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Arco 2019
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los coleccionistas de Arco prefieren ‘quemar’ a Sierra e indultar a Felipe VI

Los coleccionistas de la feria se posicionan ante la compra de la polémica pieza que representa al monarca

El ninot de Felipe VI en Arco.
El ninot de Felipe VI en Arco.Álvaro García

Llega un mensaje al móvil: “Quedamos en la antorcha humana”. Vamos allá. Les presento a Marcelo Gioffré. Argentino, unos sesenta años. Tiene aires de abogado y periodista y cita a Borges para explicar la que se ha liado en la edición de Arco, que ha abierto hoy sus puertas a los coleccionistas. Es la única persona de todas consultadas que no quiere quemar a los artistas Santiago Sierra y Eugenio Merino. El motivo, burlarse de la monarquía. “El arte conceptual es fantástico, porque es escurridizo y no sirve para los millonarios, que quieren colocarlo en las paredes de su salón. El arte es una forma de pensar la realidad”, cuenta Gioffré, que no sabe nada del rey ninot de los dos artistas. Y apunta un dato importante: la obra de arte es un objeto jurídico, no un objeto físico, porque solo cuenta la certificación de que eso, lo comprado, es arte.

A partir de este momento, se suceden insultos, amenazas y malas caras cuando se pregunta a los coleccionistas que salen al paso si comprarían el Felipe VI por 200.000 euros, para quemarlo luego. “¿Usted dónde ha nacido?”, pregunta una mujer que pasea entre los estands con otras dos amigas. “Pues si es de Madrid que sepa que también le están quemando a usted. El rey me representa y yo me siento quemada y ultrajada”, dice. Su amiga le pregunta qué tiene que ver el lugar de nacimiento, que lo importante es que hablo español. El debate se enrosca y la tercera hace punto final a la discusión: “Que no es arte, que es una provocación”. Y se marchan a ver no sé qué, con su plano de la feria en la mano.

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Es hora de seguir a un caballero cercano a los setenta, traje gris y camisa azul claro, con corbata azul marino. Es el prototipo de hombre por el que se pelean los galeristas y así le salen al paso en este pasillo. Al preguntarle por el asunto… estalla. Está enfadado, muy enfadado, sobre todo con la prensa porque no deberíamos hablar más de eso, ni escribir una línea más de ellos, ni de esa obra. Cree que ensucia la imagen de la feria, seria y rigurosa, con cientos de galeristas que evitan el escándalo y prefieren apostar por una inversión real (con perdón). Luego nos cruzamos en el bar, bebe vino tinto con Fanta naranja.

Ahora quien habla es José Torres, coleccionista valenciano. Y guiña un ojo para subrayar lo de “valenciano” y mostrar que, a pesar de ser amante de las fallas, esto no lo compraría nunca. “Es un arte publicitario del propio artista. Yo compro arte en mayúsculas. También compro por inversión y ¡qué es eso de quemar 200.000 euros! Además, si entro en la galería Lelong me compraría cualquiera de sus piezas, sin importarme la ideología de esos artistas”, cuenta. Eso es lo que no soporta el mercado del arte, el descaro político, que vengan dos artistas a embarrar la fiesta con una proclama, disparando en medio del concierto. Sin embargo, todos pasan por “la antorcha humana” para hacerse un selfi. Quieren la foto del Telediario, quieren “estar ahí”, junto al rey ultrajado.

“No pagaríamos para quemarla, pero nos hemos hecho una foto y lo quemaremos en Instagram”, son Mireia y Claudia, acaban de llegar de Barcelona. Vienen a Arco hace años. No les molesta el ninot. Al contrario, la idea les parece “muy buena”. “Me encantaría que alguien lo comprase y lo quemara”, dicen y suben la apuesta. Piensan que el arte es política y libertad de expresión, pero es una opinión muy poco compartida por el resto de coleccionistas. Por ejemplo, Daniel es un importante hombre de finanzas. Como pide que no se desvele su apellido, habla con la munición en la punta de la lengua: “Claro que lo compraría, pero para ponerlo en la Plaza de Colón y quemaría al artista”, suelta con una amable sonrisa, sin despeinarse. “Esto es una feria de arte y la política no tiene lugar. Eso no es arte. Puede ser una provocación, pero, en realidad, es una memez”, dice para que lo apuntemos en el cuaderno antes de continuar su cata en Arco.

