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Fascismo: una advertencia y una amenaza

Madeleine Albright analiza el desarrollo histórico del totalitarismo y completa su análisis con episodios de su experiencia diplomática como secretaria de Estado

Juan Luis Cebrián
Madeleine Albright y Kim Jong-il, en Pyongyang en 2000.
Madeleine Albright y Kim Jong-il, en Pyongyang en 2000.REUTERS

¿Qué es el fascismo? ¿Un partido político? ¿Una ideología? ¿Una forma de ser? Probablemente es todo eso y mucho más, lo que explica que Madeleine Albright, en un libro de igual título que sale a la luz en español, asegure que “el fascismo no es una etapa excepcional en la humanidad, sino que forma parte de ella”. Para Mussolini, fundador al fin y al cabo del partido que lleva ese nombre, en el fascismo “el Estado lo abarca todo” y fuera de él, como de la Iglesia, no hay salvación pues “no pueden existir valores humanos ni espirituales”, lo que permite a la autora explicar las coincidencias de ese movimiento con el comunismo soviético: su menosprecio a la democracia y su habitual recurso a la violencia. A partir de estas premisas, la que fuera secretaria de Estado con Bill Clinton hace un análisis histórico del desarrollo del totalitarismo en el mundo antes y después de la Segunda Guerra Mundial y enhebra una reflexión sobre la amenaza, cada vez menos oculta, de que nuevas tendencias de ese género triunfen en numerosos países.

He tenido la fortuna de leer su obra al tiempo que caía en mis manos, ­gracias a la recomendación de Niall Ferguson, un número de la revista The Atlantic en el que Anne Applebaum se pregunta sobre si está muriendo la democracia, y nos avisa de que en Europa lo peor está por venir. Fruto de las reflexiones de una y otra, y también de la lectura del brillante ensayo de Ferguson La plaza y la torre, sobre el poder de las redes, uno llega fácilmente a la conclusión de que, en efecto, la democracia está seriamente amenazada y por doquier. Podríamos asistir a sus exequias si no se adoptan las medidas oportunas.

Volviendo al libro de Albright, esta reconoce que era un proyecto en el que venía trabajando desde hace tiempo y la victoria de Trump le animó a terminarlo cuanto antes. No porque considere a Trump un fascista, sino porque no es difícil descubrir en él una personalidad similar a la de muchos gobernantes vencedores en elecciones democráticas que padecen pulsiones totalitarias de las que difícilmente escapan. Ellos y sus pueblos. La diferencia en favor de Estados Unidos reside en que allí funcionan las instituciones, y son capaces de moderar las estupideces e impedir los abusos de los mandatarios, mientras que en países de recientes experiencias democratizadoras, como Turquía, Rusia, Polonia o Hungría, comienzan a desarrollarse políticas claramente prefascistas. En una comparación que hace de las personalidades de Hitler y Stalin, describe muy bien las convergencias y discrepancias entre ambos gobernantes, de ideologías completamente opuestas pero practicantes de métodos inspirados en principios absolutamente similares: desprecio a “los ideales jeffer­sonianos del Gobierno popular, el debate razonado, la libertad de expresión, el sistema judicial independiente y las elecciones libres”. No es difícil encontrar algunas de estas características, cuando no todas, en el populismo hoy rampante, sea de derechas o de izquierdas. A las que habría que añadir la apelación permanente a las emociones; el anclaje en cualquier tipo de identidad, sea de raza, religión, lengua o clase; la exaltación del nacionalismo y la apropiación del Estado. Esta es una plantilla fácilmente aplicable para distinguir el trigo de la paja, una vez que todos los fascistas y prefascistas sin excepción se apoderan también del significado de la democracia, la verbalizan mancillándola, como Puigdemont o Torra acostumbran a hacer entre nosotros, como Salvini en Italia, LePen en Francia o, peor aún, algunos dirigentes de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia, convertidos en caudillos de lo que Applebaum ha dado en denominar cleptocracias.

