Arco reduce la oferta de artistas para animar el mercado
El entusiasmo de la delegación de Perú, el país invitado, y la apuesta por un nuevo modelo de feria marcan la jornada inaugural de la cita
Los miembros del mundo del arte son en 2019 como aquellas ardillas del mito peninsular: pueden viajar de feria en feria sin tocar suelo. Este febrero, sin ir más lejos, se han visto las caras en Zona Maco, en México, la nueva Frieze Los Ángeles y, desde ayer, en Arco Madrid, que hoy recibe la visita de los Reyes de España para su inauguración oficial y permanecerá abierta al público entre el viernes y el domingo. Luego vendrán el Armory Show de Nueva York, la feria de Dubái, Art Basel... Entonces, ¿qué mueve al 70% de las 205 galerías de 31 países presentes en Arco a viajar a España?
Por un lado, participar en la cita madrileña, que ha arrancado con optimismo y buena valoración entre los profesionales, es más barato que hacerlo en otras. Los espacios cuestan en Ifema entre 5.700 y 50.000 euros (gastos de instalación y logística aparte). Coleccionistas y galeristas internacionales también valoraban ayer el “gran ambiente” que se vive en la ciudad en esta semana, en la que también es posible ir, como los roedores esciuromorfos, de sarao en sarao, de noche en noche. Distinto es para los marchantes nacionales, como Espacio Mínimo, de Madrid, que tienen la ciudad más vista y no pueden echar mano del factor sorpresa con los coleccionistas locales.
Uno de sus fundadores, José Martínez, calculaba en 40.000 euros la inversión que tendrá que recuperar a base de ventas que, si bien se cierran de palabra en la feria, pueden culminarse meses después de echado el cierre (también es justo decir que muchas veces las compras se acuerdan antes del inicio de la cita, cuando los coleccionistas reciben el menú de lo que se van a encontrar). “Al menos”, explicó al final de la mañana, “ya hemos adjudicado estas dos piezas”, añadió señalando un par de obras del artista guipuzcoano Manu Muniategiandikoetxea.
La clase media
Cabe situar a Espacio Mínimo en la en la clase media de la sociedad de Arco. Con más de un cuarto de siglo a sus espaldas, no es The Ryder, espacio de Londres con cuatro años de vida, que participa en Opening, programa para emprendimientos con más futuro que pasado; a Arco vienen con una pieza hecha ex profeso —“site specific”, en la jerga— de Andrea Galvani, que ha contratado a “unos astrofísicos de la Complutense” que dibujan en la pared fórmulas sobre asuntos relativos a la materia oscura. El comprador adquiere el derecho a que unos científicos le visiten en casa para repetir el experimento por un precio que, dependiendo de la superficie, oscila entre 6.000 y 15.000 euros.
Espacio Mínimo tampoco es la todopoderosa suiza Hauser & Wirth, con sedes en Zúrich, Londres, Nueva York, Somerset, Los Ángeles, Hong Kong y Gstaad. Es la firma que reabrirá el 17 de abril Chillida-Leku, cerca de San Sebastián, y a Arco ha traído un estand monográfico de la estadounidense Jenny Holzer, que expone, poco antes de una gran retrospectiva en el Guggenheim de Bilbao, uno de sus consabidos leds (400.000 euros) y cuadros en los que mezcla acuarelas con documentos desclasificados del Gobierno de EE UU.
The Ryder y Hauser & Wirth, que ocupan los dos extremos de la ciudad de Arco (el pequeño barrio en proceso de gentrificación frente a los Campos Elíseos), se parecen al menos en eso: su apuesta por un solo artista. “Las ferias renuncian cada vez más al efecto vitrina”, explica Ricardo Ocampo, de WaldenGallery, con sede en Buenos Aires, que expone a las artistas mexicanas, pioneras del feminismo, Magali Lara y Mónica Mayer. “Ir a una galería a comprar una pieza es muy de los años ochenta, los coleccionistas se esperan a estas citas, en las que además aprovechan el viaje”, añade Ocampo.
Es el deseo de los directores de Arco (Carlos Urroz, que se despide, y Maribel López, cuya era arranca) que los estands reduzcan su oferta para evitar la dispersión propia del mercadillo. Lo imponen en los programas comisariados, como Diálogos, que cuenta con una selección de espacios que confronta artistas en clave intergeneracional. También ha resultado así con la interesante oferta de ARCOPerú, país invitado: 23 artistas de 15 galerías dispuestos en una original arquitectura con forma de rosa del desierto, en la que ayer se contagiaba uno de la vitalidad de la embajada del país que ha inundado la ciudad de oferta cultural (Nobel de Literatura incluido).
Algunos de los grandes nombres del programa general, como la madrileña Helga de Alvear, también se han apuntado a la tendencia. La veterana coleccionista y galerista ha apostado por Julian Rosefeldt. Uno de los miembros de su escuadra artística, Santiago Sierra, protagonizó la polémica más sonada de la pasada edición al presentar la pieza Presos políticos de la España contemporánea, que De Alvear retiró a petición de Ifema. La galerista confesó que no había visto el ninot de Felipe VI que este año firma Santiago Sierra junto a Eugenio Merino en la galería italiana Prometeo y que opta algo fatigosamente al título de “la gran controversia de 2019”. También contó que Sierra le propuso construir este año “un muro delante del estand”. “Le dije que eso mejor lo dejábamos para agosto, cuando la galería estuviera cerrada”.
De Alvear aprovechó la hora del almuerzo para adquirir dos piezas del artista italiano Mario Merz en Giorgio Persano. Confiaba en que le rebajaran el precio de 300.000 a 250.000 euros “He comprado varias cosas más porque hay que animar el mercado. Se diga lo que se diga, se vende muy poco y los tiempos que vienen no son buenos para el optimismo. El panorama internacional es de asustar y aquí en España tampoco es mejor. El único candidato sensato es Pedro Sánchez, espero que la gente le vote”. Nekane Aramburu, a punto de concluir su etapa como directora del museo Es Baluard en Palma de Mallorca, opinó, por su parte, que esta es una gran oportunidad para que Arco se “afiance como mercado”. La gestora ha podido comprobar que “otras ferias latinoamericanas están sufriendo un bajón en su actividad”, en referencia a Bogotá, Buenos Aires y México.
Más allá de las compras y las ventas, Arco, que acentúa con el monocultivo artístico de los espacios sus pretensiones de bienal, sirvió ayer también para tomar el pulso a las tendencias de la creación contemporánea. A saber: hay un auge de la pintura, que tradicionalmente manda en Arco, un cierto repunte de la escultura y la apuesta decidida del mercado, que por esta vez sigue la estela de las instituciones, por la artesanía como tema y como medio. Abundan el barro, la cerámica, el textil o los azulejos en artistas veteranos (Teresa Lanceta) y jóvenes (Elena Alonso).
También se confirma la continua revisión del canon, la pujanza del arte documental político latinoamericano y la incesante búsqueda de nombres arrinconados por el sistema. Así ocurre en la sección Diálogos. Uno de sus comisarios, Agustín Pérez Rubio, se enorgullecía ayer de haber seleccionado una nómina “diversa a más no poder”, “con un 70% de mujeres y un 100% de artistas que nunca habían expuesto antes en Arco”.
Babelia
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