La caza del trampero loco de Rat River
Encuentro en Vancouver con uno de los casos más célebres de la Policía Montada del Canadá
Mis relaciones con la Real Policía Montada del Canadá (RPMC) van a más. Tras mi primer emocionante encuentro hace unos años con un miembro del famoso cuerpo patrullando –él, no yo- por la frontera del Québec con EE UU y el posterior con una integrante femenina –que me regaló una insignia- en una reunión de policías de todo el mundo en Barcelona, he tenido la fortuna de ir a topar hace unas semanas con un foco de irradiación de la RPMC tan conspicuo como es su tienda oficial en la ciudad de Vancouver. El establecimiento (767 West Cordova St.), en el que te suministran variadísimos merchandaising y memorabilia de los hombres y mujeres de las guerreras rojas que sorprenderían a viejos mounties históricos como el constable (alguacil) Alick Pennycuick, leyenda en el Yukon, y ni te digo al sargento King de Zane Grey, es un edén para fans de la montada como yo y encontrarlo por pura casualidad me resultó tan emocionante como contemplar el puerto de hidroaviones o enterarme por la prensa local del reciente ataque a un joven por parte de dos pumas.
Arribé a la tienda tras perderme en el downtown de Vancouver y casi me desmayo ante la profusión de objetos relacionados con la RPMC. El encargado, Mike C. Massmann, se alarmó inicialmente ante mi entusiasmo pero pronto me juzgo inofensivo y procedimos a tener una interesante conversación. Resultó que había vivido en Valencia y entonces viajaba a menudo a Canarias aunque ahora, me dijo, le queda más a mano, hay que ver que está lejos esto de Vancouver, la isla de Bali. Respondiendo a mi interés, me enseñó la gran bandera que tiene de la montada, desgraciadamente no a la venta, y la maravillosa guerrera vintage original, también solo en exhibición. Visto que habíamos congeniado le pregunté si podía tomarme una foto con un sombrero reglamentario, que desgraciadamente no podía llevarme al ser demasiado grandes para equipaje de mano. No solo le pareció una estupenda idea sino que me propuso que me la hiciera con uno histórico que tienen expuesto, así que me inmortalicé como si fuera uno de mis propios héroes, recién salido de Fort MacPherson y presto a perseguir a los métis revoltosos de Louis Riel o a indios fuera de la ley. Me llevé eso sí un montón de libros de historias de la policía montada, entre ellos el que cuenta el famoso caso (que yo desconocía) del trampero loco de Rat River.
Efectivamente, The death of Albert Johnson, mad trapper of Rat River, de F. W. Anderson, describe de manera emocionantísima la verdadera caza del hombre montada en 1932 para atrapar a Johnson, un tipo extraño, hosco y peligrosísimo que se instaló en una cabaña construida por él mismo en donde se juntan el Rat River y el Driftwood Creek, que ya es sitio a desmano, justo al sur del Círculo Ártico. Cuando un agente de la RPMC se acercó a ver qué tal le iba, Johnson lo recibió a tiros sin mayor explicación. El policía regresó con más fuerzas, el tipo volvió a saludar con una lluvia de balas de su rifle Savage 30.30 y de su Winchester del .22, hiriendo de gravedad a un mountie. Entonces trataron de hacerlo salir de su robusta cabaña con dinamita. La operación se complicó porque el trampero era un tirador de primera y estaba perfectamente atrincherado, la temperatura rondaba los 40º bajo cero, que es fresco incluso para la policía montada del Canadá, y el lugar civilizado más próximo era Aklavik a 130 kilómetros, unos dos días en trineo si no te retrasaban los lobos. Al tercer intento, Johnson huyó y se montó un gran dispositivo para perseguirlo, incluyendo una banda de indios loucheoux, varios voluntarios y el uso por primera vez de radio y de una avioneta, pilotada, por cierto, por un ex as de la I Guerra Mundial, el capitán W. R. Woop May, de Manitoba, que participó en el derribo del Barón Rojo por su camarada Roy Brown.
El trampero loco, convertido en un verdadero Rambo avant la lettre, pertrechado con un arsenal, con un dominio fenomenal del medio natural y que se ponía las raquetas de nieve al revés y se mezclaba con las manadas de caribúes para despistar a sus perseguidores, les tendió emboscadas a estos, acertándole a un segundo policía montado, al que mató.
La cosa acabó como suelen acabar estos asuntos, con Johnson abatido a tiros sobre la nieve cerca de Eagle River. El misterio permanece sobre quién diablos era ese trampero y porqué se enfrentó a la Policía Montada del Canadá cuando simplemente le iban a preguntar qué tal se encontraba. Probablemente tenía algo que ocultar, no sé, multas de tráfico o el pago del catastro. Le encontraron una fortuna en los bolsillos y varias piezas dentales de oro que no eran suyas. Estaba hecho polvo, casi esquelético, con congelaciones por todo el cuerpo, por no hablar de los numerosos disparos que había recibido y que lo dejaron como un colador. Uno de ellos le alcanzó en la cartuchera de municiones que explotó abriéndole un horrible boquete en la barriga. Pero lo peor era la cara de rabia y odio que tenía y que se le había puesto aún más tremenda por el frío, el hambre y la muerte. Hasta Woop May, que había visto las trincheras de Francia, quedó impresionado.
Acordé con mi nuevo contacto en la Policía Montada que teníamos que seguir hablando de todas esas cosas y tomando mi trineo en la puerta del establecimiento me ajusté las polainas, fustigué a los perros y partí hacia donde más o menos me pareció que quedaba Fort Saskatchewan, henchido de aventura, cargado de libros y lanzando a voz en grito el lema de mi cuerpo de adopción: “¡Maintiens le droit!”, y que sea lo que Dios quiera.
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