"Escuchaba pacientemente y no trataba de darme lecciones de historia como había hecho Milosevic", dice sobre el coreano Kim Jong-il

Madeleine Albright aprovecha su experiencia diplomática para analizar el comportamiento de algunos gobernantes de países claramente incluidos en esa relación: la Turquía de Erdogan, la Rusia de Putin, la Hungría de Orbán y la Corea de Kim Jong-il, al que describe con más benevolencia que la habitual: “Me pareció una persona bastante normal…, un hombre cordial, de emociones controladas. En nuestras reuniones escuchaba pacientemente y no trataba de darme lecciones de historia, como había hecho Milosevic o como solían hacer los turcos”. También pretende ser equilibrada cuando se refiere a Hugo Chávez o al peronismo, al que considera el primo hermano latinoamericano del fascismo. Se muestra mucho más severa en cambio con Maduro, “que posee todos los defectos y ninguna de las virtudes del dirigente al que reemplazó. Tiene espaldas anchas y el bigote recortado. Lo que no tiene es suficiente ingenio ni encanto, ni la riqueza petrolífera necesaria para seguir los pasos de Chávez”. Estas definiciones, que escapan a la corrección política de quien ha desempeñado cargos de enorme responsabilidad, se añaden a la revelación de una enjundiosa anécdota sobre cómo se gestó el macartismo en Estados Unidos. Del senador McCarthy dice que tenía los instintos de Mussolini, pero no en lo intelectual. Asegura que decidió poner en práctica su cruzada anticomunista después de una cena con un abogado, un profesor y un jesuita amigos suyos, con quienes compartió ideas sobre cómo lanzar su campaña al Senado. Ni el hombre de leyes ni el de cátedra pudieron convencerle respecto a qué estrategia tomar. El sacerdote, padre Edmund Walsh, le dio el eslogan adecuado: combatir el comunismo como una auténtica amenaza para la seguridad nacional. La escuela en la que hoy da clases Albright es la Walsh School, en homenaje a aquel clérigo que inspiró intelectualmente el movimiento más retrógrado de cuantos se han dado en la política americana tras la guerra mundial. Ningún reclamo de memoria histórica ha llevado a los jesuitas, propietarios de la universidad, a cambiar el nombre de la escuela.

Separación de poderes, elecciones libres, independencia de los tribunales y existencia de una prensa libre, profesional e independiente son condiciones indispensables del ejercicio de la democracia y el mejor antídoto contra la amenaza fascista. En este punto toma especial relieve el análisis de Ferguson cuando considera que las redes sociales constituyen una amenaza para el Estado liberal, dada la proliferación de fake news, que confunden y moldean la opinión pública en el sentido que líderes populistas o fuerzas externas promueven. Las noticias falsas se expanden más rápida y ampliamente que las noticias a secas. Las previsiones electorales basadas en un muestreo pretendidamente científico son cada vez menos fiables debido a la manipulación de poderes ocultos en las redes y a la polarización que estas generan entre sus usuarios. En opinión de Ferguson, podemos suponer que, si no hubiera existido Facebook, Trump no sería presidente de Estados Unidos. No hay paz en el ciberespacio y los procesos electorales se ven cada vez más alterados por intromisiones espurias que alteran los principios de la democracia.

Por último, el fascismo siempre ha hecho gala de unas capacidades comunicativas formidables. Hitler y Mussolini fueron creadores de una estética de masas y unos aparatos propagandísticos de eficacia y brillantez extraordinarias, basadas en mentiras colosales que sus crédulos seguidores asumían sin problemas. La confusión generada por las redes sociales conspira hoy contra la elaboración de un pensamiento crítico que defienda a los ciudadanos de los abusos del poder. El libro de Madeleine Albright, como los artículos de Applebaum, constituyen una seria advertencia sobre los riesgos para nuestras libertades en un porvenir cercano. Como bien dice, si queremos que sobrevivan, es preciso que las defendamos.

Fascismo. Una advertencia. Madeleine Albright. Traducción de María José Viejo Pérez. Editorial Paidós, 2018. 352 páginas. 22,90 euros.

La plaza y la torre. Niall Ferguson. Traducción de Inga Pellisa y Francisco J. Ramos. Editorial Debate, 2018. 656 páginas. 27,90 euros.

A Warning From Europe: The Worst Is Yet To Come. Anne Applebaum. Revista The Atlantic, octubre de 2018.

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