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CRÍTICA | SOFIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La pena moral marroquí

Es muy loable lo que quiere expresar, pero su exposición narrativa parece más un as en la manga que una verdadera consecuencia de la imposible encrucijada de la mujer marroquí

Javier Ocaña
Fotograma de la película 'Sofia', de Meryem Benm’Barek.
Fotograma de la película 'Sofia', de Meryem Benm’Barek.

Que apenas cinco semanas después del estreno de Razzia, aproximación a la diversidad y a las contradicciones de la sociedad marroquí contemporánea, llegue a la cartelera otra película del país magrebí, de similares objetivo y estilo, debe ser celebrado no ya como una anomalía sino quizá como una tendencia en el trabajo de las distribuidoras españolas de cine independiente, convencidas de que hay un público fiel para este tipo de obras sobre el aquí y el ahora de países tan cercanos como seguramente desconocidos.

SOFIA

Dirección: Meryem Benm'Barek.

Intérpretes: Maha Alemi, Sarah Perles, Faouzi Bensaïdi, Lubna Azabal.

Género: drama. Marruecos, 2018.

Duración: 79 minutos.

Sofia, primer largometraje de Meryem Benm’Barek, premio al mejor guion en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes, comparte además con Razzia no pocas cosas. La formación cinematográfica europea de sus artífices: Benm’Barek, en Bruselas; Nabil Ayouch, francés de padre árabe marroquí y madre judía tunecina, en París. La coproducción tanto de Francia como de Bélgica, y la ambientación en la ciudad de Casablanca. Y, sobre todo, la idea de reflejar cómo entre una sociedad con aires de libertad y modernidad, aún persisten demasiadas actitudes y moralidades sociales y normas legales que amenazan con mantener al país en una época enquistada en la cerrazón. Entre ellas, la esencia argumental en Sofia, el artículo 490 del Código Penal de Marruecos, que castiga las relaciones sexuales mantenidas fuera del matrimonio, y las sentencia con entre un mes y un año de prisión, y los ecos del artículo 475, que llega a permitir que los violadores eviten el enjuiciamiento si se casan con la víctima. Preceptos que, cómo no, mantienen a la mujer en una situación de desoladora indefensión y desigualdad.

Benm’Barek, mujer realizadora y guionista, es minuciosa en la reconstrucción del caso: en las dificultades en el hospital para dar a luz sin que los servicios de vigilancia se den por enterados; en el ámbito familiar, donde palabras como “vergüenza” y “humillación” siempre están presentes; y también ante el juez, lo que la lleva en su parte central a evidentes paralelismos con películas recientes de países con ciertas semejanzas éticas y legales, como la israelí Gett: El divorcio de Viviane Amsalen, y la iraní Nader y Simin, una separación.

Sin embargo, cuando Benm’Barek introduce, además del componente de género, el componente de clase, resulta un tanto básica en su descripción. Que el dinero todo lo puede y todo lo cambia es una realidad palpable en cualquier lugar, pero llegados a este punto del relato da la impresión de traicionar la entidad de una parte de sus personajes. Es muy loable lo que quiere expresar, pero su exposición narrativa parece más un as en la manga que una verdadera consecuencia de la imposible encrucijada de la mujer marroquí.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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