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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Un golpe de Estado muy británico

En los años setenta circularon en el Reino Unido fantasías sobre dictaduras de izquierdas o, más frecuente, de derechas

Diego A. Manrique
The Clash, en su época de imagen de guerrilla urbana.
The Clash, en su época de imagen de guerrilla urbana.

Se trata de una frase que ya forma parte del léxico político británico. Esto de A very british coup tiene su origen en la novela homónima del periodista y político Chris Mullin. Publicada en 1982, nunca ha estado ausente de las librerías. Cuenta con un par de adaptaciones televisivas y siete ediciones diferentes. La más reciente intenta (tramposamente) conectar con la actualidad: en portada, el lema “la novela que anticipó la ascensión de Jeremy Corbyn”. No es eso. 

No se esperen literatura de alto calibre: demasiados personajes de cartón piedra, maquinaciones tópicas. Pero A Very British Coup toca nervio: estamos en el territorio de esos thrillers políticos que verbalizan temores ocultos. Harry Perkins, obrero metalúrgico ascendido a parlamentario laborista, gana las elecciones en el Reino Unido con un programa radical que incluye abandonar la OTAN, el desarme nuclear y la expulsión de las bases estadounidenses. Pero antes de que se instale en el número 10 de Downing Street, comienza una conspiración alentada por grandes financieros, dueños de periódicos, los servicios de inteligencia e incluso la BBC. 

Se alegará que resulta disparatado hablar de golpes de Estado en una democracia tan consolidada como la del Reino Unido. Lamento informar de que, durante los años setenta, allí hubo lo que llamaríamos “ruido de sables”. Y no hablo de las letras belicosas de los primeros discos de The Clash, tan fascinados por la épica de la guerrilla urbana. Estaba en el aire: según Chris Mullin, su libro se adelantó a otras tres ficciones con idéntico argumento. Al menos.

La realidad: durante la segunda etapa (1974-76) de Harold Wilson como primer ministro, en el Reino Unido se puso en marcha un complot (o varios) para instaurar un “gobierno de emergencia”, quizás con Lord Mountbatten como cabeza visible. Minimizando su brutalidad, en la prensa conservadora londinense aparecían alabanzas al general Pinochet. Al estilo chileno, se buscó movilizar a la cúpula militar, ya inquieta por la guerra en el Ulster, la caída de la libra, las huelgas a cara perro. El plan avanzó hasta el punto de consultar a la naviera Cunard la disponibilidad de su transatlántico QE2, que se convertiría en prisión flotante. 

En la novela no se alcanzan situaciones tan drásticas: sometido a chantaje, el premier renuncia y es reemplazado con un laborista moderado, controlado por los servicios de inteligencia. Noqueados quedan los políticos y votantes de izquierda: el establishment, tan caricaturizado, ha hecho gala de recursos, rapidez e implacabilidad.

Este año, Chris Mullin ha sacado la continuación de A Very British Coup. Se titula The Friends of Harry Perkins. El defenestrado primer ministro muere en la obscuridad, ensalzado por los mismos medios que organizaron su remoción. Entra en escena Fred Thompson, su antiguo jefe de prensa, que ingresa en el Parlamento por su misma circunscripción. Pero todo es diferente: ya no asustan los comunistas; el lobo actual son las fuerzas desatadas por el Brexit. La novedad es que los llamados segurócratas, los altos funcionarios del MI5, ahora están dispuestos a apoyar a Thompson: necesitan desesperadamente un líder popular, capaz de pilotar el retorno del Reino Unido a la UE. Y no cuento más.

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