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Crítica | Entre dos aguas
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Esculpiendo la realidad

Lacuesta ha hecho un Houdini, desapareciendo tras su minucioso trabajo para crear este veraz espejismo de vida que habla del pulso entre marginalidad e integración

Isra y Cheíto, en 'Entre dos aguas'.
Isra y Cheíto, en 'Entre dos aguas'.

Un joven espera, en una sala de partos, el nacimiento de su hija. Los nervios que sacuden su rostro se contrapuntean con un progresivo quejido, sustentado sobre un denso tapiz sonoro, sobre el que se abrirá paso, como corriente de agua clara, el llanto de la recién nacida. En el pasillo, dos funcionarios de prisiones esperan al joven para colocarle unas esposas y llevarle al centro penitenciario donde sigue cumpliendo condena. Así arranca Entre dos aguas, tras un breve prólogo que marca la distancia que separa a este nuevo trabajo de Isaki Lacuesta de su segundo largometraje, la inolvidable La leyenda del tiempo (2006): el tipo al que se ha concedido un permiso para acompañar a su pareja en un momento tan trascendente es el mismo Israel Gómez Romero que, en aquel entonces, era un niño al que el duelo y la adolescencia arrebataban esa voz que parecía colocarle en la línea sucesoria de Camarón.

ENTRE DOS AGUAS

Dirección: Isaki Lacuesta.

Intérpretes: Israel Gómez Romero, Francisco José Gómez Romero, Óscar Rocío Rendón, Yolanda Carmona.

Género: drama. España, 2018.

Duración: 136 minutos.

Han transcurrido doce años, pero la estrategia del cineasta tampoco se ha mantenido estable: el parto es real, la madre es real e Isra es real, pero nunca ha estado en la cárcel –aunque esa posibilidad vital sea uno de sus miedos más arraigados-. Ahondando en los márgenes de ambigüedad que separan al documental de la ficción, Lacuesta, con la complicidad y el tesón de Isa Campo y Fran Araújo –aquí coguionistas-, ha articulado, partiendo de los materiales de la realidad, un relato que crea una ilusión de pura vida, aparentemente despojada de artificio.

No hay ninguna posibilidad de confundir a Lacuesta con un cineasta esencialista y dogmático –su trayectoria no puede ser más diversa e insumisa-, pero en La leyenda del tiempo apeló a los dos pilares fundamentales que, según Bazin, sostenían la singularidad del séptimo arte: la temporalidad y el realismo. Entre dos aguas parece responder, además de al interés humanista y afectuoso por el porvenir de los hermanos Isra y Cheíto, a la necesidad de depurar el registro de la película anterior: desbrozar lo que en ella aún podía haber de construcción.

Lacuesta ha hecho un Houdini, desapareciendo tras el minucioso trabajo necesario para crear este veraz espejismo de vida que utiliza las esperanzas y las angustias de sus protagonistas para hablar, sin moralismo, ni condescendencia, del pulso entre marginalidad e integración. Y todo parece sencillo, como si descorrer un visillo y que pasen doce años fuera lo más natural del mundo.

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