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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Un ‘Rolling Stone’ con respiración asistida

La revista ha ganado empaque pero necesita recuperar el alma

Diego A. Manrique
Cofundador de la revista 'Rolling Stone', Jann Wenner.
Cofundador de la revista 'Rolling Stone', Jann Wenner. TRACEY NEARMY EFE

Iba a ser la consagración del editor Jann Wenner (Nueva York, 1946). Su gran creación, Rolling Stone, alcanzaba el medio siglo de existencia. A pesar de que el quincenal pasaba por un largo bache, Wenner quería aprovechar esa cifra para exhibir músculo: eventos, libro de lujo, serie documental en HBO, especial de tres horas en la cadena ABC

El programa de televisión se suspendió. Mal momento para asociarse con Wenner, acusado de ofrecer trabajo a cambio de sexo. Aparte, la publicación aceptaba pagar una indemnización millonaria a los afectados por un reportaje sobre una violación (nunca probada) en la Universidad de Virginia. La aparición de ese texto —sin garantías de veracidad, según los criterios del periodismo estadounidense— me resultó incomprensible: conocía el rigor de su departamento de fact checking, incansable a la hora de comprobar que efectivamente era cierto lo que iba a publicar. Pero, ay, la plantilla se había encogido tras la crisis de 2008.

Más desastres. Jugando al tenis, Wenner se rompió una cadera; a continuación, sufrió un infarto. Cedió el timón de la empresa a su hijo Gus, niñato arrogante cuya experiencia periodística se limitaba a una página web sobre videojuegos (“son el rock 'n' roll de nuestro tiempo”). Pero el mayor error de Wenner fue producto de su endiosamiento: encargó su biografía a Joe Hagan, un freelancer correoso que así accedió a sus inmensos archivos. Nada agradecido, Hagan se resistió al narcisismo de Wenner. El libro —titulado Sticky fingers. La vida y la época de Jann Wenner y la revista Rolling Stone, en la versión española de NeoSounds— ha hundido la reputación del biografiado.

Todavía faltaba la humillación definitiva: Wenner se veía obligado a vender lo que quedaba de su antaño poderoso imperio, el 51% de Rolling Stone; para más inri, pasaba a estar controlado por Penske Media, empresa sin pedigrí, un tiburón de Internet que se dedica a engullir cabeceras ilustres o recientes. Los nuevos dueños han tomado algunas medidas radicales: de quincenal, Rolling Stone ha pasado a ser mensual. Ha aumentado tamaño y precio: 9.99 dólares (en quioscos españoles, 12,50 euros). Y sí, el nuevo Rolling Stone merece ser comentado.

Tras el hundimiento de los semanarios británicos y la migración a Internet de otras publicaciones musicales, ha quedado como la gran superviviente. Es una decana con alcance global: tiene numerosas ediciones en los cinco continentes.

La revista madre sigue cargada de cotilleos, infografía, incisivos artículos políticos, potente reporterismo. En cuanto a la música, abandona el rock y se centra en vendedores de rap, R & B, pop y country. Siempre bajo la estela del estilo Wenner: la portada de noviembre mostraba desnuda a Zoe Kravitz, imitando la pose de su madre, Lisa Bonet, en 1988. Pero, cómo decirlo, el nivel de las actuales estrellas es muy otro. Atención a esta reflexión de la rapera Cardi B sobre el derecho a poseer armas como precaución contra cualquier tentación totalitaria del Gobierno federal: “Tienen bombas atómicas, así que por lo menos debemos contar con armas de fuego”. Año II de la Era Trump.

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