Viajes de Ulises
‘Una Odisea’, de Daniel Mendelsohn, es un nuevo ejemplo de esa cualidad proteica, inagotable y multiforme de la narración
1. Cómics
Lo mejor será que dé como no leído el desmesurado, deliberadamente escandaloso e inapelablemente apodíctico titular ‘La gran novela americana es un cómic’, con el que se abría el Babelia de mi alma la pasada semana, en referencia a esa cumbre (otra más) de la novela gráfica que es Sabrina (Salamandra), de Nick Drnaso (Palos Hills, Illinois, 1989). Con esto de la “gran novela americana” (en el exclusivo sentido que los estadounidenses dan al término) pasa lo mismo que con el Mesías de los judíos: ya solo creen en su futuro advenimiento los ortodoxos irredentos, que siguen esperando la venida del líder ungido que salvará a su pueblo de sus ansiedades escatológicas, y ajustará las cuentas con el mal en el postrero Armagedón. De modo semejante, la “gran novela americana” (GNA), ese texto de ficción casi sagrado que representaría de forma acabada y canónica la cultura, la experiencia y el lenguaje de los estadounidenses en un momento dado, no llegará nunca porque ya está aquí, lo ha estado siempre: el honor ha recaído, entre otras muchas que supieron elevarse del montón para representar el Zeitgeist, las angustias, los sentimientos y las esperanzas de los norteamericanos (o de una parte sustancial de ellos), en novelas como Moby Dick (Melville, 1851), Las aventuras de Huckleberry Finn (Twain, 1884), El gran Gatsby (Scott Fitzgerald, 1925), Absalón, Absalón (Faulkner, 1936), El hombre invisible (Ralph Ellison, 1952), Beloved (Toni Morrison, 1987), La broma infinita (Foster Wallace, 1996); y, afortunadamente, seguimos contando. Cada una de ellas representa un fragmento de esa GNA eternamente hecha y eternamente por hacer, como ocurre en cualquier literatura. En cuanto al cómic estadounidense, pasa algo parecido. Visto con perspectiva, el último medio siglo ha sido pródigo en obras maestras de la novela gráfica sustentadas en un fabuloso sustrato de dibujantes y guionistas: desde pioneros tardovictorianos como Richard Outcault, cuya serie Yellow Kid (1895) mostraba por primera vez el globo como expresión del decir del personaje (en este caso, de un loro), hasta la edad de plata de Stan Lee y Jack Kirby en Marvel, pasando por el iconoclasta Robert Crumb, un eslabón sin el que no puede entenderse buena parte de la evolución posterior. Así que nah: no existe una GNA gráfica, sino que coexisten muchas. Piensen, por citar una muestra imprescindible de la imparable y fecunda incorporación de las mujeres al género en, por ejemplo, la autobiográfica Fun Home, una familia tragicómica, de Alison Bechdel (2006; en Reservoir Books). Y dejen sus (posibles) prejuicios de lado: cuando acudan a una buena librería en busca de lectura, no olviden las grandes novelas gráficas (también, de autores y guionistas españoles); se llevarán una sorpresa, y si las prueban, repiten.
2. Dos premios
Breve viaje a Barcelona para asistir a la ceremonia anual del Premio Biblioteca Breve. And the winner was… Días sin ti, de Elvira Sastre, una joven poeta (27 años) de la que aún no he podido leer nada y de la que se subrayan los centenares de miles de seguidores en Twitter, Instagram, Facebook. Vamos a ver: mujer, poeta, joven, redes sociales; todo un caramelo para el departamento de mercadotecnia de uno de los tres grandes buques literarios de Planeta (los otros son Tusquets y Destino). Y, por ahora, no digo mucho más, ojalá que cuando la lea me encuentre con que la novela ganadora está a la altura de los premios a, por ejemplo, Las afueras (1958; Luis Goytisolo tenía 23 añitos), La ciudad y los perros (1962; Vargas Llosa, 26 añitos) o Últimas tardes con Teresa (1966; Marsé, 33 añitos), por solo citar algunos de la época dorada y más falocéntrica del galardón (no hubo ninguna mujer premiada hasta que en 1971 lo obtuvo la cubana Nivaria Tejera, de cuyo Sonámbulo al sol ya no se acuerda nadie). Aproveché el banquete posterior a la proclamación de la ganadora para ver amigos y escoger una mesa sin enemigos, lo que no siempre resulta sencillo. Y la noche de hotel y los dos trayectos de AVE, para terminar el estupendo Una Odisea, de Daniel Mendelsohn (de Seix Barral, precisamente), un nuevo ejemplo de esa cualidad proteica, inagotable y multiforme de la narración, a la que le viene bien el epíteto, igual que al héroe Odiseo, de “la de los muchos recursos”, la “fecunda en ardides”. En efecto, Mendelsohn da una nueva vuelta de tuerca a la narración literaria en este apasionante memoir de una odisea familiar de nuestro tiempo (también lo fue su modelo, el antiguo drama de aventuras en que Odiseo, Telémaco, Penélope y el viejo Laertes se reencuentran, muchos años después, y reconstruyen su propia familia, eliminando a los pretendientes y propiciando uno de los finales más felices de la historia literaria), mezclándolo con elementos y técnicas de la ficción —incluida lo que los estructuralistas llamaban mise en abîme— y con una inteligente revisión crítica e histórica de la primera “novela” de la cultura occidental. Hacía tiempo (y muchos viajes, como Odiseo) que no leía con tanto entusiasmo un libro. Su lectura me resultó todo un premio.
3. Tintinología
Hasta el adusto Le Monde pelea denodadamente por conjurar el peligro y vender diarios. Por eso se ha inventado la promoción de ofrecer a sus lectores una colección de cada uno de los coches (a escala 1/24) que utiliza en sus aventuras el héroe Tintin, al que ya solo le falta un lugar en el Panteón de Francia, por más que tanto él como Hergé, su padre, fueran belgas. Y es que el intrépido aventurero acaba de cumplir 90 años y sigue vivito y coleando. Si quieren saberlo todo sobre uno de los más famosos personajes de cómic no se pierdan Tintin-Hergé, una vida del siglo XX, la apasionada summa tintinesca de Fernando Castillo que acaba de reeditar Fórcola.
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