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1929, el año de dos cracs del cómic

Hace ahora 90 años, y con una semana de diferencia, nacieron los personajes de Tintín y Popeye. Ambos trascendieron el tebeo para convertirse en iconos populares del siglo XX

Popeye el Marino.
Popeye el Marino.Cordon Press

Este año plagado de aniversarios en el mundo del cómic —Batman, que llega a octogenario; Astérix, un jovenzuelo de 60 años o nuestro Guerrero del Antifaz, que cumple 75— comienza con la conmemoración del nacimiento de dos personajes que comparten edad y estatus de iconos de la cultura popular: los archifamosos Tintín y Popeye. Ambos nacieron hace nueve décadas, en 1929, el año del crac, que quedó asociado en la historia al inicio de la Gran Depresión y que, sin embargo, arrancó con estos dos hitos fundacionales del noveno arte como supremo arte de la gran evasión.

La creación de Hergé comenzó a publicarse en las páginas de Le Petit Vingtième el 10 de enero de 1929. El joven y pizpireto reportero de flequillo indomable, irrenunciables bombachos y fiel fox terrier Milú iniciaba sus aventuras con El país de los Soviets, una visión ingenua de la Unión Soviética, muy influenciada por el anticomunismo del abate Wallez, director de la publicación y declarado admirador de Mussolini. Un “pecado de juventud” como el autor remarcó muchas veces, pero que tuvo un éxito brutal pese al todavía tosco estilo del joven dibujante, muy influenciado por el elegante trazo de fina línea de dibujantes como George McManus o Alain Saint-Ogan.

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Tintín nacía como evolución natural del anterior personaje de Hergé, el boy scout Totor, pero empapado por la actualidad al seguir modelos de intrépidos reporteros como Robert Sexé, que acababa de dar la vuelta al mundo en moto, o del joven danés Palle Huld, un quinceañero pelirrojo de pantalones bombachos que había emulado a Phileas Fogg, pero reduciendo el trayecto a solo 44 días. Tintín se convirtió pronto en un icono de la cultura francobelga, instaurando todo un estilo gráfico y narrativo. Aunque la mayoría de los álbumes fueron publicados antes de los años cincuenta (el último, inacabado, se editó en 1986), la creación de Hergé trascendió por completo el cómic, adaptándose al cine (con una de las películas rodada en parte en la Comunidad Valenciana, Tintín y el misterio de las naranjas azules), a dibujos animados y creando toda una cultura del merchandising a su alrededor, tan referencial y reconocible como lucrativa. Pese a las muchas polémicas que siempre envolvieron al personaje y a su creador, en muchos casos con acusaciones que olvidaban el contexto histórico de su producción, Tintín se erigió en referente absoluto de todo un estilo de hacer cómics e ilustración, que el dibujante Joost Swarte bautizó como línea clara. Aunque Hergé comentó en muchas entrevistas que no quería que su creación sobreviviera a su creador (como ha ocurrido con la mayoría de los clásicos del cómic francobelga, de Spirou a Astérix), se elucubra con que antes de 2052, año en que el personaje pasaría al dominio público, la controvertida compañía Moulinsart, gestora de los derechos de Hergé, no dudará en relanzar al joven reportero, para alegría de muchos y horror de otros. Lo que no cabe duda es que, 90 años después, Tintín mantiene su magia, y su dinámica narrativa visual sigue siendo ejemplo para nuevos autores.

Portada de la primera publicación protagonizada por Tintín en 1929.
Portada de la primera publicación protagonizada por Tintín en 1929.

Apenas una semana después, el 17 de enero de 1929, las viñetas de la tira diaria Thimble Theatre, de E. C. Segar (iniciada 10 años antes y protagonizada por los hermanos Castor y Olive Oyl, conocida en España como Rosario), presentaban un particular y estrambótico personaje: un marino tuerto, de eterna pipa y musculosos antebrazos que, ante la pregunta del protagonista sobre si era marino, respondía con sorna: “Ja think I’m a cowboy?” (¿Crees que soy un vaquero?). El personaje tuvo tanta aceptación que pronto la serie pasó a llamarse Thimble Theatre Starring Popeye, adueñándose de las aventuras de la tira y dando casi de inmediato el salto a los dibujos animados, de la mano de uno de los grandes genios de la animación, Max Fleischer, que lo incluyó como personaje de los episodios de Betty Boop. De nuevo, el marino monopolizó las aventuras y se convirtió en una estrella que reclamaba su serie propia, Popeye the Sailor, que se prolongó durante más de 200 episodios. Entre las características más famosas de Popeye están su increíble fuerza y su invulnerabilidad, por las que muchos teóricos lo consideran como uno de los fundadores del género de superhéroes. Curiosamente, en sus inicios, los poderes del marinero tuerto tenían un origen bien distinto: nacían de haber frotado la cabeza de la gallina mágica Bernice. Pero el gobierno estadounidense aprovechó el éxito del personaje para promover el consumo de espinacas durante la Gran Depresión (a las que erróneamente se les había asignado un increíble contenido en hierro), introduciendo la ingesta de estas verduras como la razón de la increíble fuerza de Popeye.

La campaña fue un éxito sin precedentes y la figura de Popeye abriendo su lata de espinacas se convirtió en un icono de la cultura americana, que llegó a tener incluso su propio serial radiofónico, lo que le certifica como uno de los primeros fenómenos transmedia. Segar firmó aventuras maravillosas del personaje, casi delirantes, pero siempre con un poso de denuncia y crítica social que se insinuaba gracias al sentido común (y algo de cinismo) del famoso marino. La serie fue tan conocida que muchos de sus personajes forman parte de la cultura comercial americana: el glotón Wimpy dio nombre a una de las cadenas de hamburgueserías más importantes del país; mientras que el fantástico Eugene el Jeep, una mascota de increíbles poderes, inspiró el nombre de los famosos todoterrenos militares.

El mes de enero de 1929 fue pródigo para el cómic de EE UU: a la serie de Segar hay que añadir el inicio de las adaptaciones al tebeo de series de la literatura popular tan famosas como Buck Rogers o Tarzán, que aportaron nuevos géneros al cómic que luego se reconvirtieron en necesarios espacios de evasión y exotismo escapista durante la depresión.

Tintín y Popeye lograron traspasar las viñetas para alzarse en parte fundamental de la imaginería del siglo XX, iconos reconocibles de una cultura popular construida alrededor del noveno arte.

Una viñeta de Popeye de 1929.
Una viñeta de Popeye de 1929.
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