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Mark Bray: “No podemos ignorar a la extrema derecha ni banalizarla”

El historiador estadounidense, cofundador de Occupy Wall Street, analiza en ‘Antifa: el manual antifascista’ la reacción al surgimiento del movimiento totalitario y su derivada actual

Ferran Bono
Manifestación contra la ultraderecha en Barcdelona, el 23 de marzo.
Manifestación contra la ultraderecha en Barcdelona, el 23 de marzo. Toni Albir (EFE)

Mark Bray deja claro desde el principio que es un activista, además de historiador. Participó en la fundación del movimiento de protesta Occupy Wall Street, la versión estadounidense del 15-M, mientras estudiaba los derechos humanos y los movimientos radicales de izquierda en Europa, sus especialidades académicas. Y ahora ha publicado en español el libro Antifa: el manual antifascista, que tampoco esconde su propósito. “Los primeros capítulos son historia y, aunque no se esté de acuerdo con mi punto de vista, se puede aprender. Los últimos son más argumentativos. Se llama manual porque no soy neutral: apoyo la lucha antifascista, la mitad de la recaudación la dono”, explica este estadounidense de 36 años, de aspecto serio, hablar fluido y discurso marcadamente político.

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Editado por Capitán Swing y escrito a principios de 2017, a raíz de la toma de posesión de Donald Trump, el libro es el motivo que le ha llevado esta semana a Madrid, Valencia y Barcelona, donde ayer intervino en el festival Primera Persona. El investigador de la reputada universidad de New Hampshire Dartmouth College ha hablado de un tema tan actual como el auge de una ultraderecha y el peligro de no reaccionar ante el proceso de normalización y banalización de unas ideas con “sabor fascista”, apunta. “Es posible que Trump no tenga un pensamiento estructurado como un fascista. Pero es importante recordar que, históricamente, los fascistas cambiaron sus perspectivas. Para ellos, la racionalidad no es importante. Mussolini cambió sus ideas y sus políticas. Me gusta hablar de espectro, de grados de colores del fascismo, de sabores. Hay muchas diferencias entre los franceses del Frente Nacional y los griegos de Amanecer Dorado”.

También hay muchas diferencias entre la situación actual y la Italia de los años veinte y treinta, cuando se produjo el ascenso del fascismo ¿no? “Como historiador, no se pueden hacer demasiadas comparaciones. Pero también es importante reconocer el peligro y no quitarle importancia. Se puede aprender de los ejemplos históricos y hablar de la crisis económica de entonces y la de hoy, del nacionalismo radical de entonces y de hoy, de la persecución de los judíos y la estigmatización del inmigrante hoy. Hay cosas comparables, sí, pero son muy diferentes. Los partidos hoy no son iguales que los nazis”, sostiene Bray en un buen castellano, aprendido en el colegio y en el estudio de la figura del pedagogo y anarquista catalán Francesc Ferrer i Guàrdia, fusilado en 1909 tras la Semana Trágica de Barcelona. La reacción a su muerte fue una de las primeras grandes campañas internacionales clamando justicia.

La herradura

Mark Bray, intelectual teórico del antifascismo, en Valencia.
Mark Bray, intelectual teórico del antifascismo, en Valencia.Mònica Torres (EL PAÍS)

¿Y qué opina de la teoría de la herradura, de que los extremos tienden a tocarse? “Es un intento de normalizar el centro político. Todos los que no son como nosotros son iguales; son comunistas, nazis, terroristas islámicos… En el caso del fascismo y el antifascismo en casi todos los aspectos son diferentes: nacionalismo frente a internacionalismo, sexismo frente a feminismo… Lo que tienen en común es que no son liberales clásicos. En EE UU esta perspectiva es popular porque mucha gente piensa que ser fascista o nazi es imponer tu opinión. Cuando los antifa se enfrentan a los fascistas, desde esa perspectiva, están imponiendo, y por tanto, son iguales”.

¿Algo similar sucede con el populismo de izquierdas y de derechas? “El término populismo sirve para hablar de una política en contra de las élites, fundada en el pueblo, en la gente. No creo que haya algo más. La gran diferencia es quiénes forman esas élites y qué se debe hacer. Para la derecha, las élites son los judíos, los globalistas, la gente de otros países, la Unión Europea, y lo que debemos hacer es fortificar la nación, expulsar a los inmigrantes. La izquierda, en general, entiende más la élite desde una perspectiva económica, de la clase alta, de los bancos, y lo que debemos hacer es crear un estado del bienestar o una revolución”, sostiene este declarado anarquista antes de entrar en el debate organizado en Valencia por la Institució Alfons el Magnànim.

¿Y no se deslegitima el uso de la violencia? “Al hablar de estas cuestiones es útil empezar con los ejemplos horribles de Polonia o Ucrania en la Segunda Guerra Mundial. Es obvio que la autodefensa fue legítima. La pregunta es cómo tiene que ser de grave la amenaza para legitimar una reacción así. La respuesta antifascista es que es necesario frenar el desarrollo del fascismo antes de una guerra. Se puede hacer de muchas maneras. Y la mayoría de ellas no incluye la violencia, pero la prensa normalmente tiene ese enfoque”.

Algunos consideran que la prensa también alimenta con su excesiva atención fenómenos como Vox en España: “No podemos ignorar a la extrema derecha ni normalizarla ni banalizarla. Si no hablamos de ello, entraríamos en el debate de la libertad de expresión y de la censura y, sobre todo, la información vendría solo de ellos. Pero cuando alguien escribe sobre estas derechas es importante hacer un análisis crítico y presentar las acciones en un contexto, no ofrecer plataformas para que ellas puedan crear su imagen. Un problema en EE UU es la banalización del fascismo, que es una forma de normalizarlo, cuando los periodistas escriben sobre la ropa, sobre tal hipster nazi…”.

Primera Persona, el milagro de la confesión en el CCCB

CARLES GELI

Es muy posible que Brett Anderson, cantante de Suede y figura del llamado brit pop, termine contando de viva voz (parcialmente lo ha hecho ya en el libro Mañanas negras como el carbón) algo de lo que vivió en ese agujero negro compuesto de fama y adicción en el que cayó, del que acabó saliendo y que quizá explique el milagro del renacimiento del grupo en 2010, a los siete años de su disolución. Y que hasta Mala Rodríguez, con la ayuda de la escritora y periodista experta en flamenco Silvia Cruz, comente experiencias de cuando trabajó de adolescente como camarera o de profesora de aeróbic, pero también de mujer de la limpieza y de cómo todo ello ha impregnado el discurso explícito sobre clase social, etnia, rebeldía y género que asoma por las letras de su rap flamenco. Esas particulares confesiones públicas solo pueden darse en el contexto del Primera Persona, el singular e intransferible festival construido a partir de relatos de vida que organiza el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), que arrancó ayer y que, bajo la batuta de los escritores Kiko Amat y Miqui Otero, llega este año a su octava edición. No hay ya entradas para esa cápsula doble que protagonizan Anderson y Mala Rodríguez en esa segunda y última jornada, algo habitual en un festival que ayer comenzó con una sustanciosa mesa Antifascista (así se tituló), liderada por Mark Bray. Pero aún hay plazas para ir a escuchar cómo se puede crear y reflejar de forma autobiográfica una enfermedad mental o una parálisis, caso de las dibujantes Maria Manonelles, Montse Batalla y Emil Ferris. Cosas del Primera Persona.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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