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Premios Goya
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El desconocido era la estrella

Noto la cercanía de la lágrima ante el discurso de Jesús Vidal, el actor de ‘Campeones’. Fue más que aseada la actuación de Andreu Buenafuente y Silvia Abril

Jesús Vidal, tras recibir el Goya a mejor actor revelación. En vídeo, parte del discurso del actor.Vídeo: Paco Puentes
Carlos Boyero

La revelación más gozosa, conmovedora y memorable de esta fiesta de pompa y circunstancias que este año les ha quedado tan correcta y previsiblemente empoderada (creo que se dice así) ha sido el discurso de agradecimiento de un señor muy bajito, calvo y con terribles problemas de visión llamado Jesús Vidal. Noto la cercanía de la lágrima (con causa o sensiblera, me da igual cómo aflore en estos ojos que llevan secos tanto tiempo) ante lo que cuenta y cómo lo expresa al recibir su premio. Ignoro si Jesús Vidal es un actor extraordinario, con capacidad para provocar en los receptores las sensaciones que le dé la gana, si su discurso estaba preparado o improvisado, pero fue precioso.

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Hablo de memoria, aunque no creo que me ofusque. Creo haber escuchado a Jesús Vidal lo siguiente: “Amar la vida con los ojos de la inteligencia y del corazón” y “sí me gustaría tener un hijo como yo porque tengo unos padres como vosotros”. Destila emoción auténtica, cercanía sentimental, calidez, verdad. Y que le crujan los dientes a los imbéciles de diseño que pasan su olvidable existencia despreciando el “buenismo”. Y se creerá genial el moderno que inventó ese mareante término, tan de moda él.

Y me alegro de que la ración más deseada del pastel le haya caído a la emotiva, humorística, arriesgada película que firma ese director tan extraño (en el mejor sentido) y personal llamado Javier Fesser. Su mundo siempre es identificable, también su sentido del humor, pero si se lo propone te puede helar la sangre como en la terrorífica Camino. Y no tengo nada claro que para ser un buen director de cine haya que ser buena persona. Pero sospecho que en el caso de Fesser el talento y la bondad van unidos. Era bonito verle feliz, haciendo entrañable piña con el grupo de discapacitados, cuya existencia no debe de haber sido fácil, a los que ha dirigido en Campeones.

Rodrigo Sorogoyen no debe de albergar ninguna duda sobre su capacidad para narrar historias con su brillante cámara. Justificada arrogancia. El reino transmite adrenalina pura, al servicio de una intriga tan sórdida como intolerablemente cotidiana. Me gusta mucho esta crónica sobre el pringue generalizado de la política. Y vale, no me importaría que se rodaran otras películas que avalaran ese oficio como la vocación de servicio a los demás, pero a condición de que desplegaran la calidad, el nervio y la verosimilitud que demuestra Sorogoyen en este demoledor relato.

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Curiosamente, la única secuencia que detesto en El reino (y pareciéndome discutible el desenlace) ha sido la más celebrada y por la que ha recibido un Goya el actor Luis Zahera. Es la interminable conversación en un balcón entre el político y el conseguidor. Por intensa, por cargante, por sobreactuación. Y es formidable la interpretación de Antonio de la Torre. Me gustó menos su castizo discurso de agradecimiento sobre la belleza y la hospitalidad de Andalucía. Sonaba a spot publicitario.

Encuentro justo el premio a Susi Sánchez, esa actriz con preciosa voz y entonación perfecta, por su trabajo en La enfermedad del domingo, que paradójicamente es una película que no me gusta. Y bueno..., el resto de estatuillas están bien repartidas, poseen sentido.

Fue más que aseada, muy graciosa en algunos momentos, la actuación de Andreu Buenafuente y de Silvia Abril. Él me parece un monologuista y entrevistador ejemplar. Le debo un montón de sonrisas y de risas. Y además, me cae muy bien. No había visto actuar a Silvia Abril. Y ha sido un placer. Funciona la química entre ellos en el escenario, los gags están trabajados, los diálogos tienen gracia. Dicen que la compañía y la complicidad ayudan a que aparezca la carcajada. Debo de ser muy raro, ya que observando la ceremonia en soledad me ha surgido la bendita risa en varios momentos. En la aparición de Berto Romero y de David Broncano colgando de unos cables que amenazan a sus genitales y temiendo que si lanzan el Goya a los premiados les puedan romper la cabeza. También me río con el forzado y disparatado striptease de Abril y Buenafuente.

Cuentan los entendidos que la cantante Rosalía es prodigiosa. Y que su personalidad hipnotiza al público de cualquier parte. No sigo la música actual. Pero cualquier versión de Me quedo contigo, una de mis canciones favoritas, que no sea interpretada por Los Chunguitos, me parece una profanación. Aunque la chica singular esté arropada por los orfeones más distinguidos.

Y fue justo y necesario el homenaje de poderosos directores españoles, que han frecuentado el cine fantástico y de terror, a Chicho Ibáñez Serrador, el hombre que sabía demasiado. No he revisado desde su estreno La residencia ni ¿Quién quiere matar a un niño?, pero recuerdo el miedo y la inquietud que me provocaron cuando era joven. Todo en este señor llevaba el sello de la inteligencia. Y sabía crear espectáculo.

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