El verano de la posibilidad
La historia de toda contracultura parece puntuada por sus mártires, pero al cineasta Kirill Serebrennikov no le interesa oficiar funerales
El 15 de agosto de 1990, el músico soviético Viktor Tsoi, líder de la banda Kino, fallecía en accidente automovilístico a la temprana edad de 28 años. Poco más de un año más tarde, un derrame cerebral provocado por un asalto callejero se llevaría por delante a quien había sido su ocasional compañero de viaje en la escena contracultural que precedió al advenimiento de la perestroika: Mike Naumenko, líder de la banda Zoopark. La historia de toda contracultura parece puntuada por sus mártires, pero al cineasta Kirill Serebrennikov no le interesa oficiar funerales: en Leto, su noveno largometraje, opta por hacer justicia a la esencia de esa revolución generacional para centrarse en el desarrollo de un único verano, aquel en el que todo era, todavía, una inabarcable posibilidad.
LETO
Dirección: Kirill Serebrennikov.
Intérpretes: Teo Yoo, Irina Starshenbaum, Roam Bilyk, Anon Adasisnky.
Género: musical. Rusia, 2018.
Duración: 126 minutos.
Energía universal y transformadora, la contracultura brota cuando un sistema de poder determinado impone sus límites frente a la afirmación de las libertades (y subjetividades) individuales. No es un fenómeno que coincida con una ortodoxa forma de resistencia política, sino que tiene que ver, esencialmente, con lo vital y lo creativo. En Leto, Serebrennikov recrea en blanco y negro –el color de la vida bajo Leónidas Brezhnev- ese Leningrado de 1980 en el que se cruzaron los caminos de Viktor Tsoi y de la pareja formada por Natasha y Mike Naumenko, vértices de un triángulo que tanteó nuevas formas de amar (y de gestionar un deslumbramiento aparentemente incompatible con los límites de una pareja estable), mientras la reapropiación de sonidos venidos de la sociedad capitalista (muchos de ellos, ecos de utopías ya neutralizadas o corrompidas) daba forma al nuevo lenguaje de la ruptura.
Crónica de la articulación de una resistencia subterránea, de la construcción de una sensibilidad a la contra mediante el impulso casi fanzinero de dibujar y reconstruir las portadas de los vinilos que uno no posee, Leto propone la inmersión en unas vidas sojuzgadas, pero en las que no solo habita la luz de la utopía, sino también la capacidad de imaginar otras realidades, encarnadas en esos números musicales que rasgan, grafitean la imagen y subliman la cotidianidad en coreografía.
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