Las balas de la humorista
La feminista Malena Pichot, un fenómeno en Argentina, vuelve a actuar en España “Hago chistes sobre violaciones, pero eso no es tolerable en boca de un hombre”
Cuando Malena Pichot (Buenos Aires, 1982) habla de sus comienzos en el stand up recuerda un episodio más que elocuente. En una pequeña sala de Buenos Aires, frente a un público casi familiar, “vi de pronto la cara de un chico riéndose muy nervioso. Me acuerdo muchas veces de ese momento. Como si el chico pensara: no me puedo creer lo que está diciendo. Yo me dije: ah, esto no tiene comparación, quiero esa cara para siempre delante de mí”.
El cóctel que provocó la risa nerviosa de aquel muchacho tenía una cuarta parte de sorpresa, otra de escándalo y dos de feminismo, los primeros sones de un tambor de guerra que había llegado para quedarse. Diez años después de ese monólogo, Malena Pichot no solo es una de las cómicas más célebres de toda la Argentina sino también una de las figuras de acción más ineludibles de la vanguardia feminista fuera y dentro de su país. Vuelve ahora a España (Teatro Maravillas, 24 de febrero) con Persona, un show de stand up a ocho manos junto a Charo López, Ana Carolina y Vanesa Strauch, con la política intención de “reírse de los que ríen”. Me reúno con ella en un bar de la Chacarita, su barrio en Buenos Aires, a pocas horas de que vuele hacia Madrid y antes de que lleguen los cafés ya hemos entrado a sangre y fuego en el tema.
“Hace 10 años, cuando empecé a utilizar el feminismo —explica Pichot— no era tanto una cuestión de militancia, que también, como de sorpresa. Pensé: esto es un golazo, hay un tema lleno de aristas y posibilidades que no está usando nadie, no lo puedo creer”. Hoy son casi de culto algunos de esos primeros sketchs de la serie Cualca (2012) o de los vídeos de La loca de mierda (con los que se colgó, aparte, la medalla de ser en 2008 una de las primeras youtubers argentinas), en los que repasaba con sarcasmo temas como los piropos callejeros, la menstruación o la ruptura con un novio poco memorable. “Tradicionalmente las mujeres han tenido que degradarse para agradar al público. En Persona tomamos la decisión de que no queríamos hacer eso. No hay que subirse a un escenario a decir soy fea, soy gorda, nadie me quiere coger”.
Pero las dialécticas por las que transita el humor feminista son hoy, como no podía ocurrir de otro modo, diversas, tentativas y a veces contrapuestas. Hace solo unos meses la australiana Hannah Gadsby reventaba todas las cifras de Netflix con el monólogo Nanette en el que hablaba de los peligros del “self-deprecating humour” (el humor de la autohumillación), todo un viaje emotivo en el que se declaraba dispuesta a dejar de hacer de sí misma un “sujeto risible” y dejaba de una manera un tanto ambigua a la conciencia del público resolver la cuestión de la moralidad de un discurso que insiste en esos términos. “La risa no es nuestra medicina —afirmaba—, la risa es tan solo la miel que endulza una realidad amarga. La cura está en las historias”. Malena Pichot reacciona con cierto rechazo frente a esa actitud. “Vi el monólogo de Gadsby —explica— y me pareció una charla TED, conmovedora y llena de ideas interesantes, muchas de las cuales comparto, pero no me pareció comedia. Reconozco que me molestó un poco el final, cuando dice que no va a hacer más comedia. Tal vez sea una cosa un poco tercermundista, pero yo no puedo permitirme dejar de reír. Yo me voy a seguir riendo de esto porque si no me muero”.
Y del mismo modo que se rebela contra las que abandonan el barco, Pichot se rebela también contra las que intentan subir a él para aprovechar un viento que se promete favorable: “Me divierte ver a muchas comediantes acá en Argentina que nunca tuvieron la más mínima inquietud feminista y ahora son las más orondas. Se quieren subir y no lo consiguen porque se quedan en la solemnidad de la política y les sale un sermón. Dicen: el patriarcado es malo. Sí, bueno, está bien, pero dale una vuelta. Si la gente no se ríe, esto no funciona”. En ese sentido Pichot reclama una especie de “teoría situacionista” del humor más que aplicable a los contenidos (qué puede decirse y qué no), aplicable a quién está habilitado para tratarlos. Del mismo modo que solo un comediante judío está habilitado moralmente para hacer un chiste sobre el Holocausto, un homosexual para hacer un chiste homófobo y un negro para un chiste racista, desde la perspectiva de Pichot solo una mujer está habilitada para tratar desde una perspectiva cómica ciertas cuestiones de género. “Yo digo más barbaridades que cualquier hombre, hago chistes sobre violaciones sin parar, pero esos mismos chistes en boca de un hombre no son tolerables. Y eso es lo que les duele. ¿Vos sos un hombre blanco heterosexual, primermundista? Bueno, entonces no podés hacer un chiste sobre eso, lo siento, pero no podés”.
Malena Pichot es una existencialista de la performance: si Sartre decía que el pensamiento se hace “en la boca” para explicar que solo se conoce “lo que puede decirse”, ella defiende que la comedia sólo se produce en la interacción con el público: “Lo que a una le parece gracioso en la soledad de su cuarto no siempre lo es. Es la gente la que te indica lo que funciona, la que te hace saber que esa es la palabra que tienes que utilizar y no otra”. Persona es, en ese sentido, un show puesto a prueba en años de rodaje por varios países de Latinoamérica. Político, sí. Militante, sí. Feminista, sí. Pero no por ninguna de esas cuestiones menos hilarante. Si algo ha sacado en claro esta fantástica troupe de cómicas argentinas después de tantos kilómetros de carretera es que los buenos chistes matan más machos que las balas.
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