La dimensión desconocida
En el conjunto conviven piezas capaces de convocar una inabarcable inquietud mediante elementos mínimos con desenlaces un tanto perezosos
La esquina desde la que autores como Rod Serling, Richard Matheson, Franz Kafka, Pere Calders o Quim Monzó han observado la realidad para detectar, en su centro, un punto de reveladora extrañeza no debe de situarse muy lejos de la esquina desde la que Esteve Soler descifra el actual estado de las cosas para situarse a la contra de esos valores absolutos que han ido perdiendo su significado. Las ideas que finalmente fueron nutriendo la trilogía de piezas teatrales que convirtió a Soler en exportable autor revelación de la escena teatral –Contra el progreso, Contra el amor, Contra la democracia, bautizadas extraoficialmente como la Trilogía Indignada- habían nacido en su día en forma de relato breve: unos textos que por aquel entonces no encontraron editor y cuya publicación en el volumen En contra. 23 contes teatralitzats (Edicions 3 i 4) vino finalmente impulsada por el imponente éxito de su transubstanciación escénica. Si las ideas de Soler han sido capaces de viajar felizmente a través de diversos idiomas y contrastadas concepciones escénicas, la película 7 razones para huir demuestra que también son capaces de sobrevivir, con mayor o menor eficacia, a radicales cambios de lenguaje artístico.
7 RAZONES PARA HUIR
Dirección: Esteve Soler, Gerard Quinto y David Torras.
Intérpretes: Aina Clotet, Vicky Peña, Sergi López, Emma Suárez.
Género: comedia. España, 2019.
Duración: 75 minutos.
Codirigida por el propio Soler junto a los también debutantes Gerard Quinto y David Torras, 7 razones para huir adapta siete relatos identificados, un poco a la manera monzoniana, por un epígrafe abstracto –Familia, Solidaridad, Orden, Propiedad, Trabajo, Progreso y Compromiso- dentro de una película de sketches que parece preferir el espejo de los Relatos salvajes (2014) de Damián Szifron que el de las películas que Ventura Pons dedicó a los cuentos del autor de El per què de tot plegat. La fotografía de Gabriel Campoy subraya que el tono dominante es el de la comedia macabra y negrísima de sustrato cotidiano y punto de fuga surrealista.
En el conjunto conviven piezas capaces de convocar una inabarcable inquietud mediante elementos mínimos –la pesadilla del piso número 7- con desenlaces un tanto perezosos –el selfie al final de la agonía-, pero el reparto siempre acude al rescate de cada desliz conceptual. Que la pieza peor articulada –y la más condicionada por la elementalidad de su mensaje- cierre el recital no hace justicia a un conjunto donde brillantez (la emanación catódica de un refugiado), crueldad (la familia que aligera personal) e incluso una rara poesía (los pies de los ahorcados) se dan un (helado) apretón de manos.
Babelia
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