_
_
_
_
_
EL CORREO DEL ZAR
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Amigos, romanos, legionarios

A la hora de elegir personajes favoritos de la Roma clásica, son una buena opción Cato y Macro, los protagonistas de las novelas históricas de Simon Scarrow

Jacinto Antón
Legionarios romanos en una reconstrucción histórica.
Legionarios romanos en una reconstrucción histórica.

Uno de los atractivos de la reciente exposición sobre Kubrick en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) fue poder contemplar la armadura que usaba Laurence Olivier en Espartaco en su papel de Marco Licinio Craso. Como no me la podía probar, di en pensar cuáles son mis romanos favoritos, de verdad y en la ficción. Desde luego no es uno de ellos el triunviro Craso, y menos el Craso de Olivier, con ese rictus cruel en la boca y su indecisión entre los caracoles y las ostras. El Claudio de Robert Graves (y especialmente el de Dereck Jacobi) y el Adriano de la Yourcenar nos gustaron a muchos durante una época. Como grandes generales están César, claro (siempre me viene a la cabeza con los rasgos de Cameron Mitchell en aquel terrible péplum de los años sesenta sobre el conquistador de la Galia), el Escipión de Posteguillo, o Claudio Marcelo, “la espada de Roma”, que se pirraba por el combate individual –mató por su propia mano a Viridomarus, rey de los galos-. Y tengo una debilidad por esas cumbres del autosacrificio que son Mucio Scévola, Publio Decio Mus o el legendario Curcio, que cuando se abrió un tenebroso agujero en el Foro y un oráculo dictaminó que solo se cerraría si los romanos lanzaban allí lo más preciado que tuvieran, ni corto ni perezoso (¡ni modesto!) se arrojó él, qué tío Qué decir de Horacio, Catulo, Ovidio...

Por supuesto, en mi corazón hay un espacio para Alix, Mesala, Falco, Olac, Marco Flavio Aquila, el Marco Antonio de Brando, Máximo Décimo Meridio –comandante de los ejércitos del norte, etcétera- y para el romano que más nos ha hecho reír, el Poncio Pilato gangoso de Michael Palin. Y en cuanto a las mujeres, las grandes competidoras con la loba: Julia, Mesalina y Agripina (qué tremenda la nueva de Emma Southon). Y la amada hermana de Calígula, Drusila (especialmente si la encarna Teresa Ann Savoy).

Simon Scarrpw, con un escudo romano, en Barcelona.
Simon Scarrpw, con un escudo romano, en Barcelona.CONSUELO BAUTISTA

Pero si tengo que elegir solo dos romanos me quedo con Quinto Licinio Cato y Lucio Cornelio Macro, los célebres soldados protagonistas de la serie de novelas históricas de Simon Scarrow Águilas del Imperio, de la que se han publicado ya en España, por Edhasa, la friolera de 16 títulos (en el original inglés son 17 y el 18 está al caer). Con Cato (1,84 m, 87,5 kilos) y Macro (1,62 m., 98,5 kilos de puro músculo, según sus perfiles creados para un juego de ordenador) sus lectores hemos ido creciendo. Es verdad que ellos han prosperado más que, por ejemplo, yo, que permanezco en el mismo cargo mientras que Cato ha pasado de legionario a prefecto (un carrerón) y Macro se ha convertido en el centurión primipilus más reconocido del imperio. También es verdad que han sufrido más sinsabores y heridas: Cato luce un costurón de aúpa en la cara y otro en pecho, regalo de los druidas, y Macro ya ni cuenta las heridas.

Juntos han capturado a Caractaco, el célebre rebelde britano, y peleado de lo lindo, a brazo partido y golpe de gladius, contra enemigos de Roma desde el frío norte a las arenas de Palmira pasando por la flota. En el penúltimo libro (el XV, Invictus) los hemos visto vivir por fin una aventura en Hispania, pasando, demasiado rápido, ay, por Barcino y Tarraco, y en el último (XVI, Los días del César) vivir un agitado cambio de emperador (Claudio por Nerón) desde las entrañas de ese avispero que era la Guardia Pretoriana. Tras todos estos años, casi veinte para nosotros desde el debú en El águila del Imperio (2000), Cato y Macro (para ellos han pasado solo 12, del año 42 al 54) se me han vuelto como de la familia. Con sus problemas domésticos, sus amores y desamores: Cato ha tenido un hijo, lo han traicionado, ha enviudado; Macro, después de mantener un tórrido asunto con ¡Boadicea!, por fin parece tener una pareja estable y piensa en sentar la cabeza. Mientras, a Scarrow (1962) le he visto madurar como autor, triunfar, divorciarse, volver a enamorarse y casarse, e incluso pasear por Barcelona con media cohorte de legionarios que le puso su editor Daniel Fernández (el único que tiene en su despacho un escudo romano) para labores de promoción por Sant Jordi.

Dos miembros de un grupo de reconstrucción histórica durante una presentación de libros de Scarrow en Barcelona.
Dos miembros de un grupo de reconstrucción histórica durante una presentación de libros de Scarrow en Barcelona.

Scarrow ha tocado muchos otros palos narrativos, incluso una estupenda novela de intriga arqueológica ambientada en la Grecia de la ocupación nazi, Corazones de piedra, y otra policiaca, Jugando con la muerte. También tiene una serie de gladiadores que se imbrica con la de legionarios y es una precuela o spin-off de esta, Arena, con Macro antes de conocer a Cato (que aparece en un pequeño cameo). Pero la serie troncal de los dos camaradas sigue ahí y no parece que de momento se plantee cerrarla. “Me gusta escribir de ellos, me hace feliz”, me dijo la última vez que nos vimos. Ha explicado alguna vez que juega con la idea de que Cato y Macro combatan en diferentes bandos en el año de los cuatro emperadores (el 69) y que uno mate al otro, pero los lectores pusieron el grito en el cielo y Scarrow sugirió que en cambio quizá se retirarán juntos y montarán una tienda de vinos en Pompeya, ciudad de la que Macro en alguna novela ha comentado que es un lugar en el que nunca pasa nada.

Lo que sí parece estar cerca es que las novelas se conviertan en serie de televisión. El escritor cree que se podría hacer algo al estilo Band of Brothers, Hermanos de sangre pero ambientado en el ejército romano. Sus contactos con el mundo del cine (incluido Will Smith, que le propuso convertir a su personaje juvenil Marco, el hijo secreto de Espartaco, en un gladiador negro interpretado por el propio hijo del actor, Jaden) lo han curado de espantos y lo han vuelto muy pragmático. Series como Roma y Spartacus han probado que la historia del mundo romano puede funcionar en televisión. “No había una buena serie desde Yo, Claudio, pero esas dos no están mal, aunque hay mucha sangre y sexo, los dos protagonistas de Roma se parecen sospechosamente a los míos y los de Spartacus tienen un look a lo Frank Miller”. Las aventuras de Cato y Macro no tienen mucho sexo, la verdad. “Pues si hace falta, ¡lo pondré!”, asegura Scarrow.

En fin, siempre es un alivio saber que nuestros dos amigos romanos tienen cuerda, y aventuras, para rato. De momento, la XVII, The blood of Rome, en Partia.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_