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Crítica | Apuntes para una película de atracos
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La vida en el subsuelo

Las películas de Siminiani se niegan a ser una sola cosa

El Flako (izquierda) y Siminiani, en un fotograma de 'Apuntes para una película de atracos'.
El Flako (izquierda) y Siminiani, en un fotograma de 'Apuntes para una película de atracos'.

La frase que abre el monólogo interior de Henry Hill en Uno de los nuestros (1990) —“Desde que tengo uso de razón, siempre quise ser un gángster”— resuena en el “hasta donde me alcanza la memoria, siempre quise hacer una película de atracos” que prende el discurso del segundo largometraje de Elías León Siminiani, tras ese diario personal transformado en confesional comedia romántica que fue Mapa(2012). Entre las dos frases se extiende la distancia vital que separa al joven que observa, desde la ventana de su domicilio familiar, la aureola de poder que distingue a los tiburones del barrio del cinéfilo que, en los códigos de un subgénero de lo policiaco, detecta no solo un juego de geometría visual, sino, también, los ecos de una vida posible, una vida al otro lado.

APUNTES PARA UNA PELÍCULA DE ATRACOS

Dirección: Elías León Siminiani.

Género: documental. España, 2018.

Duración: 90 minutos.

El título, que sella una cierta vocación de provisionalidad y discurso abierto —de proceso en construcción, en suma—, viene cargado del eco pasoliniano de los trabajos —Appunti per un film sull’India (1968), Appunti per un’Orestiada africana, Appunti per un romanzo sull’immondizia (ambos de 1970)— que el autor de Mamma Roma (1962) concibió casi como borradores de películas inexistentes. En Apuntes para una película de atracos, Siminiani, como en Mapa, sigue hablando de sí mismo, pero está vez lo hace colocando a un Otro concreto como reflejo especular.

También construye el discurso a la vista, desvelando su proceso de construcción, aunque ahora el cuerpo del relato está abierto a la intervención externa, tanto la de Ainhoa, pareja sentimental del cineasta, como la del Flako, el Robin Hood de Vallecas, el interlocutor que se convertirá en guía de este viaje a una vida posible, al otro lado de la ley y, también, bajo el asfalto de la ciudad visible.

Las películas de Siminiani se niegan a ser una sola cosa: aquí, la figura del Flako sirve para ofrecer una lección didáctica sobre la técnica del butrón que tuvo en Albert Spaggiari a su gran ideólogo, pero también para reflexionar sobre las ideas de transmisión y paternidad, mientras el cineasta pone a prueba su propia, dialogante ética de la representación.

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