Un símbolo del catolicismo cultural
Puedes a un tiempo sentir fascinación por Notre Dame y no creer en Dios
Para un francés, incluso para los que como yo no somos católicos, Notre Dame de París es un símbolo nacional. Desde la coronación de Napoléon hasta los funerales de François Mitterrand, Notre Dame forma parte de la historia de Francia. Aparece en La Libertad guiando al pueblo de Delacroix y en el lienzo de David sobre La consagración del Napoleón. Es una catedral que ha sobrevivido a numerosas revoluciones: 1798, 1793, 1830 y 1848. Y en la de 1871 también sobrevivió, mientras que a escasa distancia el Ayuntamiento de la capital quedó destruido. Notre Dame ha resistido los embates de La Comuna y de dos guerras mundiales.
Cuando nací, el catolicismo era en Francia la religión de todo el mundo. Hoy, apenas el 1,8% de los franceses va a misa los domingos. Éramos católicos por tradición. Pero no hace falta ser católico para que te guste Notre Dame. Te puede gustar si eres un “ateo-católico”, como me ocurre a mí. Un ateo de cultura católica puede reconocer sin problemas la influencia de la cultura católica en su vida de ciudadano de la República francesa. Así lo vemos en El diario de un cura rural de Bernanos, adaptada al cine por Robert Bresson. Voltaire, tan anticlerical, admite que se lo debe todo al catolicismo. Y Rimbaud, uno de los héroes de mi libro Sodoma debido precisamente a que fue a la vez obsesivamente católico y gay, escribió: “¡Ay! ¡Los mil amores que me han crucificado!”. Y también: “Saltimbanqui, mendigo, artista, bandido… ¡cura!”
Ser francés equivale, en el fondo, a no ser “esclavo de tu bautismo” (Rimbaud). A reconocer al catolicismo lo que le debemos (Chateaubriand), pero también a reivindicar el derecho a criticar esa religión (Voltaire). Respetar el sentimiento religioso, pero sin renunciar a la publicación de las caricaturas de Mahoma ni a hacer bromas sobre los curas. La quintaesencia de este modelo se encuentra en la ley de 1905 que define la laicidad del Estado francés. Su primer artículo defiende el derecho a la fe religiosa, la libertad de conciencia, la libertad de culto… Y en el segundo se afirma que el Estado no reconoce ningún culto, y al mismo tiempo impone la separación de la Iglesia y el Estado. Eso es Francia: lo que se dice en los artículos 1 y 2 de la ley de 1905. Por eso puedes a un tiempo sentir fascinación por Notre Dame y no creer en Dios: no hay contradicción alguna. Para mí, Notre Dame encarna una cosa más. Es la iglesia de mi barrio, mi iglesia. Vivo a unas pocas manzanas de allí. Este lunes, mientras ardía con llamas anaranjadas, y vi con espanto cómo se desmoronaba la Flèche diseñada por Eugène Violett-le-Duc, confié que el edificio se salvara. No ha sido Dios quien apagó las llamas, lo han hecho 500 bomberos de París, luchando a brazo partido. Pero todos hemos rezado por Notre Dame.
Frédéric Martel ha publicado recientemente el libro Sodoma, Poder y escándalo en el Vaticano. [Traducción de Enrique Murillo]
Babelia
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