquiló un local de su propio palacete en el que ella hizo realidad su proyecto. Mejor largas estanterías de madera, aunque fuera de pino, debieron pensar, que la deshonra de una cocina humeante o los estrépitos de algún taller mecánico para aquel espacio sin ocupación. El episodio era un buen preludio de las escenas hilarantes que se iban a suceder tras la apertura y que Rubiano (Sevilla, 1970) describe ahora en Rialto,11: Naufragio y pecios de una librería (Libros del Asteroide, 2019), el relato de aquella etapa que arrancó en 1997 e hizo agua entre apuros económicos cinco años después.
Clientes aprovechados, impertinentes catedráticos que defienden absurdas teorías científicas y señoras muy beatas y muy traicioneras componen buena parte de la narración, que no es propiamente una ficción, aunque su autora se haya tomado "algunas licencias para sucesos que, no siendo exactos, revelan algo verdadero". "La mayoría de quienes venían a Rialto eran personas sensibles, amables, pero eso, en la escritura, se resume en un párrafo; donde verdaderamente está el relato, decía Tólstoi, es en las familias desgraciadas", cuenta Rubiano, cigarrillo humeante en mano, sentada en un banco del parque del Retiro de Madrid, al que ha acudido para firmar en la Feria del Libro.
Todos estos personajes desdichados desfilan por las páginas de una obra en la que la autora echa mano de diálogos que discurren bajo un agudo humor costumbrista. "Nosotros de viaje de novios fuimos al Planeta", le dicen a Rubiano unos vecinos de El Pedroso, el pueblo sevillano del presidente del Grupo Planeta José Manuel Lara Hernández. "¿A la editorial, se refieren ustedes?". "Eso, eso, lo de los libros. Íbamos y él [Lara] nos enseñaba el Planeta entero", le responden. Claro que, al final, aquellas parejas que conocían la ciudad por primera vez, volvían tras la breve escapada de nuevo al campo. Igual que Belén Rubiano lo hacía a su pequeña librería de Sevilla, sin haber logrado la línea telefónica con aquel gerifalte de los libros que atendía a desconocidos, pero solo si eran de El Pedroso.
"La risa es algo que necesito siempre que leo, incluso cuando me cuentan el lado oscuro del mundo: no me lo creo si no me lo cuentan con humor", ríe también la autora. Rubiano retrata una librería como un espacio donde entrenar la mirada, no solo durante la lectura, sino también con los clientes, entre los que acabó encontrando a grandes amigos que un buen día, además, se convirtieron en su mejor auxilio. “Los impertinentes y algún loco que venían a Rialto me han permitido contar que siempre hay alguien para socorrerte cuando surge cualquier lance”, rememora ahora la librera en el único gesto serie que concede durante la entrevista.
En ocasiones ni siquiera hacen falta estos individuos dementes para que en Rialto surjan episodios embarazosos. Una tarde, un cliente salva el patrimonio de Rubiano cuando se percata de que una pila de libros está ardiendo. Apresuradamente, el fuego queda sofocado y ambos comprueban que por fortuna solo dos obras han ardido: una que se titula Los quemados y otra que incluye la palabra cerilla en el título. “Y ahí no me he inventado nada”, adelanta la autora. No debió ser este el único caso en el que una misteriosa lógica parecía regir los acontecimientos de Rialto. Como si el suceso hubiera salido de uno de sus libros, el novelista Enrique Vila-Matas, sentado en un taxi camino a una conferencia, ve un pequeño pizarrín colgando de una singular librería en la que alguien ha escrito una frase suya: “Anoche soñé que yo no era la sombra de Vila-Matas”. Un lugar casi metaliterario para un escritor también rebosante de literatura, se figura en el relato de Rubiano un aturdido autor catalán cuando poco después se baja del vehículo.
La cruda realidad del negocio fue, sin embargo, menos dada a lo inverosímil que algunas de las aventuras: los pagos se demoraban cada vez más, y las mañanas eran día tras día menos concurridas. Rubiano ve hoy aquel lento declive con un inexorable animismo. “Tal vez el destino de una librera tenga que conllevar cierta dureza”. A la autora sevillana no se le ocurren muchas alternativas que pudieran haber salvado aquella pequeña tragedia. Defiende que el libro tuviera entonces y con más motivo que tenga aún hoy un precio fijo (“De lo contrario, Amazon no tendría competidor”) y guarda un buen recuerdo del trato con editores y distribuidores. Quizá faltó, concede finalmente, “cierta dureza negociadora con ellos” y una gestión más racional del espacio y los fondos.
De aquel infortunio no quedó, sin embargo, ninguna “cicatriz”. La prueba es este libro edificado sobre el recuerdo “muy vivo” de aquella etapa. Con dos símiles: uno torero y otro culinario, explica Rubiano la actitud que ha tomado al escribirlo. Como el matador Juan Belmonte, “que no dejaba ningún ápice de terreno al arbitrio del toro”, ella ha querido ser “la única dueña” en el arte de ordenar el desorden de lo vivido. Todo ello para reflotar los pecios del naufragio y, como el cocinero con las sobras de la comida del día, hacer algo "tan digno como una croqueta".
Babelia
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