Koltès y Truffaut duermen juntos
Christophe Honoré parece tirar de toque autobiográfico con un relato ambientado en los primeros años noventa, de pasión no ya tan libre por la conmoción del sida
Ya en la parte final de Vivir deprisa, amar despacio, uno de sus protagonistas acude al parisiense cementerio de Montmartre y allí visita las tumbas del dramaturgo Bernard-Marie Koltès y del director François Truffaut. El personaje acaricia sus lápidas como el cineasta que abraza dos de los referentes principales de la película: el brío, la desazón, incluso la crueldad del dramaturgo de Roberto Zucco y En la soledad de los campos de algodón; y la espontaneidad, la complejidad disfrazada de ligereza y el romanticismo del autor de Jules y Jim y El amor en fuga. En su undécimo largometraje, el francés Christophe Honoré saca a pasear a sus héroes, en un romance homosexual a ratos literario, por momentos desbocado, siempre en el abismo de la autodestrucción.
VIVIR DEPRISA, AMAR DESPACIO
Dirección: Christophe Honoré.
Intérpretes: Pierre Deladonchamps, Vincent Lacoste, Denis Podalydès. Adèle Wismes.
Género: drama. Francia, 2018.
Duración: 132 minutos.
Honoré, excrítico de Cahiers du Cinéma, con fama de grandilocuente, habitual de los principales certámenes internacionales, y que sin embargo solo ha sido reclutado para los cines comerciales españoles en dos películas, las dos, excelentes, La belle personne (2008) y la que hoy se estrena, parece tirar de toque autobiográfico con un relato ambientado en los primeros años noventa, de pasión no ya tan libre por la aparición y la conmoción del sida, alrededor de un reputado escritor de mediana edad y un joven de provincias, claro trasunto del director, que aspira a dedicarse al cine. Allí donde Koltès podría mirar a los ojos de Truffaut, con R. W. Fassbinder como testigo y el póster de Querelle presidiendo una de las habitaciones.
Y es ese lado creativo de Truffaut el que más destaca en el trabajo de Honoré, cuando en una historia fundamentalmente hablada saltan chispas de ingenio narrativo, con esos personajes ausentes o incluso muertos que de pronto entran en el plano del presente, rompiendo el realismo dominante, para llevar a la película a una dimensión más poética, visual y sonora. Y lo de sonora no es baladí pues sus músicas, del Cars and Girls de Prefab Sprout al One Love de Massive Attack, están utilizadas de un modo soberbio.
Dominada por la irresistible sonrisa de Pierre Deladonchamps, Vivir deprisa, amar despacio ofrece además la oportunidad de apreciar desde otro punto de vista el movimiento de activismo homosexual Act Up, sustancial en la defensa de los derechos de su comunidad en aquellos años y protagonista de la reciente película de Robin Campillo 120 pulsaciones por minuto, emborronado aquí por el juicio negativo de uno de los personajes. La deserción de un individualista, que huele al propio Honoré, y que también podría servir para ejemplificar los dos modos de entender la existencia de su pareja de amantes.
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