Sé Eliot Rosewater, dedícale un festival a tu escritor favorito
Richard Brautigan y John Fante tienen su propio festival en algún lugar del mundo que no es Estados Unidos. Sus organizadores entienden la idea de convención como un acto de amor más que como mero escaparate, a diferencia de lo que ocurre en España
Este fin de semana se celebra en Pescara, una ciudad italiana a orillas del Adriático, famosa por sus playas y por ser el sitio en el que nació el poeta Gabriele d'Annunzio, la antesala del macrofestival John Fante, que tiene lugar a finales de agosto en la ciudad de la que provenía su familia – oh, el airado y maravilloso Nicola Fante, y su no menos persuasiva madre, Mary Capolungo –. Así, mientras el mundo gira, y en todas partes, Arturo Bandini, su famoso alter ego – tan basado en él mismo como en el fascinante protagonista de Hambre, de Knut Hamsun –, puede ser descubierto por lectores de todo tipo, en Pescara, este fin de semana, se ensalzará, vía maratones de lectura y proyecciones, la figura del escritor que hizo escritor a Charles Bukowski.
En agosto ocurrirán más cosas. Se entregará el Premio John Fante, por ejemplo, como viene haciéndose desde hace 14 años. Tal vez los asistentes puedan volver a charlar con los hijos del escritor, Jim y Victoria Fante. Me consta que Dan Fante, el único hijo escritor de John, adoraba el festival. Era una manera de reencontrarse, me dijo en una ocasión, con su padre, y a la vez, con su invisible pasado italiano. Dan Fante murió en 2015. La última vez que le vi me dijo que todo fantiano debería viajar alguna vez a Torricella Peligna. Torricella Peligna es el lugar en el que se celebra el macrofestival. “Mires donde mires”, me dijo, “todo lo que ves son amantes de John Fante”. El pueblo tiene apenas 1.300 habitantes. Pero aquellos días, crece.
No se estila en España dedicar un festival a un solo escritor. Se estila el escaparate. La idea de la convención es, para los organizadores, siempre cuestión de cantidad. Un contenedor en el que prima el contexto, la temática, por encima del creador, o la idea de la creación. Si los festivales fuesen novelas, se diría que en ellos prima la trama, por encima del personaje. Las consecuencias del incendio en vez del incendio en sí mismo. Los organizadores del John Fante Festival entienden el festival como un acto de amor, una reunión de amantes, una manera de compartir, no una mera exhibición. Pienso en el clásico de Kurt Vonnegut Dios le bendiga, Mr. Rosewater, su puede que más tierna y desopilante novela, y me digo que son Eliot Rosewater.
Eliot Rosewater es el protagonista de la historia. Un solitario y encantador richachón que monta un festival para conocer a su escritor favorito, el malogrado Kilgore Trout, un escritor de ciencia ficción que parece condenado al fracaso. Kilgore es casi un vagabundo cuando recibe la carta de Rosewater. La carta es la invitación a un festival en la otra punta de Estados Unidos. Estupendo, se dice. Allá vamos, se dice. No hay historia de amor más perfecta que la que se da entre un lector y su escritor favorito, parece decirnos Dios le bendiga, Mr. Rosewater. El festival, otra vez, entendido como acto de amor, casi como acto de salvación. Después de todo, ¿no es eso lo que hace un lector? Salvarte.
Un día, después de una charla, el poeta argentino Nicolás Domínguez Bedini, leyó un poema de Richard Brautigan. La fortuna quiso que entre el público se encontrase un amigo de la última novia del escritor. Al acabar, este amigo se acercó a Nicolás y le dijo que esa novia japonesa vivía en Argentina desde hacía un tiempo. Nicolás no le creyó, me cuenta. Pero resultó que era cierto. Le puso en contacto con ella y Nicolás se atrevió a pedirle su colaboración para algo que le rondaba la cabeza desde hacía un tiempo: crear un festival de un solo día que celebrase la sola idea de que Brautigan existiese. Ella le puso en contacto con su hija, Ianthe, a la que le pareció perfecto. Así, el 30 de junio de 2016 se celebró el primer Brautigan Fest en Buenos Aires.
La pasión de Bedini por Brautigan ha hecho realidad cosas que al propio Brautigan le hubiesen encantado. Pensemos en el poema Lobula Marítima. El poema Lobula Marítima empieza así: “He decidido vivir en un mundo donde / los libros se transformen en millones de / jardines con niños jugando”. ¿Qué ocurrió en la tercera edición, la edición del año pasado, del Brautigan Fest? Que, por ejemplo, se entregaron, entre los asistentes, semillas mágicas. Las semillas debían plantarse junto a poemas como Lobula Marítima. Se celebra, juguetona y humildemente, el espíritu lúdico de Brautigan, para quien el mundo era a la vez un lugar triste y divertido, terrorífico y maravilloso. Pensemos en En azúcar de sandía, su novela. Transcurre en un mundo en el que todo está hecho de azúcar de sandía. Todo parece inofensivo. Pero ahí están los tigres. Y hablan. Vienen a decirte que van a comerse a tus padres, que no se lo tengas en cuenta. No pueden remediarlo.
El Brautigan Fest se celebra el 30 de junio porque 30 de junio, 30 de junio es un poema de Brautigan. En realidad, es una obra completa de Brautigan. Un diario de viaje, el diario de su primer viaje a Japón en 1976, en forma de poemario. Lo habitual es que, durante el Brautigan Fest, se homenajee una obra en concreto – hace dos años fue The Tokio-Montana Express – y se elabore un fanzine. Por el momento, no es gran cosa, pero la cosa, se diría, acaba de empezar. La pasión, eso sí, está ahí. Quizá la razón por la que en España no se estila dedicar un festival a un solo escritor tenga que ver con eso. Quizá no haya escritores que la despierten, a excepción de Francisco Casavella (su Watusi tiene ya uno, se celebra cada 15 de agosto en León), o lectores despiertos.
Babelia
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