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Crítica | El hombre que inventó la Navidad
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las paparruchas de la inspiración

Dan Stevens encarna a un Dickens propenso a la pirotecnia gestual al que se le despliega la realidad ante sus ojos como incesante buffet libre de estímulos

Dan Stevens (izquierda) y Christopher Plummer, en 'El hombre que inventó la Navidad'.
Dan Stevens (izquierda) y Christopher Plummer, en 'El hombre que inventó la Navidad'.

La imagen de George Bailey contemplando la tumba de su hermano en uno de los momentos más oscuros de ¡Qué bello es vivir! (1946) o el entero planteamiento del último trabajo del historietista Carlos Giménez –Canción de Navidad. Una historia de fantasmas (Reservoir Books)- son algunos puntuales testimonios de la perdurable influencia del clásico de Charles Dickens. Por otro lado, también demuestran que el rimbombante título de esta película de Bharat Nalluri, adaptación de la novela homónima de Les Standiford, se guarece tras una incuestionable coartada. El Cuento de Navidad de Dickens transformó el modo de ritualizar la celebración, pero también la reformuló como eficaz territorio narrativo para historias de expiación y balance existencial.

EL HOMBRE QUE INVENTÓ LA NAVIDAD

Dirección: Bharat Nalluri.

Intérpretes: Dan Stevens, Christopher Plummer, Miles Jupp, Morfydd Clark.

Género: drama. Irlanda, 2017.

Duración: 104 minutos.

En El hombre que inventó a la Navidad, el proceso creativo del escritor se enmarca en un paréntesis vital regido por la urgencia: tras dos fracasos consecutivos, el autor de Los papeles del Club Pickwick se embarca en una carrera contrarreloj para autoeditarse la obra que le devolverá la notoriedad perdida. El problema es que Nalluri ha firmado una de esas películas que parecen concebir la creación literaria como pintoresco afluente del pensamiento mágico: Dan Stevens encarna a un Dickens propenso a la pirotecnia gestual al que se le despliega la realidad ante sus ojos como incesante buffet libre de estímulos. Christopher Plummer como tétrico señor Scrooge o el retrato de Thackeray como viperino cotilla no carecen de cierta gracia, aunque sea relativa, pero en este parque temático ¿literario? la verdadera inspiración no ha sido invitada.

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