Más coleccionistas catalanes dispuestos a todo: “Lo que sería cojonudo es que lo comprara alguien de Madrid”, dice Lluís Coromina. “Esto es arte y le va muy bien a la feria porque son reclamos. Los coleccionistas somos morbosos, imagínate tener al rey en casa… para hacerle vudú”, dice el coleccionista. Lejos de esta opinión se encuentra Elena Pérez-Maura, que ha escuchado esta mañana a Carlos Herrera en la radio animar a la compra de la obra e indultarla. “De acuerdo con que el arte es libre, pero no voy a invertir en algo que va en contra de mis principios ideológicos. Yo lo compraría si no tuviera que quemarlo”, reconoce. Es una explicación que se repite: “El coleccionista se enamora del arte, pero no lo destruye. Compra para poseer, no para quemar”, dice esta coleccionista que prefiere no identificarse y comprar un Barceló que lo de Sierra y Merino.

Por ahí van Borja (Thyssen) y Blanca (Cuesta). Vienen todos los años. Habrá que preguntarles si comprarían el Felipe VI. “¡Uy! Vamos a dejarlo ahí. Corramos un tupido velo”, se disculpan y evitan, con educación, el marrón que se ha cernido sobre sus cabezas. “Prefiero que no me cites, que ya tengo suficientes enemigos: es una gilipollez y es un oportunista. No lo considero escultura, no tiene nada que ver con el arte y no es más que una acción política de mierda”, nos cuenta este hombre que hemos confundido con coleccionista, pero que es un escultor.

Frente a la galería donde sobresale el ninot está Nino Mier, de Los Ángeles, y expone al artista alemán Andreas Breunig, con un lienzo asaeteado de brochazos rojos, verdes, amarillos y negros. El expresionismo abstracto nunca pasa de moda en las ferias y Pablo se acerca y se aleja de la obra, tratando de entender algo de todo ese enjambre de gestos. Le interrumpimos para que se gire y mire al falso rey: “Mira, no me importaría comprarla para colocar al rey de cuatro metros en mi salón. Está muy bien hecho. Pero esto no es arte, es una protesta. Si quieres una colecta de 200.000 euros, vete a Cataluña”, dice. Está claro que una obra que hay que quemar no le interesa. Al parecer hay un museo de Panamá interesado en gastar los 200.000 euros en un ninot -les parece una tradición exótica-, pero no lo harán si tienen que destruirla en el fuego. Bueno, es lo que tienen los ninot…

Nadie quiere a Felipe VI de Sierra y Merino. “¡Es la gran pereza, en vez de la gran belleza!”, asegura Carmen Sanz. Quizá el dinero salga de un Verkami y la pieza arda en una plaza, eso se está pidiendo en estos momentos en las redes sociales. “Cuando un artista se apoya en la polémica, la obra no sirve para nada. No lo compraríamos por la obra y por el artista”, cuentan César Jiménez y Lola Martínez-Rivero, coleccionistas desde hace unos siete años. Tratan de convencer a su entorno de que inviertan en arte, que se hagan coleccionistas como ellos, pero entonces llega Arco y sus imágenes polémicas: “Nos da pena, porque esto nos tumba los argumentos. Esto tira para atrás al coleccionismo, porque hay una parte del arte contemporáneo que es una chorrada. ¿Cómo explicas a tus amigos que este Eduardo Merino [sic] es artista?”, se preguntan.

También se le ha preguntado al Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa por el ninot. "No tiene ninguna gracia, no hay ninguna inventiva, ninguna creatividad, es la pura provocación", afirmó, tras la charla inaugural que ha protagonizado en el Foro de ARCO, en conversación con el poeta y exdirector del Instituto Cervantes Manuel Bonet. No obstante, ha señalado que me parece "bien" que Arco haya permitido que estén estas "malas creaciones". "Por doscientos mil euros se pueden comprar más cosas y me encantaría que hubiera oportunidad para todos los artistas", ha dicho por su parte, Carlos Urroz, quien considera que en esta edición dedicada a Perú prefieren "centrarse en lo positivo". El director de Arco ha afirmado que por el momento no han recibido "ninguna queja" por tener esta polémica obra en la feria.

La pieza no encuentra cabida en el núcleo duro del coleccionismo madrileño. Probablemente si se hicieran las mismas preguntas el sábado, con la entrada del público obtendríamos otras respuestas. Quizá la declaración más templada sea la de la coleccionista Maider Larrauri. Vive en Londres. Le parece que el arte es actualidad y que ese Felipe VI de cartón y cera, hecho en un taller valenciano, es pura actualidad. Aclara que lo que más le interesa de Arco es la jarana política, porque el arte se muere si no mira a su alrededor: “Lo importante es que el arte esté pendiente del pulso de la sociedad”.

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