La noble levedad de Jean Becker
La película nunca se desvía de lo que se espera de ella
Desde el éxito en el año 1999 de La fortuna de vivir, la carrera del francés Jean Becker, hijo del clásico Jacques Becker, autor de París, bajos fondos, adquirió una gran coherencia expresiva, genérica, ambiental y tonal dentro de un universo sin excesivas ambiciones. Hasta entonces director de películas con predominio del policiaco y el criminal, Becker se fue especializando a partir de aquel melodrama de corte moral en una suerte de relato ambientado (casi) siempre en la campiña francesa, donde personajes de traumático pasado se redimían consigo mismos y con los demás tras hallar un sistema de valores asentado en el sentido común, la experiencia, la nobleza, la capacidad para el perdón y la sabiduría del terruño.
EL COLLAR ROJO
Dirección: Jean Becker.
Intérpretes: François Cluzet, Nicolas Duvauchelle, Sophie Verbeek, Patrick Descamps.
Género: drama. Francia, 2018.
Duración: 83 minutos.
Y ahí sigue en la brecha, a los 85 años de edad, con El collar rojo, indiscutible heredera de las posteriores Conversaciones con mi jardinero (2007), Dejad de quererme (2008), Mis tardes con Marguerite (2010) y Mi encuentro con Marilou (2012), todas ellas de corte melodramático, la mayoría con un metraje inferior a la hora y media, sin demasiado desarrollo de personajes ni profundidad temática, pero con el toque suficiente para conectar con un arco de público muy típico de los cines españoles de versión original: en busca de la caricia y de la confirmación de su delicadeza, pero con cierta aversión a los verdaderos problemas morales y a las complejidades narrativas.
Ambientada en 1919, en torno a las consecuencias de la I Guerra Mundial, y narrada a través de variados flashbacks que la van llevando desde una prisión militar hasta las embarrizadas trincheras de la contienda, El collar rojo es una película tan leve como segura en su materialización de los dos conflictos principales: el honor a la patria y la fidelidad de las relaciones sentimentales. Nunca se desvía de lo que se espera de ella, una película de imagen bonita que no plantee desequilibrios en las certezas de la existencia. Y acaba en apenas hora y veinte minutos con las disputas resueltas más por inercia que por convicción.
Babelia
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