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Crítica | Dios no está muerto: una luz en la oscuridad
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Melodrama cristiano

Con aspecto de telefilme de los 90 bien realizado y propósitos de proselitismo, la película acude al complejo de persecución por parte de la iglesia cristiana estadounidense

Javier Ocaña
Imagen de 'Dios no está muerto: una luz en la oscuridad'.
Imagen de 'Dios no está muerto: una luz en la oscuridad'.

“¿Qué pinta una iglesia en el campus de una universidad pública?”, se pregunta un joven manifestante en la película estadounidense Dios no está muerto: una luz en la oscuridad. El joven activista se refiere a una congregación evangélica cristiana de raíz luterana, y a una universidad estadounidense en el estado de Arkansas financiada con fondos estatales, pero la memoria es fuerte (o frágil, según se mire), y la mente se va inmediatamente a la Complutense de Madrid y a los actos de protesta que llevaron a juicio a la actual concejal del ayuntamiento de la capital Rita Maestre, tras su asalto a la capilla católica de la institución universitaria española.

DIOS NO ESTÁ MUERTO: UNA LUZ EN LA OSCURIDAD

Dirección: Mike Mason.

Intérpretes: David A. R. White, John Corbett, Samantha Boscarino, Bill Birch.

Género: drama. EE UU, 2018.

Duración: 105 minutos.

Es solo uno de los muy interesantes asuntos (en lo social y en lo político, casi nunca en lo cinematográfico) planteados por la película dirigida por Mike Mason y producida por la empresa de David R. White, su actor protagonista: Flix Entertainment, especializada en historias de corte evangelizador. Con aspecto de telefilme de los años 90 bien realizado y evidentes propósitos de proselitismo, la película acude a un tema en boga: cierto complejo de persecución por parte de la iglesia cristiana estadounidense. De hecho, el relato se inicia, sorprendentemente, con la detención del pastor protagonista a causa de sus sermones, y está edificada a partir de un castillo de naipes que no se sostiene: un presunto atentado contra el templo del campus, con resultado de muerte de una persona, que no es más que un cúmulo de improbables casualidades que únicamente sirven a sus autores para proclamar la palabra de dios.

Aunque lo más curioso, y positivo, de la película, tercera entrega de la saga de relatos independientes Dios no está muerto (las dos primeras no llegaron a España), es que está bien planteada en lo dramático, e incluso en lo propagandístico. En el guion están buena parte de las cuestiones esenciales del cristianismo: la fe, el remordimiento, la ira, la piedad, la confesión y la redención. Se desarrolla casi en forma de parábola bíblica, ciertamente tramposa, pero al mismo tiempo sencilla. Y aunque el sermón también sea manifiesto, se adentra en el curioso subgénero cinematográfico que solemos llamar “convencer al convencido” con armas relativamente novedosas: ofreciendo en sus diálogos y acciones defensas de fuste y calidad a los personajes alejados de la fe, a los ateos. Y en ese sentido es más hábil, en su variante ostensiblemente conservadora, que ciertos productos cinematográficos profundamente progresistas, llevados hasta el panfleto y el maniqueísmo pese a sus loables propósitos sociales.

Eso sí, presentar a sus personajes eclesiales como gente sin dinero y sin influencia es una falacia, empezando por la propia existencia de la película.

Babelia

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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